el ladròn, el prìncipe y el dragòn

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Capitulo 18: Cuando el fin se acerca


Marcel aprendió a no preguntarle, a dejar que fuese él quien le respondiese sin solicitárselo.. ese día supo que aunque no fuese el padre que él imaginaba con tener, los quería. Los quería más de lo que él mismo imaginaba, porque ni siquiera Yayitsu sabía cuanto los quería.
Durante los días entrenaba con su hijo y Umako, incluso algunas veces también mandaba llamar a William. Por las tardes jugaba con su pequeña hija. A prendió que el orgullo no sirve con los seres que amas, que solo te aleja de ellos. Por las noches le hacía el amor a su mujer, le dolía tanto el corazón. Tenía tanto miedo de que fuese el último día. Pronto pasó el invierno, así que las tropas estaban listas, pero la batalla no fue necesaria, el emperador había muerto. Yayitsu era ahora, el emperador.
Un año pasó desde que Camil volvió por vez última a Japón, y ambos sabían que había llegado la hora de despedirse. Y dos personas como Camil y Yayitsu no podían despedirse así, sin más, con un adiós insulso, con unas palabras dichas a un sonido tortuosamente repetitivo... tenían que hacer la última locura juntos.
–Llévame a ese lugar tan bonito ¿recuerdas? Cuando regresamos de Paris me llevaste allí y luego, cuando me dejaste embarazada por segunda vez, fue en aquel sitio.
–Está lloviendo mujer, no seas loca.
–No creo que la lluvia pueda hacerme ya mucho daño –rió mientras sujetaba su pecho a la altura de su corazón.
Yayitsu tardó unos segundos en asimilarlo. Sus ojos estaban dilatados y sus manos frías como le hielo, como si cualquier atisbo de calidez se hubiese esfumado de su cuerpo. En cambio Camil estaba tan caliente que parecía hervir de vida. Sabía lo que significaba eso, la vela que destella antes de apagarse. – “¡Maldita sea! ¿por qué la vida me negó la felicidad?. No, no fue la vida quien te arrebató la felicidad, fuiste tu mismo. Tu maldito orgullo que no te dejó perdonarla, porque la habías condenado a algo peor que la muerte. Por eso la vida se la llevo. Para que no la hicieras sufrir. ¿Por qué el tiempo había pasado tan rápido?. Los años habían pasado como arena entre sus dedos, se le había escapado la vida sin hacer muchas cosas que hubiera querido, sin decir mucho de lo que necesitó decir. En cambio Camil había vivido plenamente, jamás guardó ningún pensamiento, ningún sentimiento que no saliera de esa gran boca que adoraba tanto como había odiado en tantas ocasiones.
–Yayitsu no irás a llorar ahora, mi rey, mi gran señor... llévame allí...
Rozó sus mejillas con los dedos de sus manos, esas manos brutas que fueron enseñadas a hacer daño, y que tocaban ahora, la única mujer que había amado en su vida, la única con que disfrutó plenamente hacerla suya. La única que habitaba su alma. Ni siquiera se percató de que estaba llorando, por primera vez no lo consideró humillante, ni se avergonzó de hacerlo, aunque si se sintió tan extraño. Con un gruñido visceral apartó sus auto lamentaciones y, levantándola como una pluma, la estrechó contra su pecho, congeló su imagen en un segundo eterno, y partió en su caballo a mucha velocidad entre las gotas de lluvia que caían implacables.
En la playa había cesado de llover y una agradable brisa marina señoreaba el lugar, dotándolo de un encantador clima, caliente y electrizante al mismo tiempo. A lo lejos caían los rayos fundiéndose con el mar, y las olas del temporal arrancaban lamentos a las rocas de un acantilado cercano. Se acomodaron en la arena junto a una palmera y por unos instantes ninguno de los dos dijo nada, perdiendo sus miradas en las luminiscentes y furiosas ramificaciones de energía que se fundían con el mar.
–Así somos tu y yo Yayitsu, así...
–¿Cómo?
–Como los rayos de la tormenta que caen en el mar en temporal –Yayitsu sonrió. Ella era el mar, implacable cuando había que serlo, tranquilo como un bálsamo en otras ocasiones, hermoso como sus ojos azules. Y él era como los rayos, implacable, tormentoso y atormentado. Hiriente a salvo las olas, atraído por el agua de ese mar maravilloso de forma incomprensible, mágica, extraña...
–Lo hicimos bien...
–¿A que te refieres Camil?
–Como padres –un nudo en la garganta ahogó un sonido conformista.
