jueves, 17 de septiembre de 2009

HISTORIA INCONCLUSA

Ella, una rubia maravillosa, vestida sobria y para fiesta mortuoria… miraba el sarcófago que devoraba a su amor y en el mismo le entrega esta pasión a la madre tierra que no dispensa a nadie, recordé aquella vieja sentencia: polvo eres y en polvo te convertirás.

Los acompañantes que sólo están ahí para no estar, se fueron marchando uno a uno; paso a paso… a la hermosa rubia se le observaban mohines de dolor y de pasión, pues ahí, en ese lóbrego camposanto se quedaría a morar este ser, que hasta ese momento había sido el hombre más importante para ella en su ya mediana larga vida.

Sin poder más y posterior al abandono de todos aquellos que a la más intensa usanza histriónica, la avasallaron con sus palabras de cuento y con estas mismas rimas le dijeron: amiga, por favor no dudes en llamar si te sientes sola. Querida, te suplico no olvides que los amigos estamos para acompañarte en estos momentos. Hubo como siempre, tantas muestras de aprecio fingido como escoltas tuvo el rito final de la muerte…

Así que ella, la única doliente veraz de aquel impasse, que por cierto es tan natural como cuando una criatura es echada al mundo, tomó el camino de vuelta al recinto aquel adonde surgió este tórrido romance con el amoroso hombre que hoy se hallaba trocado en cadáver.

Su mente abigarrada de la pasión sólo comparable con la del Cristo Solar en su camino al Gólgota, la flagelaba con reminiscencias de los días aquellos estivales en que arropados sólo por sus cueros en aquella playa virgen y tropical, se solazaban en las abrasivas arenas que los contagiaban de canículas veneras para después enjuagarse las temperaturas y las sílices en las marinas aguas del océano.

También recordó los amaneceres cautivos dentro del bohío que los guarecía de las demás inclemencias de la intemperie, suspendidos en la hamaca en que se mecían los sueños y los futuros de juntos por siempre, estos bamboleos siempre los motivaron a enlazarse con fruición, lubricidad y lúdica sensualidad.

Optó por sólo caminar y caminar… así que no abordó ninguna clase de vehículo que la empujara al apartamento, pues en el fondo era el último sitio al que hubiera querido llegar, sin embargo no había más remedio pues su mente estragada por el drama vivido no le ayudaba a escoger otro paradero: quizá un bar, un café o una plaza comercial donde sobarse los dolores mercando cachivaches y bártulos diversos.

En los ires y venires de su cuerpo de un sitio a otro le llegaban pensamientos extraños, como: ¿Qué hubiera pasado si su amor no hubiera tomado la senda de Ra el gran dios astral de los moradores de la magnífica delta del Nilo? No se podía responder pues el dolor la vulneraba en grado superlativo, apenas podía orientarse de camino a su cubil.

El, siempre fue un hombre extraño, ensimismado y poco discernible; sin embargo y sin saber a ciencia cierta del porque ella se había enamorado de este hombre quedó en le limbo, pues nunca se enteró de la razón verdadera por la cual le comenzó a amar… Sólo emprendió esta empresa de venerar sin medida y sin razón sus aromas salinos y nocturnos, su sabor a café caribe de las mañanas invernales o quizá sus guisos: esos de sabores a todo y a nada, los huevos aquellos con morcilla, las pastas italianas de aceite de oliva que unas ocasiones salieron de la urna crudas y otras veces gourmets. O quizá por las sonrisas tatuadas en su rostro de gran macho, y que por cierto en ocasiones fue tan femenino en la cama como una amante mujer que conoce los secretos de la feminidad, fue en ese justo momento cuando evocó los éxtasis que él le escamoteo incluso a veces en contra de su propia voluntad; los besos y ósculos que él le embarró y le zampó por toda su geografía femínea, lugares que ni ella misma sabía que existían dentro de sí.

Tuvo que detenerse y descansarse en una banca del parque de los cerezos por el que iba cruzando, pues las emociones venéreas que el muerto le asestó en estas extrañas reminiscencias fueron superiores a sus fuerzas y a sus calmas. Permaneció largos minutos ahí postrada y pegada a las maderas de la grada comunal, haciendo denodados esfuerzos para que la abandonaran esos perversos pensamientos barrocos de insensibilidad para este momento tan aciago por el que estaba transida, la aflicción de la culpa por los recuerdos de la carne fueron siendo avasallados poco a poco por otras reflexiones más cristianas y propias para esta ocasión de dolorosa pérdida.

Así que ya de mejor ánimo, digámoslo así; retomó el camino a su derrotero inicial, es decir a la residencia suya, misma que compartió con el hoy amado, extrañado y muerto amor, habiendo retomando las riendas de su mente y de su cuerpo, se abalanzó por las aceras chisporroteadas por las lluvias que también se hubieron hallado presentes en el sepelio. Sólo podía pensar en él, en la gigantesca e ínclita pérdida, otra vez la máquina mental haciendo de las suyas, imaginaba que al llegar al apartamento, él, su amor, estaría ahí aguardándola como había ocurrido durante los últimos cientos de días…

A cada paso que le asestaba al pavimento la casa se acercaba más y más. Y como dicen los antiguos: no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Así que la rubia enlutecida por el estrago de la muerte y por la pena, se había acercado de manera insondable a su destino. Ya en la puerta de la construcción que contenía su vivienda y antes de abordar el ascensor hizo una última pausa, respiró profundo desde el vientre hasta hinchar los pulmones para que la caja torácica contuviera todo el aire renovador que necesitaba para dar inicio a esta nueva vida.

