Modales en la mesa

viernes, 4 de julio de 2008

Sabía que estaba todo mal. De pies a cabeza.
Y no se trataba de tuviese novia o cualquier otro motivo intelectual.
No.
Pero estaba mal.
Sin embargo miré sus labios perfectos y los saboree a distancia, desde el otro lado de la mesa.
Me pidió una cuchara y cuando se la alcancé sonrió.
¡Que sonrisa! Me derretía…
Le dí un largo trago al vino tinto que había en mi copa, mientras me bebía su mirada.
En mi imaginación.
Y en mi imaginación su mirada no era tan indiferente a mis ojos.
Y tampoco estaba toda esa gente alrededor. Estaba vacío.
Más bien, él y yo.
Y su cabello oscuro lleno de sudor.
Nada de sus modales y perfecta imagen. Nada de camisas azules bien abotonadas y pantalones formales.
Nada de prototipo, y nada de distancia.
Y entonces salí de mi ensimismamiento y sentí unas manos tocándome los hombros y al girar la cabeza lo vi tan de cerca que pensé que iba a desmayar, pero en medio de mi delirio me sostuvo entre sus brazos y antes de que cualquier pensamiento le llegase a la mente, me abalancé sobre sus labios saboreando cada segundo con sabor a él.
Podría habérmelo devorado allí mismo, y noté que no había nadie que dijera que no.
Sus manos rozaron mi cintura, pero bastó ese contacto para hacerme desfallecer. Él seguía actuando con sutileza.
Yo ya había dejado al sentido común.
De alguna manera me encontré sobre la mesa y sentí sus labios probando el sabor de mi cuello, mi garganta, mi pecho.
Sufrí una lucha por comprender que parte de él deseaba más… sus manos, sus labios, su pecho, sus ojos.
Tomé su mano derecha y la llevé hasta mi pecho sin soltar nuestros dedos entrelazados.
Mordí sus labios rojos y con mi otra mano terminé de desabrochar los odiosos botones de su camisa, mientras enloquecía con la tranquilidad desesperada de sus ojos de miel.
Sentí su aliento cerca de mi mejilla, y quise probarlo también, quería tocarlo, tenerlo, quería que fuera mío…
Él se encontraba sobre mí, y sentí mis jeans escabullirse, mientras notaba cierto peso en sus pantalones.
No podía soportar un segundo más de sus modales.
Sus mejillas estaban encendidas cuando volví a acercarme a sus labios y atraía su cuerpo hacia mí.
De un momento a otro estaba aferrada a su cuerpo jadeante y los susurros de su respiración.
Sentí que un gemido se acercaba a mi garganta justo cuando estaba a punto de explotar todo su calor dentro de mí...
Entonces escuché una voz detrás de mí y sentí que alguien me tocaba el hombro.
Abrí los ojos y salí de mi sueño.
Ahí estaba él.
Se me paró el corazón y escuché su voz.
-Disculpa, ¿me pasas el salero, por favor?
Pero yo no comprendí ni una palabra de lo que dijo y sonreí cuando mi fantasía llegaba a su fin.

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