sábado, 8 de noviembre de 2008

Los muertos y los día de muertos que momentos estos de la muerte y después como menciona Octavio Paz en su “Laberinto de la Soledad”, nos burlarnos de ella haciendo calaveras en verso, cráneos de azúcar y las bautizamos con los nombres de los seres más queridos y ¿Porqué no, de los más odiados? Los mexicanos hemos jugado con la muerte, tal cual jugamos con ella porque nos arroba un miedo atroz y terror inconmensurable…

¿Será quizá por ello que jugamos este triste y alegre juego de la muerte? La respuesta es panóptica y panorámica para cada mexicano, pues a cada uno de nosotros le corresponde su propia contestación.

Vamos a los velorios y cuchicheamos con los otros invitados en secreto, sonreímos e incluso nos carcajeamos con sordina de las situaciones propias del velatorio del muerto o de su muerte misma, también de otras circunstancias quizá menos importantes. Las mujeres mexicanas generalmente las señoras se muestran muy respetuosas con los dolientes y son solidarias en los dolores por la desaparición de la vida del difunto, ellas rezan los consabidos rezos oníricos que te hace repetir la comandante en jefe de las plegarias y las jaculatorias a Dios con los que le pedimos por el alma del muertito. Siempre, “ruega por nosotros” repetimos los invitados, bueno los que siguen el juego del rito de muerte.

Los señores, o sea los esposos por supuesto se salen de la sala donde descansa el cuerpo del que yace, ellos fuman, beben, se platican de todo menos del muerto…

Para ellos, ellas las mujeres sus señoras son las encargadas de estos menesteres poco masculinos, quiero decir que ellos los señores, son más bien muy cobardes y ellas sus mujeres muy valientes y ellas las esposas enfrentan todo este jolgorio de la muerte mexicana…

En los cementerios donde hemos los mexicanos depositados los restos mortuorios de los que amamos tanto cuando vivían, nos reunimos para rezar, para hacer mayúscula tertulia, para comer y compartirles a nuestros muertitos los platos que ellos disfrutaron en vida, les preparamos sus guisos favoritos.

Hay un ritual que es imposible dejar de mencionar… las ofrendas, estos altares que dedicamos a los caídos en plena batalla con la vida, es sin duda un sincretismo enorme de nuestras culturas americanas y prehispánicas amalgamadas con los ritos judeocristiano católicos, les ponemos a los muertos de la familia una mesas adornadas convertidas en aras, con los alimentos de su preferencia, mole poblano, mole de caderas, frutas del sureste mexicano, plátanos, ciruelas, melones… y por supuesto les apostamos ahí mismo sus bebidas favoritas: cervezas, aguardiente de caña, coñac, brandy y no debe faltar el elixir nacional “el tequila”.

Un día hace muchos años allá en mi tierra y con mi madre, le cuestioné ¿Ma´ y como se comen los muertitos las comidas que les dejamos? (la noche anterior al dos de noviembre fecha en que celebramos a nuestros desaparecidos). Su respuesta, categórica y contundente sin dejar cabos sueltos para mi duda, fue: Ellos vienen (no mencionó como) se comen el sabor de los alientos y se van…

Hubiera querido quedar conforme con esta respuesta, pero la primera duda que me surgió fue, que raro por que al otro día cuando nos comemos lo que dejaron nuestros muertos todo sabe rico, sabroso, no comprendo como es que se llevan los sabores, pero bueno, entre el respeto y el miedo a mi Carmeluchi preferí continuar hasta el día de hoy con esa incertidumbre




GRACIAS AL MUERTO

Hace tanto tiempo que necesito
decir cosas, ideas, sentimientos,
acaso el muerto, la urna; la hija,
mirar con alegría la muerte del mismo.

Y a la muerte misma.

Mis hermanas, mis hermanos, unos
están, otros faltan. De manera final
nosotros juntos, mi madre, mis hijos,
todos juntos ahí, unidos por el extinto.

Y por la muerte misma.

Caminamos las sendas de la vida,
caminamos los senderos de la muerte,
unos se van y muchos llegan,
Se me va a llenar el mundo.

Y estaré con Dios no con el muerto.

Y voy a tener que hacerme
un lugarcito para no pelear,
para no tropezar, para tranquilo
estar yo solo y con Él.

Y estaré con Dios no con el muerto.

Así, sin temor por los caminos
andar, sin temor por las vidas
caminar, como por el muerto,
con mi sangre los caminos caminar.

Carlos López Carmen

04 de noviembre de 2003
9:37 AM.

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