MI CIELO
Mi pueblo es un pedazo de tierra seca; desierto perdido, tan desolado que su pobreza se duplica, pareciera como dicen; de fantasmas habitado. La tienda y la cantina cumplen todos los servicios; los domingos los muchachos se dedican canciones que rompen el silencio de los días comunes. Una camioneta canta por sus altavoces.
Como si fueran accesorios; reconozco al tendero y al borracho, y a la muchacha bonita que para mi suerte siempre me mira. A veces no quisiera ir pa’lla, sé que mi madre y esa muchacha son lo único que me hace regresar, o quien sabe por qué.
Cuando pasa el tiempo y estoy en la ciudad, instintivamente me sacudo el pantalón y a mi reflejo le falta el sombrero para protegerme de su sol intenso y al aire fuerza para silbar y bailar girando sobre la punta de su pie. Poco a poco detiene su danza vertiginosa y deja gris el paisaje y siento que mi cuerpo se comprime.
Por las noches en el pueblo no duermo, me colmo del frío que a través de las tablas de mi casa se deja filtrar y así tengo el pretexto para contarle a mi perro del contraste que hay entre nuestro pueblo y la vida de por allá.
Al amanecer me nutre el cielo y después, satisfecho duermo sobre el árbol que es mi silla natural.
Lástima que tuve que irme, y es que mi madre esta muy sola, yo también la deje porque mi pueblo solo tiene una calle y mis pies anhelaban conocer nuevos senderos . A veces creo acostumbrarme a las luces de la gran ciudad y a los enormes sopes que saben a dulce y me llenan tanto que me hacen olvidar. Ya no tengo amigos; ni aquí ni allá, me confundo con el pos y el what por igual, cuando voy pa’l pueblo siento que un pedazo de cielo, de un cielo muy pobre es mío y de nadie más.
LETICIA DÍAZ GAMA
LARA GAZDAM.
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