–Tú sí... –reconoció mientras se iluminaban sus ojos con un rayo.
–Y tú también Yayitsu, mira nuestros hijos, hicimos un buen trabajo.
–Tú sí... –repitió de nuevo. – yo nunca fui...
–¿Cómo Jomei? –Yayitsu asintió levemente. Si hubiera querido pasar la vida al lado de un hombre como él, no me hubiera enamorado de ti, mi príncipe.
La miró extrañado y de nuevo las preguntas afloraron a sus labios sin palabras. Pero ella siempre comprendía. Camil siempre sabía lo que pensaba, lo que quería, lo que necesitaba. –“Oh, Camil, no sabes cuanta desesperación siento, al tener que verte partir” -.
–Mi amor, no sabes que feliz me hiciste. A tu lado conocí la más grande felicidad. Te estaré esperando.
–¿Incluso en la otra vida piensas esperarme?
–¡Por supuesto! ¡No te vas a librar de mi tan fácilmente!
–No quiero librarme de ti...
–No sigas, que me vas a hacer llorar. No estoy acostumbrada a que seas tan sincero con tus sentimientos.
–Nunca estás contenta mujer, cuando no hablo quieres que lo haga y cuando hablo, prefieres que me calle. ¿Alguna vez estarás contenta?
–Solo cuando me abrazas –Yayitsu percibió la debilidad en aquel hilo de voz calmado, la visión perdida en unas luces que no eran las de los rayos y supo que la hora estaba más cerca que nunca. Su corazón dolió tanto... como si se lo arrancasen de cuajo y le clavaran mil puñales al rojo vivo. No quería que se marchase.
–Camil... –susurró con desesperación.
–Al final, te robé el corazón Yayitsu.
–Sí... lo hiciste.
–Ahora quiero que me prometas que serás un buen hombre.
–Te lo prometo.
–Ya verás que volveremos a encontrarnos, porque estamos predestinados a hacerlo, vida tras vida, muerte tras muerte. ¿No te das cuenta?. Tengo la sensación de que llevamos miles de años amándonos, desde que el universo existe, desde que surgió el amor y dos seres se miraron a los ojos. Tú y yo siempre hemos sido uno.
–Perdóname Camil, te prometo que estarás orgullosa de mí. Te prometo que volveremos a encontrarnos, que cuidaré de nuestros hijos y nuestros nietos hasta que llegue mi hora. Pude haber sido el más grande emperador, pude haber esclavizado cientos de personas, y me hubieran temido y respetado. Me hubieran adorado como un dios, pero hubiera perdido... porque nada material puede valer más que un alma. Y tú me hiciste averiguar lo que eso significa, gracias a tu amor incondicional; me perdonaste siempre, estuviste a mi lado sin reproches, porque fui un cobarde, porque no luché por ti. Porque no me enfrenté a mi padre, aun cuando tú si lo hiciste; cuando lo perdiste por mi culpa... La miró un segundo y su respiración se congeló; todo pareció detenerse en un instante. Después el cielo estalló en lagrimas incontenibles. Un trueno sacó a Yayitsu de su discurso, un discurso que nuevamente llegó tarde. Las manos frías, el semblante pálido. Camil no estaba en esta vida, se había apagado como una vela entre sus brazos, sin haber escuchado quizás las declaraciones más importantes que Yayitsu había pronunciado en toda su vida.
–¡Camiiiiiiiiil! –gritó desgarrado y llorando mientras le empapaba un torrente de agua y la abrazaba inerte y desvalida. No, ¡NOOOOO! –gritó mucho rato mientras un concierto de truenos y rayos encubrían sus dolorosos lamentos con ensordecedores sonidos. La acunaba, la mecía entre sus brazos mientras dejaba que las lagrimas se vertiesen antes de volver y dar la noticia a sus seres queridos. Entonces no lloraría más, permanecería serio, estoico, inmutable. Y muchos pensarían que Camil no le importaba, que no la amaba porque no la lloraba, porque no mostraba su dolor al mundo; porque estaría apartado de todos durante su entierro, porque iría a rezarle a solas, lejos de las miradas incautas. Pensarían que era frío, que era malo, porque la dejó morir a la intemperie y no en un hospital, porque no la besaba en público, porque no querría elegir un ataúd o encargarse de preparativos para ningún entierro; pero las apariencias engañan... Sólo Camil supo como era él, sólo ella pudo salvarle.
–Hasta la vista mi hermoso ángel de ojos azules –susurró en su oído antes de partir hacia el ojo del temporal. A casa, para amarla eternamente...


FIN

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