Capitulo 17: Resucitando a un muerto
–Padre, necesito que me escuches unos instantes antes de comenzar el entrenamiento. Me resultaría imposible concentrarme sin decirte todo cuanto deseo.
–¡Bah! Di lo que quieras. Con tal de que pueda entrenar tranquilo... –Marcel contuvo con esfuerzo una ira voluble e insana y comenzó a relatar su historia, la historia de un padre muerto y de un hijo que le amaba.
–Crecí embriagado con la leyenda de ser el descendiente de la estirpe real del imperio del sol naciente. Me sentía afortunado y heredero de una causa y una raza. Y, como no pude tenerte a mi lado, creé un mundo de sueños mezclados con realidad, en los que tú estabas presente de alguna forma extraña. Pensé muchas veces que me protegías desde el infinito mundo del más allá. Quería verte en las nubes, imaginaba el rostro que, si conocí, olvidé. Me asaltaba la nostalgia de unos abrazos no recibidos, y de unos instantes felices, arrebatados por los asesinos que se jactaban, sonrientes, de arruinar mi mundo. Lloré de rabia muchas veces imaginando tu muerte, padre. Y te visualizaba alzándote tan orgulloso como mamá decía, herido pero incansable, con tus últimas fuerzas, valiente, como el guerrero honorable que me narraba Jomei, plantando cara al enemigo mientras pensabas en mamá, y en mi, prometiéndonos protección, jurando que nos mantendrías vivos y lográndolo, pues aquí estoy.
Cuando era pequeño, asaltaba a mamá con preguntas que, esquiva, me respondía con una sonrisa dulce; me contaba lo que ya sabía miles de veces, porque nunca me cansaba de escucharlo. Mis cuentos antes de dormir eras tú. ¿Qué niño no pregunta por su padre?. Muerto o no. Quería mantenerte vivo con los recuerdos, alimentando una imaginación viva y ansiosa de conocimientos. ¿Qué es un fruto que no sabe del árbol del cual procede?. Me sentía roído en las raíces por una tristeza infinita, que jamás moría. Que fácilmente perece la felicidad y que difícil es resucitar la alegría cuando la congoja alimente el espíritu. Sentía que no merecías haber muerto, sin gozar aunque fuese un beso de tus hijo o un te quiero de tu familia.
Pronto aprendí a no pedir más cuentos nocturnos, a no preguntarle por ti demasiado porque, aunque jamás existió un solo reproche en mi madre a la hora de hablarme de ti, podía percibir la tristeza de sus ojos azules, el dolor en su pecho cuando suspiraba palabra a palabra, como una rosa que se marchita lentamente. Y después, por la noche, odiaba tener oídos tan finos que escuchaban sus lagrimas y unos sollozos ahogados por la almohada. Aun te amaba, después de tantos años de haber muerto, mamá te quería. Y yo pensaba que tanta dedicación, tanto amor se debían al haber compartido momentos hermosos. Creía que yo era el fruto del amor, que era el deseado descendiente de un guerrero noble y valeroso. Nunca imaginé ser elijo de un asesino. ¡Sí! ¡Porque mi abuelo me lo ha contado todo! ¡Porque mi madre no me pudo negar nada! ¡porque antes de morir Jomei me pidió perdón por no habérmelo dicho!.
Por eso me extrañó cuando me advirtió, momentos antes de mi partida, cuando más ansioso estaba por conocer al hombre que me engendró. - “No esperes demasiado de tu padre” -. Y me enfadó, aquel comentario hirió algo profundo dentro de mi. Mortificó los momentos en los que entrenaba, imaginando lo orgulloso que estarías de verme tan fuerte. Jomei me crió, me entrenó pero fue más como un tío o un maestro, jamás pudo sustituir la imagen del héroe que dio su vida por protegernos. El héroe que era mi padre. ¡Mi padre! ¡Padre! ¡Tú! ¡el mismo dispuesto a condenar a mi madre, la mujer que más te ha amado en tu miserable vida, con tal de preservar tu “honor”! ¡Con tal de que tu ego no se viese lastimado! ¡Mis raíces eran ensoñaciones!.
