sábado, 26 de julio de 2008

Un narrador desempleado

Cierto tarde nublada de grises y tristezas de la cual no logro recordar la fecha, solo la hora 4:30pm me inmiscuí (como todo narrador obsesionado por su personaje) en las preocupantes cavilaciones de un Leonardo muy abatido. Leonardo era un hombre de cincuenta años. Maestro de literatura en la universidad del estado.
Cuando lo conocí en un cuento anterior a este. Era un esposo devoto y podría decirse que felizmente casado. Su vida descrita por el autor era envidiable. ¿Qué, cómo lo sé? Es fácil de responder, yo era el narrador de la historia. La línea argumental de aquella fábula era sencilla, trillada, común. Un hombre amante de las comedias románticas y las novelas, ha vivido toda su vida deseando conocer el verdadero amor. Aprovechando la llegada de su trigésimo cumpleaños le ruega con gran fe al genio de la velita pastelera cumpla su ansiado anhelo. Destino o azar no lo sé pero a la mañana siguiente camino al trabajo Leonardo tropieza con una bella mujer llamada Selene; torpe e insistentemente la corteja, de párrafo en párrafo se van enamorando, se casan y colorin colorado el cuento se ha acabado.
Un tiempo considerable paso, el autor e inventor de Leo (como cariñosamente lo apodo) no se intereso más por escribir sobre su vida. Yo por mi parte me apague a mi trabajo, narre historias cortas, algunas crónicas, más cuentos y hasta una novela del mismo autor, pero del matrimonio de Selene y Leonardo no supe más. Incitado por la curiosidad recurrí en secreto a: “Los almanaques clandestinos, sección: las historias sin final definido”. En esos registros no encontré mucho sobre ellos pero si halle su dirección: “Calle limbo, colonia la sombra, fraccionamiento los olvidados, sin número”. Sabiendo el lugar exacto al que debía ir, adopte mi fantasmagórico disfraz de narrador omnipresente para no ser visto o percibido por ellos; ya que, no me estaba permitido interferir con el curso de sus vidas.
Al llegar a su casa atravesé la puerta principal, deambule por la sala, el comedor y los baños sin toparme con nadie. Adornando ciertas paredes de la casa vi retratos de Selene y Leonardo. De pronto, unos gemidos provenientes de alguno de los dos dormitorios de la planta alta llamaron mi atención. Mi primer impulso fue ir a curiosear, (ir a echar un ojo como dicen) pero que clase de cronista sería si lo hiciera. Soy chismoso pero morboso o vouyerista nunca. Así que decidí irme a conocer el vecindario y dejar los espectáculos eróticos para otra ocasión. Supuse que, si a mí me gusta la privacidad mientras hago el amor con mi mujer, a Leonardo y a su esposa también.
De nuevo traspase la puerta. Levitando decidí pasear por ahí, el ambiente a mi alrededor era fúnebre. Recorridas unas cuantas calles encontré un pequeño parque muy descuidado, tétrico diría yo, como diseñado para una película de horror. Pronto alargue la vista y con gran asombro mis ojos chocaron con Leonardo mientras él fumaba sentado en una de las bancas un cigarrillo con gran parquedad.
A la velocidad del pensamiento una palabra golpeo mi frente: “infidelidad”. Dejando de lado las mil y una explicaciones posibles que justificaran los gemidos que escuche, siendo las más lógicas que cuando llegue de sorpresa Selene veía una película de cierta clasificación o que ella misma se estaba proporcionando placer manualmente. Opté, gracias a mi terquedad por convertirme en la sombra de Leo, jugar al detective y corroborar mi hipótesis por mi mismo. ¡Ojalá nunca lo hubiera hecho!
Mis sospechas eran ciertas, Selene desde hace tiempo, engañaba a su esposo con un hombre llamado Carlos quien era veinte años menor que Leonardo. Sus encuentros pasionales eran en las mañanas cuando Leo dejaba el lecho nupcial para ir a trabajar, Carlos lo sustituía. Después de año y medio de amantes, cansados de vivir en la clandestinidad y con el tiempo contado. Los amantes huyeron juntos a quien sabe donde sin dejar nota de despedida ni rastro de remordimiento.
Yo fui testigo de todo. Vi como Leo del sufrimiento adelgazo, descuido su apariencia, no dormía ni comía, muto en un amargado profesor. Y, aunque negaba su dolor e intentaba esconder su decepción, yo lo observaba en silencio aquellas noches en las que se aferraba a la almohada que ella solía usar y lloraba en silencio hasta quedarse dormido. El abandono de su mujer lo había devastado. He aquí sus pensamientos que presagie al principio de aquella tarde triste, recobrados por mi intromisión y plasmados con mis letras en esta confesión para ustedes:

