Personaje Prototipo

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Yo escribo, tu escribes, ella escribe


Mi mujer escribe. Escribe todo el día. Cuando se despierta me escribe buenos días amor en la espalda. Me encanta sentir sus dedos deslizándose sobre mi cuerpo. Se levanta, corre a la cocina y de desayuno escribe huevos revueltos con la comida. El plato se ve diferente. Todo para ella es escribir. Antes de sacudir, con los dedos escribe el nombre del mueble. Mi casa parece tapizada de periódico. Letras, palabras, historias por todos lados. Cuando la conocí pensé que no era normal. Estábamos en una fiesta. Traía una pizarra pequeña, de esas con las que juegan los niños, blanca con una pluma colgando. La saludé y como respuesta recibí un ¡Hola! en la pizarra. Consternado le pregunte su nombre, escribió: Ana y dibujó una carita feliz. Inmediatamente solté una carcajada. Esta mujer era definitivamente única y especial. Por extraño que parezca pasamos toda la noche "platicando", bueno yo hablaba y ella escribía. Así pasó el tiempo. Salíamos y nuestros mejores chaperones eran o unos cuadernos o la tablita. Nuestro primer beso fue maravilloso, estábamos en nuestro intercambio de historias cuando de repente, escribió bésame sobre mis labios. Sorprendido y excitado la besé. Desde ese día todos nuestros encuentros eran un crucigrama de amor y pasión. Ella escribía sobre mis brazos sus deseos. Y mientras escribía sobre mi cuerpo me miraba profunda e intensamente. No me pude resistir a sus historias. Hubieron momentos en que usaba pinceles y tintas, escribía sobre mis piernas acciones anticipadas. Lentamente dibujaba flechas, símbolos, deletreaba palabras y seguía contándome anhelos. Un día llegué a la casa y estaba grafiteada la sala. Saturada de te amos, te deseo y una que otra mala palabra. El piso tenía flechas rojas, que conducían a la habitación. Y ahí estaba ella completamente desnuda y una sola palabra escrita en el cuerpo: descríbeme. Me acerqué lentamente. Antes de besarla escribí sobre su pierna: espera. Después, escribí gracias, te amo, te deseo, eres mía. No habían besos, sólo palabras. No habían caricias, solo oraciones. Nos estuvimos escribiendo por horas. 
Hasta antes de ese día nunca le había preguntado por que no hablaba, siempre asumí que era muda, pero en la tarde anterior mientras volvíamos a escribirnos escuche un gemido. En la mañana me atreví a preguntarle. Ella simplemente me escribió en una pared, me cansé de hablar y ser ignorada, me cansé de gritar y no ser escuchada. Me di cuenta de que al escribir la gente se veía obligada a leerme, a hacerme caso, a escucharme. Y ya son varias décadas de silencio. Sin decirle nada, le quité la pluma y escribí en su cuaderno amo leerte. Después de eso aventé el cuaderno y volví a escribir sobre ella, por horas. Mi mujer escribe y me describe. Me hizo el principal escritor de su biografía.
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