Un príncipe valiente, noble, un guerrero tenaz... un maldito, un asesino, un príncipe indigno, alguien capaz de arriesgar el futuro de su pueblo por un capricho, un loco, un ser incomprensible, incapaz de amarnos siquiera. Rompiste mis sueños, todas las historias que recreaba en mi imaginación acerca de ti eran mentira. Me hiciste sentir huérfano, más huérfano de padre que nunca. Tu alma está muerta, la mató tu pasado oscuro, tus maldades, los lastres que arrastras sin saberlo, sin siquiera reconocerlo. Dios mío, me siento tan solo... incluso... ¡pensabas dejarnos morir! No moviste un músculo, ni tu rostro demostró un solo gesto de temor, o pesar... ¡eras una estatua fría que miraba como éramos atacados por tus hombres! ¡las únicas personas que te habían querido en tu maldita vida, sin merecerlo si quiera... te reproché, no pude más, te odié, te odié más que a tus “asesinos” por haberme arrebatado al padre que creí tener y haber quebrantado la fuente que me daba energía en los momentos oscuros! Ya no deseo demostrarte cuan orgulloso puedes estar de mí. Tampoco creo que mi concepto de orgullo coincida con el tuyo. Me has hecho sentir no obstante, afortunado de ser de otra manera, distinto a ti, ¡opuesto! ¡Te aborrecí y te aborrezco tanto como la hiel pero, aun así eres mi padre! Por más doloroso que sea, eres tú. He de aceptarlo.
Y ahora se porque no había de esperar demasiado de ti. Porque nunca me abrazarías, ni me mirarías con lagrimas en los ojos, orgulloso de mi valentía, ni me dirías que me quieres. Envidió a Umako, porque habiendo muerto su padre... Jomei, también en esto te supera.
Oh, sí, por fin pareces interesado en lo que digo. Tienes que derrotarle ¿verdad? Y después ¿qué?. Él será mejor que tú, él más querido, porque luchó por los que amaba, dio su vida por ellos, por nosotros, por que él amaba a mi madre, y a mi y mi hermana. Y eso es algo que tú jamás podrás hacer ¡Maldito! Si un día hubieras de morir en una batalla no tendrías la delicadeza de haber permitido que el amor llenase tu corazón aun en los últimos instantes de tu existencia. En esos momentos pensarías en Jomei, y rabiarías por no haber sido lo suficientemente fuerte como él. Hasta en eso te ha superado, como padre, como esposo... porque tu corazón está lleno de una miseria inmensa. ¡Eres el príncipe de la miseria!.
–¡CALLA YA! Maldito mocoso resentido... ¿crees que me afectan tus rabietas?¿quién eres tú para hablar así?. Apenas has cruzado dos palabras conmigo y me juzgas ligeramente como un monstruo. Pero está bien. Está bien que creas eso, porque es lo que soy. Y tú eres el hijo de un monstruo, el hijo del príncipe de los monstruos. Y tendrás que aceptar que por tus venas corre mi sangre. ¿Qué culpa tengo yo de que imaginaras absurdas escenas?. Ódiame si es lo que quieres, de hecho, lo prefiero.
–¿Por qué? ¿por qué prefieres que te odie? Ahora callas; no brotan de tus labios más palabras. No veo lagrimas en tus ojos. Mira los míos, no importa que caigan libremente, sigo siendo quien soy... y también te supero.
–¿Ah si? ¡Demuéstralo entonces... vamos...enséñame tu gran y enorme poder, muchacho, quiero ver cuanto me odias!
No existió nadie durante semanas, solo un visceral odio entre padre e hijo. Un circulo vicioso que se alimentaba con reproches y sarcasmos. La batalla que libraban ambos era más espiritual que física. El uno matando sus fantasmas, el otro admitiendo que había querido resucitar un muerto. Y al final, cuando algo llega al fondo del río puede pasar que se ahogue para siempre en su lecho, o que resurja a la superficie.Los comienzos del amor son como el nacimiento de un árbol. Débil, desprotegido, pequeño, influenciable por las inclemencias del tiempo. Pero ha de hacerse fuerte poco a poco, cuando la semilla es buena y resistente. El corazón de ambos era con una mata fuerte que se agarra a la tierra ansiosa de vida. Así que un día, surgió el instante, ese punto diminuto en que dos personas deciden apartar la tierra que les impide ver la luz del astro sol y admirarse de las maravillas del mundo. ¿Por qué odiar cuando se anhela el amor?
Tanto el hijo necesita al padre, necesita el padre al hijo. Y donde la necesidad surge, el amor custodia las puertas del corazón y las abre. Primero un resquicio, después un cuarto...
Y se abrieron de par en par cuando Marcel le pidió que le matase... y le reconoció que no era capaz de vivir odiándole pues le quería.
