CACERÍA

jueves, 11 de agosto de 2011

TAREA EN PRIMERA, SEGUNDA Y TERCERA PERSONAS.

Me sentía muy cansado y arrastraba las botas en la tierra húmeda. La escopeta colgada en mi hombro no había efectuado un solo disparo. Volvía a llover y el monte silenciaba sus ruidos para ceder la palabra a las gotas que resonaban en las frondas, crecían y se dejaban caer pesadamente mojándolo todo. Decidí descansar ahí, de pie, las bocas de los dos cañones bajo el ala del sombrero que escurría como el alero de una casa. En cuanto dejara de llover reanudaría la marcha. Aún no perdía las esperanzas. No sería la primera vez que yendo de regreso me saliera una buena pieza que recompensaría con creces el esfuerzo. Así permanecí inmóvil, por completo mezclado con el entorno, esperando pacientemente que la lluvia dejara de caer.
    Habías salido esa mañana y caminado por varias horas cruzando potreros y alambradas para llegar a tus cazaderos favoritos. Encontraste las acahualeras de varios temazates y todo parecía prometedor. Mañana cenarías venado en casa. La lluvia iba y venía y el calor secaba tus ropas que no bien se habían secado cuando volvía a llover, lluvia suave y abundante. Después de unos minutos, la lluvia cesó y empezaste a caminar. Vadeaste un arroyo. El monte empapado te mojaba más que la lluvia misma. La escopeta embrazada, amartillada y lista, parecía esperar ansiosa como perro de presa tu orden de disparar. Por enésima vez, volvía a llover.
   El calor era intenso y el olor a materia orgánica putrefacta lo llenaba todo. Quieto como una estatua pero atento a su entorno buscaba cualquier indicio. Súbitamente, el matorral a su derecha se agitó violentamente y un gran bulto oscuro pegó la arrancada y salió tumbando monte. Tomado por sorpresa, alcanzó por instinto a levantar el arma. Con el corazón acelerado por la impresión, su experiencia por aquellos montes le impidió disparar. Aquello era más grande que un venado y alcanzó a ver que se trataba de un macho. Un gran toro del potrero vecino. Su corazón recuperó rápidamente el ritmo después del susto y se sintió afortunado por no haber asesinado un animal que le hubiera costado no sólo la cena de mañana sino las del resto del año.


SONETO AL VIENTO

Penetra por las puertas invisibles
de casa donde muros son ventanas,
arrastra al sol que nace en las mañanas
y calienta rincones imposibles.

Atiza llama tenue en la fogata
que por la noche nos espanta el frío
y trae el rumor que corre por el río,
donde la luna se refleja en plata.

Viajero inquieto en busca de destino
por veredas que nunca se trazaron
su andar no deja huellas ni camino.

Ignora si sus pasos empezaron
donde algún ave comenzó su trino
o allá donde sus vuelos terminaron.

                                                                                    Carlos García Motte


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