martes, 12 de mayo de 2009

LOS PRIMEROS HERMANOS Y HERMANAS


Luz de mi vida, Luz del Carmen… La hermana mayor y por mucho, ¡Claro que si! Hermana, madre, hija, laboradora, loca, parental, trabajadora, esposa, abuela, otra vez madre, empleada, sufridora, convencida, cocinera, sastre, lavandera, abrasadora, orgullosa, rencorosa, tejedora, abnegada, virtuosa, religiosa, dudadora, cartomanciaza, pitonisa y emprendedora. Bruja de dedos chuecos y torcidos de labor, de amor y de la salud dudosa de los huesos… Hija de Fructuoso, ella sólo supo de este padre dulce de melaza de caña brava de Cuautlapan, hacedor de habanos criollos de Huatusco de donde le salían los humos creadores de cuentos e historias de “papá dios” y de ganas de sepultar las historias revolucionarias de la infancia juvenil de sí mismo, quizá quiso sofocar las piras mentales de incendios y recuerdos abigarrados de sangres embarradas de tierras hambrientas de amor y justicia.

Este hombre, abuelo y padre, dulce de sangre y de savia bravía de hechos heroicos y anonimatos laborales de manofacturas textiles, juntaron sus amores filiales y le dieron crianza a los hijos de él y hermanos de ella: Silvana de Copilco, José Felipe de Jesús Jaime, como este dilatado nombre hubiera querido Luz de mi Vida, le hubiera engendrado el carácter y la fortaleza a este hermano-hijo, sin embargo no fue así… Y al final Tolentino, flaco de del cuerpo y del corazón, huidizo como pocos.

Los hermanos de Luz del Carmen gozaron de poca semejanza con ella, de la fortaleza y la templanza de su espíritu y de su carne. Las calcetas no le habían abandonado los tobillos cuando fue en busca de las fortunas con las que completar las raciones de leche y queso para los hijos-hermanos, su fraterno y parental espíritu le empujaba para hacer las faenas que la maderería del fantasma le exigía para cosechar los quintos con los que le mercó la radio aquella que de felicidad loco se volvió Fructuoso su patriarca.

Recordó siempre con pensamientos rococó y barrocos de sonrisas pícaras de satisfacción profunda y profusa, los rostros, las muecas y los mohines del padre suyo, hermoso y prieto de tez, además níveo de cabellos escasos en el final de su vida. Cuando las ondas radiales se hacían voces y narraban las historias que le llenaban las imaginaciones con leyendas de alfanjes damasquinos, Rajás, hermosas y vaporosas huríes enamoradizas de negros Alí. Briosos corceles blancos o tordillos… Palmeras y desiertos con oasis de dátiles y humedades sempiternas de vida llenas.

A la Luz de mi Vida, los niños hermanos le crecieron y como es de aguardar, a la mar de la vida se marcharon. En la conciencia de dos o tres ideas que inundaron su vida como: la de la protección desmedida de los débiles y el desparpajo de la intemperie para los briosos… Trabajó sin descanso dobles y triples jornadas y faenas. Los hermanos expedicionarios: Tolentino: exiguo de alma y de espíritu. Saciador de sus propias angustias y necesidades, dio las muestras del cobre de sus huesos al acercarse las tierras que sepultarían a la Luz de todos, y con las que nos aluzó ella misma a todos también.

Silvana de Copilco junto con Tolentino exiguo de corazón y de espíritu, montó la diligencia que los llevaría al encuentro con sus vidas, con sus empresas, con sus consortes, con sus casas, con sus hijos… Allá en México-Tenochtitlan, once canales de ricas vertientes de aguas dulces y saladas, de ahí hicieron sus chinampas con sus propios afanes y con los salobres sudores de sus cuerpos y de los que más los quisieron: Luz del Carmen, Fructuoso, y la Pepita de bronce, muy amarga ella por cierto.

Peculiar actitud sin igual de los hijos comunes y corrientes: mal agradecimiento inconmensurable, sin embargo a ella jamás nunca en la vida la miré quejarse del abandono telefónico al que la sujetaron las sentencias de los hermanos-hijos, ella, madre india de basalto incorruptible, perennemente al tanto, eternamente abnegada, perpetuamente dispuesta, continuamente madre, persistentemente hermana…

José Felipe de Jesús Jaime: mostrenco, pusilánime, absorto, indocto, flemático, ornamentado de cornos de músicas juglares y jarochas de sones de zapateados de bambas y tilingos lingos… Trabajó a veces en jornadas propias de sus cortos talentos, indolente, desnutrido del corazón y del valor, contrario a su madre-hermana e igual al pequeño Tolentino, mucha palabra y poca obra…

Luz de mi Vida, Luz del Carmen a tiempo murió para no ver las posturas pusilánimes de estos cuervos que de milagro no le sacaron las pupilas de decepción…
Voy a plagiar el final de la poesía de Jaime Sabines, “Tía Chofi”, para honrar y homenajear a ambas a la “Tía Chofi y Luz de mi vida, Luz del Carmen”


Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia, con una cruz pequeña sobre tu tierra, estás bien allí, bajo los pájaros del monte, y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.


Por ahora es cuanto compañeros…



Carlos López Carmen

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