I Remember
Helena Rivas
Inspirado en la canción “I remember” de Damien Rice.
Entramos a la salita que conducía al consultorio del Doctor. Apretaba la manó de Cristian, los nervios me causaban taquicardia.
Llevaba ya seis meses esperando los resultados de mis estudios. Seis meses enferma, seis meses preguntándome que era lo que estaba mal con mi cuerpo.
Seis meses con una enfermedad a la que aún no le encontraban nombre.
Cristian soltó mi mano y me dijo que iría a estacionar el coche.
Después de unos minutos de espera, se acercó a mí el mismo hombre de cabello blanco y ojos grises que había estado visitando durante esos largos meses.
–¿Y su novio? –preguntó mirando alrededor y haciéndose a un lado para dejarme pasar.
Cristian era el hombre de mi vida. Recuerdo a la perfección el día en que lo conocí. Llovía. El cabello mojado tapaba sus ojos y su sonrisa brillaba entre el bullicio del agitado mundo.
Fue el mejor día de mi vida.
El peor.
Ese día supe que padecía esta terrible enfermedad sin nombre. El doctor me explicó que a pesar de no saber que era, dados los síntomas me quedaban a penas semanas, si acaso un par de meses de vida. Quise desaparecer.
Mientras caminaba fuera del hospital, agradecí la lluvia; las lágrimas se confundían con las gotas de agua y hacían invisible mi dolor.
Entonces apareció Cristian. Me miró a través de la cortina de agua y cuando me di cuenta, lloraba incontrolable en sus brazos. ¡Cuánto lo quise, desde esa vez!
Al poco tiempo de habernos conocido, nos hicimos novios.
Él siempre está ahí. Y cuando está, casi puedo decir que me siento bien. Me olvido de esta enfermedad y me entrego al mundo maravilloso de perderme en sus ojos. De todas las personas a las que conozco, Cristian es la única de la cual, nunca llegaría a dudar.
–Me costó muchas horas de trabajo hallar una hipótesis a su padecimiento –dijo el Doctor sacándome de mis recuerdos–, me parece curioso que los síntomas desaparezcan de pronto. La mayoría de enfermedades requieren un tratamiento, y más siendo una enfermedad como la suya que casi le provoca un infarto, si mal no recuerdo.
Asentí. Hacía ya tiempo que los síntomas se presentaban en ocasiones muy esporádicas y a decir verdad, yo me sentía muy bien.
–Creo –continuó– que se la explicación a todo esto pero antes me gustaría hablar con su novio a solas.
Contrariada, salí del consultorio mientras el Doctor llamaba a Cristian.
–Creo haber encontrado la causa de la enfermedad, o más bien, de la cura repentina, de su novia –me explicó el Doctor con la expresión neutra que suelen mostrar los doctores, mientras Lisa me esperaba afuera.
Lisa…
Pensé en el rostro fuerte de mi novia y en la dulzura de sus ojos. En todas las veces que me la encontraba hecha un mar de lágrimas y su cambio repentino, la sonrisa al verme. Todas las veces que me abrazaba y me demostraba el inmenso amor que me tenía. Las miles de muestras de que me necesitaba…
Y todo ese amor era un amor que yo no compartía.
Pero yo necesitaba ésas miradas. Las sonrisas. Necesitaba que me necesitara.
Nunca la quise como ella esperó. Era bella, inteligente, dulce. Pero no la amaba. Nunca lo hice.
Me gustaban sus besos, me gustaba su cuerpo.
El sentimiento más profundo que llegué a tener, fue por Lisa, y sin embargo, no era amor. La quería a mi lado. Quería que me repitiera cuánto me amaba. Quería hacerla feliz y alimentar mi ego... Quería ser toda su vida y sin embargo, no la amaba.
–Conoció a Lisa hace seis meses, según me parece –dijo el Doctor.
–Exactamente el día en que le dio su diagnóstico sin diagnóstico –le respondí– ¿Qué tiene?
–La pregunta es ¿qué no tiene…? Y lo que no tiene es algo que usted sí.
Miré durante unos segundos al hombre intentando encontrarle sentido a sus palabras, pero desistí.
–Ella vino varias veces antes de conocerlo a usted –el Doctor se ajustó los lentes y fijó sus penetrantes ojos en los míos–. Estaba muy grave, pudo haber muerto, no le estimaba más de uno o dos meses de vida y sin embargo, repentinamente, sanó. Se hicieron pruebas de todo y el único aspecto que cambió fue que usted apareció. Desde entonces desaparecieron casi por completo los síntomas de Lisa.
–Ése no es un diagnóstico…
–Sí que lo es. Lisa lo necesita.
–¿Qué demonios me está diciendo? No pago miles de pesos en estudios para que usted venga a decirme que mi novia me necesita, que clase de diagn…
–Usted tiene una sustancia química que Lisa necesita –continuó el Doctor ignorándome– sin esta sustancia, su corazón deja de funcionar como debería, sus nervios se alteran y en resumen, su cuerpo entero falla. Lisa lo necesita, lo necesita cerca para sobrevivir.
Al principio me pareció una burla, pero con los minutos, el diagnóstico del Doctor, me pareció perfectamente lógico. Lisa me necesitaba. Era lo que yo tanto quería y sin embargo, la odié por ello. La odié por ser débil, por depender de mí. La odié porque el hecho de que me necesitase cerca, significaba que tendría que estar pegado a ella de por vida… Me pregunté que pasaría si supiera que no la amo. Quiero escucharla decir que es lo que tiene que decir acerca de mí… Del patán ególatra que la enamoro sólo para aumentar su ego. Del patán, al que le debe la vida.
Helena Rivas
Inspirado en la canción “I remember” de Damien Rice.