–Así que mátame, porque no soporto el dolor ni el deshonor de vivir en estas circunstancias, sabiendo que soy un hijo no deseado, un feto que debió ser abortado, un niño que no debió nacer... ¡Haz ahora lo que no pudiste hacer en el pasado!
Fue tal la angustia que aquella petición desató en el alma de Yayitsu, que por un instante fue olvidado el rencor por las palabras que le escocían el orgullo y fue necesario contenerse infinitamente para no abrazarlo y demostrarle cuan equivocado estaba en juzgarle así.
–Escucha muchacho y deja de decir tonterías... Japón, el imperio donde nací, de donde proceden tus raíces. Mi padre, tu abuelo, es el emperador, le admiraba y le temía... tanto como le apreciaba. Jamás me abrazó, ni me dedicó palabras como si fuese una princesita. Por el contrario, me educó para ser fuerte y recio. Gracias a eso, logré sobrevivir a cuantas dificultades encontré, que fueron muchas. Nunca vi error en aquella forma de actuar, pues un guerrero ha de aprender a formarse desde la infancia. Ahora deja de actuar como lo haría un hijo de Jomei. Lamento que él se encargase de tu educación pues... hubiera querido entrenarte, de no haber sucedido esto. Habría procurado enseñarte las costumbres en que me crié. No tengo la culpa de no ser como tú creías, pero tampoco soy como piensas ahora. Soy el príncipe del imperio del sol naciente y tu eres mi descendiente. ¡Ten orgullo, levanta la cabeza, deja de llorar, ponte en guardia y demuestra que eres digno de tu estirpe! Porque te aseguro que cuanto creías de la nobleza y valentía, de la misma es cierto. Vamos, ¡ahora hijo mío, no es momento para rendirse, es momento para la lucha!
Desde ese momento comenzaron a llevarse mejor. Juntos construyeron los cimientos de su relación, ambos francos y abiertos, tenían más parecido del que creían.
–Tu madre, ¿cómo está?
–No lo sé, ella no habla mucho conmigo últimamente... cada día la veo más enferma.
–¿Volvió a casarse?
–¿Eh? No, ¿por qué lo preguntas?
–Por la mocosa con la que llegaron. No es hija de Jomei ¿o si?
–No, ella es mi hermana.
–¿Cuántos años tiene?
–Nueve.
–¿Quién es su padre?
–Mamá me prohibió decírtelo. No quiere lastimarte –Yayitsu se levantó y se dirigió a la aldea en la que estaba custodiada Camil, Ana y sus hijos, sin escuchar antes a su hijo.
Yayitsu se acercaba a la aldea montado en su caballo. Lleno de ira y rencor contra la pequeña niña y el hombre que se atrevió a tocar a su mujer. Si, su mujer, para él, Camil siempre sería suya. E iba a averiguar el nombre del bastardo que la embarazó. Y quería volver a la vida a Jomei para después matarlo por no haber protegido a su amada. Al llegar a la casa donde estaba Camil, entró y ordenó que todos salieran de la habitación. Todos salieron rápidamente, excepto Ana. Tenía miedo de que dañara a Camil, con ese hombre no se sabía a que atenerse, era tan impredecible.
–Mujer ¡te ordené que te fueras!
–No voy a irme, Camil está enferma ¡¿qué no te das cuenta?!
–Solo voy a hablar con ella, hay algunas cosas que tiene que explicarme.
–Está bien Ana, prepárame un té por favor y cuida que la niña no suba –Ana salió de la habitación aunque no estando de acuerdo.
Yayitsu la observó unos minutos, ella aun seguía siendo hermosa, ya tenía treinta y dos años, pero seguía luciendo mucho más joven. Estaba igual que cuando la conoció, aunque se veía más delgada.
–Dime Yayitsu, ¿sucede algo con Marcel?
–No.
–Entonces ¿qué es lo que tengo que explicarte?
–¿Quién es el padre de la mocosa?
–Así que Marcel no te lo dijo.
–Me dijo que se lo prohibiste. Por eso estoy aquí. Así que dímelo.
–¿Para que?
–Para matar al imbécil que se atrevió a tocarte.
–Ja, ja, ja; no has cambiado Yayitsu.
–¿Qué esperabas? ¿qué me quede de brazos cruzados sabiendo que te acostaste con otro?
–No Yayitsu, yo jamás he estado con otro hombre que no seas tú.
En la primera planta Tsuki y William jugaban a las escondidas con Umako, así que ambos buscaban donde esconderse. Sin que Ana lo notase, ambos niños subieron a la habitación de Camil para esconderse. Y siendo como eran los pequeños, entraron al cuarto sin pedir permiso, corriendo y haciendo mucho ruido.