Tomado de sabrá Dios donde y con el valor que ella misma se desconocía, subió en el elevador hasta el enigmático y supersticioso piso número trece, ahí se apeo del artefacto e hizo en sus pasos una conversión a la derecha para dirigirse a la puerta del apartamento trece cero tres, extraña y coincidentemente los números tres habían marcado su vida desde la infancia, ella fue la tercera hija del matrimonio de sus padres, hubo nacido un tres de marzo de mil novecientos sesenta y tres año de nuestro Señor, y esta era la tercera relación verdaderamente importante en su vida.

Vallamos pues ya sin más preámbulo al acontecimiento que nuestra rubia iridiscente había estado soslayando de manera evidente.

Llegó finalmente a la puerta que le evitaba franquear el umbral de su morada, estando ahí frente al comienzo de su soledad más rotunda, lentamente abrió las correas de su bolso, buscó con la mano derecha y sin mirar hacia adentro de la alforja las llaves de los cerrojos de la mampara… al no sentir que las hallaba, con ambas manos agitó la talega para asegurarse que se encontraban ahí… escuchó el tintineo metálico de las ganzúas con las que abriría esta nueva vida, las cogió y atacó los picaportes, estos cedieron como las murallas de Jericó y ella traspasó suavemente la entrada, dio dos pasos hacia adentro e igualmente de manera sutil y lenta devolvió la puerta a su marco, y como quien no quiere la cosa logró poner el pestillo del seguro.

Con paso cancino y levitando por el estado extático del trance, como una flamígera sombra fantasmal avanzó sin los pies sobre la alfombra, ella era un espíritu en esos instantes, sólo era su propia alma, no se recordaba a sí misma del cuerpo hasta que al pasar junta a la barra de la cocina su carne olvidada por ella misma le reclamó un poco de agua… ella advirtió la necesidad y como una autómata cogió un vaso de cristal tan translucido como lucía su rostro ahora sin la vida del amor, lo lleno de su necesidad y sólo vertió uno poco en sus labios, dejó el copa a medio vaciar y reemprendió su camino a la habitación ahora sola sin su amor, sin el hombre que le había llenado el espíritu y el cuerpo. Tuvo otra lucha interna para poder vencer la puerta de la alcoba antes nupcial… aguardó unos instantes, giró lánguidamente la perilla de la chapa y fue desentornando con delicadeza la compuerta que la contenía a ella misma y a sus ansias de penetrar y hallarlo ahí y olvidar y desaparecer todo este impasse mortuorio…

Terminó de abrir de par en par la puerta… esperaba hallar una absoluta oscuridad y encontrar la recamara llena del vació que sólo ella podía sentir. Sin embargo no ocurrió aquello sino de manera contraria, una luz mortecina alumbraba la habitación, era esta una iluminación subrepticia, reptante, una luz que no iluminaba era sólo un resplandor ligero como una suave brisa perdida en primavera. Cuando sus ojos se acostumbraron a esa escasez iluminativa, no podía dar crédito a lo que sus ojos estaban mirando, él, él estaba ahí su amor, su hombre… dentro de su cabeza le agolpaban los pensamientos, las preguntas la invadían, ¿Qué es esto? ¿Es esto es real? ¿Qué está ocurriendo?... el hombre de su vida se encontraba en mismo lecho que los había acunado durante tantas y tantas lunas, la rubia descompuesta por la desazón y por el desconcierto y con los ojos a punto de desorbitárseles, se tuvo que detener de las jambas del marco, para no caer desmayada por la impresión.

Ella no pudo articular palabra alguna, sólo miraba estupefacta como si hubiese comido alguna planta enteógena y esta estuviese vengándose del exceso. Él la llamó y le dijo: ven tócame estoy vivo, si, soy yo, no estoy muerto…

Él sonreía de forma extraña, tenía una mueca maquiavélica y perversa, además se le veía perturbadamente divertido… la rubia mecánicamente se acercó venciendo el pánico que le había arrobado este episodio tan convulsivo, el hombre acercó su mano y ella le permitió tocar la suya para instantáneamente retirarla…

Algo dentro de ella se desgarró, el sostén de su alma se resquebrajó… e hizo a la velocidad de la luz una cantidad enésima de suposiciones quizá para justificarlo, sin embargo no lo logró, pues su proceder enfermo había sido incuestionable y evidente…

Estaba ella excéntrica, fuera de todo foco y contexto… su interior le reclama a ella misma, ¿Por qué este hombre había fabricado toda esta patraña? ¿Para que lo había hecho? Y más, y más cuestionamientos la invadieron y le colonizaron todo: el cuerpo, la mente y el espíritu…

Ella sabía que fuera lo que fuere, hubiera explicación o no, no volvería a saber nada, absolutamente nada de este remedo de hombre, sin duda el más pernicioso y perverso que había cruzado por su camino…

Por ahora es cuanto compañeros…

Carlos López Carmen

Lunes 14 de septiembre de 2009
1.05 AM

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