Entramos a la salita que conducía al consultorio del Doctor. Apretaba la manó de Cristian, los nervios me causaban taquicardia.
Llevaba ya seis meses esperando los resultados de mis estudios. Seis meses enferma, seis meses preguntándome que era lo que estaba mal con mi cuerpo.
Seis meses con una enfermedad a la que aún no le encontraban nombre.
Cristian soltó mi mano y me dijo que iría a estacionar el coche.
Después de unos minutos de espera, se acercó a mí el mismo hombre de cabello blanco y ojos grises que había estado visitando durante esos largos meses.
–¿Y su novio? –preguntó mirando alrededor y haciéndose a un lado para dejarme pasar.
Cristian era el hombre de mi vida. Recuerdo a la perfección el día en que lo conocí. Llovía. El cabello mojado tapaba sus ojos y su sonrisa brillaba entre el bullicio del agitado mundo.
Fue el mejor día de mi vida.
El peor.
Ese día supe que padecía esta terrible enfermedad sin nombre. El doctor me explicó que a pesar de no saber que era, dados los síntomas me quedaban a penas semanas, si acaso un par de meses de vida. Quise desaparecer.
Mientras caminaba fuera del hospital, agradecí la lluvia; las lágrimas se confundían con las gotas de agua y hacían invisible mi dolor.
Entonces apareció Cristian. Me miró a través de la cortina de agua y cuando me di cuenta, lloraba incontrolable en sus brazos. ¡Cuánto lo quise, desde esa vez!
Al poco tiempo de habernos conocido, nos hicimos novios.
Él siempre está ahí. Y cuando está, casi puedo decir que me siento bien. Me olvido de esta enfermedad y me entrego al mundo maravilloso de perderme en sus ojos. De todas las personas a las que conozco, Cristian es la única de la cual, nunca llegaría a dudar.
–Me costó muchas horas de trabajo hallar una hipótesis a su padecimiento –dijo el Doctor sacándome de mis recuerdos–, me parece curioso que los síntomas desaparezcan de pronto. La mayoría de enfermedades requieren un tratamiento, y más siendo una enfermedad como la suya que casi le provoca un infarto, si mal no recuerdo.
Asentí. Hacía ya tiempo que los síntomas se presentaban en ocasiones muy esporádicas y a decir verdad, yo me sentía muy bien.
–Creo –continuó– que se la explicación a todo esto pero antes me gustaría hablar con su novio a solas.
Contrariada, salí del consultorio mientras el Doctor llamaba a Cristian.
–Creo haber encontrado la causa de la enfermedad, o más bien, de la cura repentina, de su novia –me explicó el Doctor con la expresión neutra que suelen mostrar los doctores, mientras Lisa me esperaba afuera.
Lisa…
Pensé en el rostro fuerte de mi novia y en la dulzura de sus ojos. En todas las veces que me la encontraba hecha un mar de lágrimas y su cambio repentino, la sonrisa al verme. Todas las veces que me abrazaba y me demostraba el inmenso amor que me tenía. Las miles de muestras de que me necesitaba…
Y todo ese amor era un amor que yo no compartía.
Pero yo necesitaba ésas miradas. Las sonrisas. Necesitaba que me necesitara.
Nunca la quise como ella esperó. Era bella, inteligente, dulce. Pero no la amaba. Nunca lo hice.
Me gustaban sus besos, me gustaba su cuerpo.
El sentimiento más profundo que llegué a tener, fue por Lisa, y sin embargo, no era amor. La quería a mi lado. Quería que me repitiera cuánto me amaba. Quería hacerla feliz y alimentar mi ego... Quería ser toda su vida y sin embargo, no la amaba.
–Conoció a Lisa hace seis meses, según me parece –dijo el Doctor.
–Exactamente el día en que le dio su diagnóstico sin diagnóstico –le respondí– ¿Qué tiene?
–La pregunta es ¿qué no tiene…? Y lo que no tiene es algo que usted sí.
Miré durante unos segundos al hombre intentando encontrarle sentido a sus palabras, pero desistí.
–Ella vino varias veces antes de conocerlo a usted –el Doctor se ajustó los lentes y fijó sus penetrantes ojos en los míos–. Estaba muy grave, pudo haber muerto, no le estimaba más de uno o dos meses de vida y sin embargo, repentinamente, sanó. Se hicieron pruebas de todo y el único aspecto que cambió fue que usted apareció. Desde entonces desaparecieron casi por completo los síntomas de Lisa.
–Ése no es un diagnóstico…
–Sí que lo es. Lisa lo necesita.
–¿Qué demonios me está diciendo? No pago miles de pesos en estudios para que usted venga a decirme que mi novia me necesita, que clase de diagn…
–Usted tiene una sustancia química que Lisa necesita –continuó el Doctor ignorándome– sin esta sustancia, su corazón deja de funcionar como debería, sus nervios se alteran y en resumen, su cuerpo entero falla. Lisa lo necesita, lo necesita cerca para sobrevivir.
Al principio me pareció una burla, pero con los minutos, el diagnóstico del Doctor, me pareció perfectamente lógico. Lisa me necesitaba. Era lo que yo tanto quería y sin embargo, la odié por ello. La odié por ser débil, por depender de mí. La odié porque el hecho de que me necesitase cerca, significaba que tendría que estar pegado a ella de por vida… Me pregunté que pasaría si supiera que no la amo. Quiero escucharla decir que es lo que tiene que decir acerca de mí… Del patán ególatra que la enamoro sólo para aumentar su ego. Del patán, al que le debe la vida.
1 comentario:
Felicidades,
Qué bueno que escribes a mí me gustó tu historia.
Carlos López Carmen
Publicar un comentario