Al entrar Tsuki se topó con Yayitsu y cayó al suelo pero al verlo fue a esconderse detrás de William, porque aunque sabía que él era su padre, le tenía un poco de miedo.
–¡Mocosa, que no sabes que debes tocar la puerta antes de entrar! –William, quien era la encarnación de su padre, hizo una reverencia a su príncipe. Esto complació a Yayitsu, saber que Jomei había educado bien a sus hijos. Inculcándoles respeto por su príncipe. Pero Tsuki estaba allí parada frente a él, detrás de William sujetándolo por la ropa fuertemente. Sin decir nada, sólo viéndolo e incomodando al príncipe.
–¿Qué tanto me ves mocosa? –ella no dijo nada, sólo lo observaba. Por alguna extraña razón, Yayitsu se sentía muy incomodo al ser observado por aquella niña de ojos azules, sentía que no debía tratarla de ese modo.
–Ven mi amor, dime ¿qué sucede? ¿para que entraste al cuarto? ¿Te regañó Ana? –la niña respondió negativamente con la cabeza.
–Entonces ¿qué pasa?.
–Jugamos al escondite con Umako madrina –respondió William.
–Ah, querían esconderse de él, ¿por qué no van al cuarto de Marcel y se esconden en el armario?
–No, ya no quiero jugar, quiero estar contigo mami.
–Tu mamá está ocupada hablando conmigo, así que mejor vete a jugar.
–Mi amor, ve con Ana y dile que suba mi té, y te prometo que puedes estar aquí conmigo todo el tiempo que quieras –ambos niños salieron a buscar a Ana que estaba en la cocina.
–¿Vas a decírmelo?
–Tú Yayitsu, tú eres su padre.
–Padre, necesito que me escuches unos instantes antes de comenzar el entrenamiento. Me resultaría imposible concentrarme sin decirte todo cuanto deseo.
–¡Bah! Di lo que quieras. Con tal de que pueda entrenar tranquilo... –Marcel contuvo con esfuerzo una ira voluble e insana y comenzó a relatar su historia, la historia de un padre muerto y de un hijo que le amaba.
–Crecí embriagado con la leyenda de ser el descendiente de la estirpe real del imperio del sol naciente. Me sentía afortunado y heredero de una causa y una raza. Y, como no pude tenerte a mi lado, creé un mundo de sueños mezclados con realidad, en los que tú estabas presente de alguna forma extraña. Pensé muchas veces que me protegías desde el infinito mundo del más allá. Quería verte en las nubes, imaginaba el rostro que, si conocí, olvidé. Me asaltaba la nostalgia de unos abrazos no recibidos, y de unos instantes felices, arrebatados por los asesinos que se jactaban, sonrientes, de arruinar mi mundo. Lloré de rabia muchas veces imaginando tu muerte, padre. Y te visualizaba alzándote tan orgulloso como mamá decía, herido pero incansable, con tus últimas fuerzas, valiente, como el guerrero honorable que me narraba Jomei, plantando cara al enemigo mientras pensabas en mamá, y en mi, prometiéndonos protección, jurando que nos mantendrías vivos y lográndolo, pues aquí estoy.
Cuando era pequeño, asaltaba a mamá con preguntas que, esquiva, me respondía con una sonrisa dulce; me contaba lo que ya sabía miles de veces, porque nunca me cansaba de escucharlo. Mis cuentos antes de dormir eras tú. ¿Qué niño no pregunta por su padre?. Muerto o no. Quería mantenerte vivo con los recuerdos, alimentando una imaginación viva y ansiosa de conocimientos. ¿Qué es un fruto que no sabe del árbol del cual procede?. Me sentía roído en las raíces por una tristeza infinita, que jamás moría. Que fácilmente perece la felicidad y que difícil es resucitar la alegría cuando la congoja alimente el espíritu. Sentía que no merecías haber muerto, sin gozar aunque fuese un beso de tus hijo o un te quiero de tu familia.
