Algunos cuentos

lunes, 12 de mayo de 2008

Benjamín


-Estephani Granda Lamadrid-

Aquella luz mortecina, la que ahora brillaba en el fondo del cuarto con destellos violetas en su interior, sería recordada por Benjamín algunos días después, cuando luego de obsequiar algunos de sus mejores libros a perfectos desconocidos que se hacían pasar por sus amigos, se le viera buscando su reflejo —aún grotesco para él— en el fondo de un vaso de vidrio que conservaba del último sitio en donde había estado con su último amante. Pero ahora, parado frente a la ventana del tercer piso, todo le había parecido inútil, la llamada a Sara, los mensajes para Xóchitl y su jardín de flores que nunca plantaron, incluso Jesús… ¿Qué hubiera dicho Jesús en su lugar? ¿Qué hubiera dicho si no le hubiera regresado en una caja sus cosas, su ropa, su taza preferida? ¿Sería distinto si se hubiera quedado?

—Mejor no quedarse con la duda—pensó. De todos modos esa habitación, que una vez pintó de colores para hacerla distinta, incluso ahora con todos sus tonos verdes, no impediría su decisión. Recargó lentamente la palma de la mano derecha sobre el vidrio. Para entonces, entraba sin fuerza la luz de la tarde haciendo más frío el instante. Contemplaba solo desde la ventana con la frente recargada en el vidrio. Una pareja atravesó la avenida. Qué jóvenes eran, y qué odio sintió Benjamín sobre sus hombros. Ellas tan dulces y tomadas de la mano. Sintió un deseo de ponerles nombre, quitarles el anonimato, quizá Sara, quizá Laura, quiso desearles el odio negro en forma distinta a simples maldiciones… Pero sólo era él y la lámpara violeta, dos sobrevivientes que seguían de pie, ahí, en el cuarto más oscuro.

Levantó la mirada para ver el último hilito de luz extinguirse sobre el edificio de enfrente y sólo recordó la sonrisa de Jesús... La sombra lo cubrió entonces todo, el horizonte, su mirada, los recuerdos felices que habitaron en la intimidad de su cama. Un ligero mareo lo meció suavemente, todo fue lento a partir de entonces, tan despacio, tan silencioso, que no se dio cuenta del momento en que quedó tendido sobre una torre de libros, y su vaso rodó por el suelo hasta detener su camino junto a unas cajas que un día tuvieron pastillas.

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