“Los que solo saben criticar las acciones de su prójimo dirán que he tomado la salida del cobarde, que preferí rendirme en vez de luchar, que por mi falta de valor seré condenado a un sin fin de tormentos en el infierno por haber atentado contra la sagrada voluntad de Dios. ¡Espero que así sea, no le temo al sufrimiento! Porque aquí he soportado las peores desdichas y traiciones con buena cara, siempre creyendo que con buen animo y esperanza la paz llegaría algún día. Siento que lo mejor de mi vida se ha esfumado ya.
Estoy harto de tratar y tratar de mejorar y solo fracasar. He buscado por doquier algo que me incite a vivir, pero nada vale la pena, por lo menos yo así lo veo. Me enferma despertar sabiendo lo vacía que es mi vida, lo insulso e insignificante que soy, lo solo que estoy. Vivo asqueado de mi mismo y lo ultimo que deseo es contagiar a alguien con este nauseabundo malestar.
Saber que hoy al anochecer he de partir me tranquiliza. A partir de mañana nunca más alargare las noches con mi insomnio ni me levantare desganado y de mal humor por no haber podido dormir la noche anterior. Ya no me preguntare que voy a hacer durante el transcurso del día para no aborrecerme. No me preocupare por las deudas o por alimentar este cuerpo maltrecho. Por fin me librare del maldito dolor de cabeza que no me ha dejado ni a sol ni sombra desde hace un mes. Cesaran esos estupidos consejos en los cuales me dicen que con el tiempo sanare. Lo mejor de todo será olvidarme para siempre lo que es que me miren las personas con esa agridulce e hiriente lastima disimulada, esa que arrojan sobre mi cuando platico o paso junto a ellos. En definitiva el mío no será un final feliz, pero será mi final.

Tras el trastornado soliloquio suicida de Leonardo vino mi más grande error. Sobrepase los limites, mezcle el trabajo con una amistad prohibida y rompí el código de silencio que todo narrador debe honrar. Abriendo mi bocota aún siendo invisible a los ojos de nuestro protagonista dije:
—Yo puedo ayudarte Leo, no es necesario que mueras. —A lo que el respondió asustado. —¡Dios? ¿eres tú quien me habla? La verdad no pensaba enserio eso de los tormentos y lo de ir en contra de tu voluntad. —No soy Dios, soy el narrador de tu historia. —¿Narrador de mi historia? —Si, eres el personaje de un cuento olvidado, no tengo tiempo para explicaciones, calculo que en mi mundo han pasado un par de días desde que deje el trabajo botado por inmiscuirme de más en tu vida. En la oficina ya deben estar preguntando por mi. He sido testigo de tus desgracias y te ofrezco un nuevo comienzo en otra historia o cuento. Te advierto que ya no serás el protagonista, pero podrás iniciar una nueva vida. Haré todo lo posible por reubicarte en algún relato de esos en los que “todos viven felices por siempre”, ¿aceptas? —Si, si, claro que acepto. —Esta bien, hoy es el ultimo día que pasaras aquí la noche, mañana por la mañana despertaras en un país, reino o mundo diferente. Son las 5:00pm aún tengo tiempo, la oficina la cierran a las 6:00pm tomare algún relato y ahí te insertare. Nunca más volveremos a hablar, cuídate. —Espera, no se ni tu nombre siquiera. —Es mejor así, yo no debería estar haciendo esto por ti. —En ese caso gracias, muchas gracias.

Sin más diálogos cruzados entre Leonardo y yo, viaje del mundo novelesco a mi realidad para cumplir con mi palabra. Mi amigo paso del anochecer al amanecer de ser el protagonista de una tragedia a plebeyo de un reino mágico donde transcurrió su vida feliz por siempre como le prometí. Yo en cambio, al quebrantar las leyes, alterar el balance y el desenlace que el destino le había escrito ya con su tinta indeleble a Leo, me convertí sin darme cuenta en otro personaje: “el narrador intruso”. Lo cual creo un historial de mis acciones, faltas y fallas en el desempeño de mi trabajo. Como ingredientes finales a mi desgracia el autor del cuento donde inserte un personaje de más se quejo por la alteración de su escrito y el creador de Leonardo me culpo de plagio. Respaldado por estas quejas y el reporte de mi historial laboral, mi superior en jefe me despidió.
Hoy día soy un narrador desempleado, por buen samaritano lo perdí todo. Hace dos semanas mi mujer me dejo, ayer me cortaron la luz, no he podido dormir y el estomago no deja de reclamarme la falta de comida. ¡Dónde esta mi narrador intruso!

Luis Alonso Ordoñez García



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