Pronto aprendí a no pedir más cuentos nocturnos, a no preguntarle por ti demasiado porque, aunque jamás existió un solo reproche en mi madre a la hora de hablarme de ti, podía percibir la tristeza de sus ojos azules, el dolor en su pecho cuando suspiraba palabra a palabra, como una rosa que se marchita lentamente. Y después, por la noche, odiaba tener oídos tan finos que escuchaban sus lagrimas y unos sollozos ahogados por la almohada. Aun te amaba, después de tantos años de haber muerto, mamá te quería. Y yo pensaba que tanta dedicación, tanto amor se debían al haber compartido momentos hermosos. Creía que yo era el fruto del amor, que era el deseado descendiente de un guerrero noble y valeroso. Nunca imaginé ser elijo de un asesino. ¡Sí! ¡Porque mi abuelo me lo ha contado todo! ¡Porque mi madre no me pudo negar nada! ¡porque antes de morir Jomei me pidió perdón por no habérmelo dicho!.
Por eso me extrañó cuando me advirtió, momentos antes de mi partida, cuando más ansioso estaba por conocer al hombre que me engendró. - “No esperes demasiado de tu padre” -. Y me enfadó, aquel comentario hirió algo profundo dentro de mi. Mortificó los momentos en los que entrenaba, imaginando lo orgulloso que estarías de verme tan fuerte. Jomei me crió, me entrenó pero fue más como un tío o un maestro, jamás pudo sustituir la imagen del héroe que dio su vida por protegernos. El héroe que era mi padre. ¡Mi padre! ¡Padre! ¡Tú! ¡el mismo dispuesto a condenar a mi madre, la mujer que más te ha amado en tu miserable vida, con tal de preservar tu “honor”! ¡Con tal de que tu ego no se viese lastimado! ¡Mis raíces eran ensoñaciones!.
Un príncipe valiente, noble, un guerrero tenaz... un maldito, un asesino, un príncipe indigno, alguien capaz de arriesgar el futuro de su pueblo por un capricho, un loco, un ser incomprensible, incapaz de amarnos siquiera. Rompiste mis sueños, todas las historias que recreaba en mi imaginación acerca de ti eran mentira. Me hiciste sentir huérfano, más huérfano de padre que nunca. Tu alma está muerta, la mató tu pasado oscuro, tus maldades, los lastres que arrastras sin saberlo, sin siquiera reconocerlo. Dios mío, me siento tan solo... incluso... ¡pensabas dejarnos morir! No moviste un músculo, ni tu rostro demostró un solo gesto de temor, o pesar... ¡eras una estatua fría que miraba como éramos atacados por tus hombres! ¡las únicas personas que te habían querido en tu maldita vida, sin merecerlo si quiera... te reproché, no pude más, te odié, te odié más que a tus “asesinos” por haberme arrebatado al padre que creí tener y haber quebrantado la fuente que me daba energía en los momentos oscuros! Ya no deseo demostrarte cuan orgulloso puedes estar de mí. Tampoco creo que mi concepto de orgullo coincida con el tuyo. Me has hecho sentir no obstante, afortunado de ser de otra manera, distinto a ti, ¡opuesto! ¡Te aborrecí y te aborrezco tanto como la hiel pero, aun así eres mi padre! Por más doloroso que sea, eres tú. He de aceptarlo.
Y ahora se porque no había de esperar demasiado de ti. Porque nunca me abrazarías, ni me mirarías con lagrimas en los ojos, orgulloso de mi valentía, ni me dirías que me quieres. Envidió a Umako, porque habiendo muerto su padre... Jomei, también en esto te supera.
Oh, sí, por fin pareces interesado en lo que digo. Tienes que derrotarle ¿verdad? Y después ¿qué?. Él será mejor que tú, él más querido, porque luchó por los que amaba, dio su vida por ellos, por nosotros, por que él amaba a mi madre, y a mi y mi hermana. Y eso es algo que tú jamás podrás hacer ¡Maldito! Si un día hubieras de morir en una batalla no tendrías la delicadeza de haber permitido que el amor llenase tu corazón aun en los últimos instantes de tu existencia. En esos momentos pensarías en Jomei, y rabiarías por no haber sido lo suficientemente fuerte como él. Hasta en eso te ha superado, como padre, como esposo... porque tu corazón está lleno de una miseria inmensa. ¡Eres el príncipe de la miseria!.
–¡CALLA YA! Maldito mocoso resentido... ¿crees que me afectan tus rabietas?¿quién eres tú para hablar así?. Apenas has cruzado dos palabras conmigo y me juzgas ligeramente como un monstruo. Pero está bien. Está bien que creas eso, porque es lo que soy. Y tú eres el hijo de un monstruo, el hijo del príncipe de los monstruos. Y tendrás que aceptar que por tus venas corre mi sangre. ¿Qué culpa tengo yo de que imaginaras absurdas escenas?. Ódiame si es lo que quieres, de hecho, lo prefiero.
–¿Por qué? ¿por qué prefieres que te odie? Ahora callas; no brotan de tus labios más palabras. No veo lagrimas en tus ojos. Mira los míos, no importa que caigan libremente, sigo siendo quien soy... y también te supero.
–¿Ah si? ¡Demuéstralo entonces... vamos...enséñame tu gran y enorme poder, muchacho, quiero ver cuanto me odias!
No existió nadie durante semanas, solo un visceral odio entre padre e hijo. Un circulo vicioso que se alimentaba con reproches y sarcasmos. La batalla que libraban ambos era más espiritual que física. El uno matando sus fantasmas, el otro admitiendo que había querido resucitar un muerto. Y al final, cuando algo llega al fondo del río puede pasar que se ahogue para siempre en su lecho, o que resurja a la superficie.Los comienzos del amor son como el nacimiento de un árbol. Débil, desprotegido, pequeño, influenciable por las inclemencias del tiempo. Pero ha de hacerse fuerte poco a poco, cuando la semilla es buena y resistente. El corazón de ambos era con una mata fuerte que se agarra a la tierra ansiosa de vida. Así que un día, surgió el instante, ese punto diminuto en que dos personas deciden apartar la tierra que les impide ver la luz del astro sol y admirarse de las maravillas del mundo. ¿Por qué odiar cuando se anhela el amor?
Tanto el hijo necesita al padre, necesita el padre al hijo. Y donde la necesidad surge, el amor custodia las puertas del corazón y las abre. Primero un resquicio, después un cuarto...
Y se abrieron de par en par cuando Marcel le pidió que le matase... y le reconoció que no era capaz de vivir odiándole pues le quería.
–Así que mátame, porque no soporto el dolor ni el deshonor de vivir en estas circunstancias, sabiendo que soy un hijo no deseado, un feto que debió ser abortado, un niño que no debió nacer... ¡Haz ahora lo que no pudiste hacer en el pasado!
Fue tal la angustia que aquella petición desató en el alma de Yayitsu, que por un instante fue olvidado el rencor por las palabras que le escocían el orgullo y fue necesario contenerse infinitamente para no abrazarlo y demostrarle cuan equivocado estaba en juzgarle así.
–Escucha muchacho y deja de decir tonterías... Japón, el imperio donde nací, de donde proceden tus raíces. Mi padre, tu abuelo, es el emperador, le admiraba y le temía... tanto como le apreciaba. Jamás me abrazó, ni me dedicó palabras como si fuese una princesita. Por el contrario, me educó para ser fuerte y recio. Gracias a eso, logré sobrevivir a cuantas dificultades encontré, que fueron muchas. Nunca vi error en aquella forma de actuar, pues un guerrero ha de aprender a formarse desde la infancia. Ahora deja de actuar como lo haría un hijo de Jomei. Lamento que él se encargase de tu educación pues... hubiera querido entrenarte, de no haber sucedido esto. Habría procurado enseñarte las costumbres en que me crié. No tengo la culpa de no ser como tú creías, pero tampoco soy como piensas ahora. Soy el príncipe del imperio del sol naciente y tu eres mi descendiente. ¡Ten orgullo, levanta la cabeza, deja de llorar, ponte en guardia y demuestra que eres digno de tu estirpe! Porque te aseguro que cuanto creías de la nobleza y valentía, de la misma es cierto. Vamos, ¡ahora hijo mío, no es momento para rendirse, es momento para la lucha!
Desde ese momento comenzaron a llevarse mejor. Juntos construyeron los cimientos de su relación, ambos francos y abiertos, tenían más parecido del que creían.
–Tu madre, ¿cómo está?
–No lo sé, ella no habla mucho conmigo últimamente... cada día la veo más enferma.
–¿Volvió a casarse?
–¿Eh? No, ¿por qué lo preguntas?
–Por la mocosa con la que llegaron. No es hija de Jomei ¿o si?
–No, ella es mi hermana.
–¿Cuántos años tiene?
–Nueve.
–¿Quién es su padre?
–Mamá me prohibió decírtelo. No quiere lastimarte –Yayitsu se levantó y se dirigió a la aldea en la que estaba custodiada Camil, Ana y sus hijos, sin escuchar antes a su hijo.
Yayitsu se acercaba a la aldea montado en su caballo. Lleno de ira y rencor contra la pequeña niña y el hombre que se atrevió a tocar a su mujer. Si, su mujer, para él, Camil siempre sería suya. E iba a averiguar el nombre del bastardo que la embarazó. Y quería volver a la vida a Jomei para después matarlo por no haber protegido a su amada. Al llegar a la casa donde estaba Camil, entró y ordenó que todos salieran de la habitación. Todos salieron rápidamente, excepto Ana. Tenía miedo de que dañara a Camil, con ese hombre no se sabía a que atenerse, era tan impredecible.
–Mujer ¡te ordené que te fueras!
–No voy a irme, Camil está enferma ¡¿qué no te das cuenta?!
–Solo voy a hablar con ella, hay algunas cosas que tiene que explicarme.
–Está bien Ana, prepárame un té por favor y cuida que la niña no suba –Ana salió de la habitación aunque no estando de acuerdo.
Yayitsu la observó unos minutos, ella aun seguía siendo hermosa, ya tenía treinta y dos años, pero seguía luciendo mucho más joven. Estaba igual que cuando la conoció, aunque se veía más delgada.
–Dime Yayitsu, ¿sucede algo con Marcel?
–No.
–Entonces ¿qué es lo que tengo que explicarte?
–¿Quién es el padre de la mocosa?
–Así que Marcel no te lo dijo.
–Me dijo que se lo prohibiste. Por eso estoy aquí. Así que dímelo.
–¿Para que?
–Para matar al imbécil que se atrevió a tocarte.
–Ja, ja, ja; no has cambiado Yayitsu.
–¿Qué esperabas? ¿qué me quede de brazos cruzados sabiendo que te acostaste con otro?
–No Yayitsu, yo jamás he estado con otro hombre que no seas tú.
En la primera planta Tsuki y William jugaban a las escondidas con Umako, así que ambos buscaban donde esconderse. Sin que Ana lo notase, ambos niños subieron a la habitación de Camil para esconderse. Y siendo como eran los pequeños, entraron al cuarto sin pedir permiso, corriendo y haciendo mucho ruido.
Al entrar Tsuki se topó con Yayitsu y cayó al suelo pero al verlo fue a esconderse detrás de William, porque aunque sabía que él era su padre, le tenía un poco de miedo.
–¡Mocosa, que no sabes que debes tocar la puerta antes de entrar! –William, quien era la encarnación de su padre, hizo una reverencia a su príncipe. Esto complació a Yayitsu, saber que Jomei había educado bien a sus hijos. Inculcándoles respeto por su príncipe. Pero Tsuki estaba allí parada frente a él, detrás de William sujetándolo por la ropa fuertemente. Sin decir nada, sólo viéndolo e incomodando al príncipe.
–¿Qué tanto me ves mocosa? –ella no dijo nada, sólo lo observaba. Por alguna extraña razón, Yayitsu se sentía muy incomodo al ser observado por aquella niña de ojos azules, sentía que no debía tratarla de ese modo.
–Ven mi amor, dime ¿qué sucede? ¿para que entraste al cuarto? ¿Te regañó Ana? –la niña respondió negativamente con la cabeza.
–Entonces ¿qué pasa?.
–Jugamos al escondite con Umako madrina –respondió William.
–Ah, querían esconderse de él, ¿por qué no van al cuarto de Marcel y se esconden en el armario?
–No, ya no quiero jugar, quiero estar contigo mami.
–Tu mamá está ocupada hablando conmigo, así que mejor vete a jugar.
–Mi amor, ve con Ana y dile que suba mi té, y te prometo que puedes estar aquí conmigo todo el tiempo que quieras –ambos niños salieron a buscar a Ana que estaba en la cocina.
–¿Vas a decírmelo?
–Tú Yayitsu, tú eres su padre.
–¡Qué! –esa respuesta le cayó como balde de agua helada. Estaba en shock sin poder creerlo. ¿Por qué? ¡porque no me lo dijiste!.
–Porque no pensaba volver a Japón pero... ahora es diferente.
–¿Por qué?
–porque moriré en poco tiempo, he venido solo para pedirte que te encargues de ellos cuando muera.
–No, eso no es posible, debe haber un error.
–No hay error, el médico me lo ha dicho. Y ocho doctores más lo han confirmado Yayitsu.
–No... –Yayitsu la abrazó con fuerza mientras lloraba. ¿Por qué? ¿por qué ha sido así de cruel la vida con nosotros? –él le decía mientras lloraba desesperadamente.
–Ya mi amor... –le dijo ella dulcemente. Ya verás que estarás bien.
–¡NO! ¡jamás estaré bien sin ti!
–Debes ser fuerte, si tu te derrumbas ¿quién cuidará de nuestros hijos?
–No puedo hacerlo sin ti, no se cómo.
–Ana te ayudará, pero ellos te necesitan más de lo que crees –Yayitsu volvió a abrazarla llorando sin consuelo en su pecho, mientras ella lo acariciaba y besaba su frente diciéndole que estaría bien, que lo amaba mucho.
Entonces Tsuki y William entraron nuevamente al cuarto con el té de Camil. William llevaba la tasa porque estaba muy caliente. Él era muy sobre protector con Tsuki y muy celoso también.
–¡Mami yo te serví el té! ¡Verdad Will!
–Sí.
–Lo endulcé con miel como te gusta.
–Muchas gracias mi amor, ponlo sobre la mesa por favor –William salió a buscar a su hermano para jugar con él, Tsuki se acercó a la cama y se sentó junto a su madre, entonces notó que su padre estaba llorando.
–Mami, ¿por qué está llorando el príncipe? –le susurró al oído, sin embargo Yayitsu pudo escucharla. Así que enjugó sus lagrimas, no podía mostrarse así frente a sus hijos. Era obvio que no lo sabían, tal vez ni siquiera Ana lo sabía. Conociéndola, se la pasaría llorando noche y día el tiempo que le quedara a Camil. No, él no iba a hacer eso, sería fuerte, por sus hijos. Ya era hora de que actuara como padre.
–Lloro porque mi hija no quiere hablarme, ni siquiera me ha dado un abrazo –la niña se escondió bajo las sábanas y le dijo.
–Yo pensé que no querías que te hablara, que no querías que estuviera cerca de ti –entonces Yayitsu la cargó y la acurrucó entre sus brazos y la besó en su frente.
–Claro que no princesa, yo te quiero con todo el corazón –la niña lo abrazó y le dio un beso en la mejilla y comenzó a contarle lo todo lo que hacía, lo que le gustaba y lo que no.
–Porque no pensaba volver a Japón pero... ahora es diferente.
–¿Por qué?
–porque moriré en poco tiempo, he venido solo para pedirte que te encargues de ellos cuando muera.
–No, eso no es posible, debe haber un error.
–No hay error, el médico me lo ha dicho. Y ocho doctores más lo han confirmado Yayitsu.
–No... –Yayitsu la abrazó con fuerza mientras lloraba. ¿Por qué? ¿por qué ha sido así de cruel la vida con nosotros? –él le decía mientras lloraba desesperadamente.
–Ya mi amor... –le dijo ella dulcemente. Ya verás que estarás bien.
–¡NO! ¡jamás estaré bien sin ti!
–Debes ser fuerte, si tu te derrumbas ¿quién cuidará de nuestros hijos?
–No puedo hacerlo sin ti, no se cómo.
–Ana te ayudará, pero ellos te necesitan más de lo que crees –Yayitsu volvió a abrazarla llorando sin consuelo en su pecho, mientras ella lo acariciaba y besaba su frente diciéndole que estaría bien, que lo amaba mucho.
Entonces Tsuki y William entraron nuevamente al cuarto con el té de Camil. William llevaba la tasa porque estaba muy caliente. Él era muy sobre protector con Tsuki y muy celoso también.
–¡Mami yo te serví el té! ¡Verdad Will!
–Sí.
–Lo endulcé con miel como te gusta.
–Muchas gracias mi amor, ponlo sobre la mesa por favor –William salió a buscar a su hermano para jugar con él, Tsuki se acercó a la cama y se sentó junto a su madre, entonces notó que su padre estaba llorando.
–Mami, ¿por qué está llorando el príncipe? –le susurró al oído, sin embargo Yayitsu pudo escucharla. Así que enjugó sus lagrimas, no podía mostrarse así frente a sus hijos. Era obvio que no lo sabían, tal vez ni siquiera Ana lo sabía. Conociéndola, se la pasaría llorando noche y día el tiempo que le quedara a Camil. No, él no iba a hacer eso, sería fuerte, por sus hijos. Ya era hora de que actuara como padre.
–Lloro porque mi hija no quiere hablarme, ni siquiera me ha dado un abrazo –la niña se escondió bajo las sábanas y le dijo.
–Yo pensé que no querías que te hablara, que no querías que estuviera cerca de ti –entonces Yayitsu la cargó y la acurrucó entre sus brazos y la besó en su frente.
–Claro que no princesa, yo te quiero con todo el corazón –la niña lo abrazó y le dio un beso en la mejilla y comenzó a contarle lo todo lo que hacía, lo que le gustaba y lo que no.
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