Tarea del día 2 de mayo 2011

domingo, 8 de mayo de 2011

TAREA 20. ESCRIBIR UNA LÍNEA ARGUMENTAL, ES DECIR, LA MÍNIMA EXPRESIÓN
DE LO QUE TRATA LA OBRA. (CON UN CONFLICTO.)

Un niño despreciado e incomprendido por sus padres y maestros, se convierte en nefasto criminal.


Irma Judith Camacho Cortés.




















TAREA 21. ESCRIBIR EL ARGUMENTO DE LA OBRA. (DESARROLLO DE LA LÍNEA
ARGUMENTAL.) 10 % DEL TOTAL DE PÁGINAS DE LA NOVELA.

Paúl Swift del Castillo fue un niño que nació en el seno de una familia de clase media alta, en la ciudad de Cuernavaca Morelos. Su infancia se desarrolló en un hogar disfuncional. Con un padre alcohólico, que trabajaba como gerente y una madre con delirios de actriz famosa, por ser hija del prestigiado actor Marcial del Castillo. Padres, que por sus ocupaciones no deseaban tener un hijo y despreciaban a Paúl por considerarlo un estorbo para su trabajo y relaciones sociales, dejándolo siempre al cuidado de las sirvientas de la casa. Hasta los seis años el niño no conoce lo que es la ternura y el amor de una mamá y un papá, que lo eduquen, porque ellos sólo vivían dentro de su propia burbuja humana. Al olvidarse y descuidar a su hijo éste se porta como un niñito malcriado en todo momento, haciendo rabiar a la servidumbre, que no sabe controlar al pequeño diablillo, como lo nombran. Sus padres oyen las quejas de las sirvientas con indiferencia y cuando el niño les pide algo a los dos, siempre delegan su responsabilidad a la nana, como le dicen a la muchacha que lo cuida.
Paúl es hijo único y no conoce la felicidad de que sus padres lo atiendan con esmero. A pesar de su corta edad y por lo que observa en el Kinder, al ver como las mamás y papás de otros niños los llevan y los recogen a la salida del colegio, besándolos o dándoles la bendición, se da cuenta de que a él, si no es el chofer o la nana quienes lo acompañan, nadie más lo haría. Esto le causa un dolor que demuestra con sus constantes berrinches, tanto en el colegio como en su casa. No obstante es un niño físicamente bien parecido, de ojos azules, alto y sano, porque no le falta alimento. Se aprovecha de su fuerza para golpear a otros niños de su edad que no le prestan lo que les pide, y lo hace sólo con el afán de molestarlos.
Cuando ingresa a la escuela primaria y con apenas siete años de edad, constantemente es expulsado de su grupo por cometer diabluras como: esconder los cuadernos a las niñas; comerse el desayuno de Alexandro, el niño más aplicado del grupo hijo de la Directora de la escuela; corretear al gatito de la conserje y aventarlo a las niñas en el recreo; matar pequeñas lagartijas, que coloca en la cabeza de las miedosas; desvestir la muñeca de Frida; poner la tarántula de hule en las mochilas de los niños; robarle las pinturas y los marcadores a la maestra Mimí y además, no atender a las indicaciones de la clase, ni cumplir con las tareas...
En esta etapa de su vida, Paúl se convierte en lo que los maestros consideran como “Niño Problema” y que requiere tratamiento psicológico especial, por este motivo los padres son citados varias veces, para que de manera particular lo atienda una psicóloga. La madre, una actriz de segunda, de nombre Andrea del Castillo Bretón y el padre Mikler Swift Morgan, Gerente de un banco de la ciudad de México, consideran que no es necesaria la atención de una psicóloga, pues su hijo es un niño normal. No obstante son advertidos por la autoritaria Directora y su exigente maestra, de que si comete otra falta, será expulsado del grupo por una semana.
Paúl, como tantos niños incomprendidos, despreciado por sus padres, maestros y compañeritos, sólo recibe regaños y amonestaciones hasta de los criados, que no lo soportan. Empieza a odiar a la gente y a los animales durante toda su infancia. En cierta ocasión atrapó un gatito y comenzó a darle vueltas para aventarlo a sus compañeritas, quienes gritaban a la maestra para que las protegiera de Paúl y al llegar ésta, el niño avienta el gato sin ver quien viene atrás y este animalito golpea a la Directora en la cara. Esa fue la gota que derramó el vaso y Paúl fue expulsado de la escuela, castigado severamente en el hogar y golpeado por su padre a pesar de su corta edad. Durante esos días el niño se dedica a dibujar y pintar en unos cuadernos que guarda celosamente y que nadie ve. Son variedad de creaciones artísticas con un realismo inusual hechas por un niño de su edad, con la mano izquierda y que su ignorante madre rompió en varias ocasiones, cuando lo encontraba según ella, perdiendo el tiempo en vez de estudiar.
Después de una semana de castigo y un poco controlado, el niño lleva su ira y rencor muy escondidos y se porta aparentemente bien. Sin embargo, cuando él regresa a la escuela, todos los niños le gritan: << ¡ya vino “El Gato” Paúl! >> Nombre que desde ese día se le grabó en la mente. Él les decía que no le molestaba que le dijeran así, pues le venía bien ese apodo y les enseñaba las uñas como garras para asustarlos.
Al final del mes, cuando el padre pide ver la boleta de calificaciones de su hijo para firmarla, éste le informa que espere hasta el día siguiente, porque es el indicado por la maestra. No obstante el niño no le dice la verdad, pues tiene un día más para falsificar el cero de algunas calificaciones y convertirlo en diez, agregándoles antes el número uno.
Después de arreglar los conflictos que acarreó la falsificación de las calificaciones y la reposición de la boleta, el niño prometió hacer bien lo que le indicara su maestra y estudiar más, cumpliendo con todas sus tareas.
Por lo tanto, cuando a Paúl se le dio el personaje de diablito en la pastorela y a Alexandro el de angelito, nadie protestó. En diciembre, cuando todo estaba preparado para esa representación infantil con: María, José, el niño Dios, los pastorcitos y hasta la piñata para representar la estrella de Belén y que los niños romperían al final de la misma, se le ocurre a Paúl corretear al angelito para quitarle las alas y casi se las desprende. Para que no lo haga, Alexandro le promete obedecerlo en lo que le pida y Paúl le dice, que quite al niñito del pesebre y lo lleve a la maestra. Alexandro obedece y lo lleva al escritorio. Mientras tanto, el diablillo coloca al gatito envuelto y amarrado dentro de la cobija donde estaba el niño Dios. Cuando la pastorela empieza y María toma al niño para arrullarlo, se asusta y grita porque en su desesperación de salirse de la cobija, el gato la araña causándole una herida. Naturalmente esto ocasiona que expulsen definitivamente de la escuela a Paúl. Lo que indigna a sus padres, quienes muy molestos buscan la manera de que no pierda el año inscribiéndolo en otra escuela; pero de la ciudad de México, donde ellos consideran estar más al pendiente de él.
Paúl “El Gato”, como le gusta que le digan, sigue haciéndose de mala fama entre sus compañeros de otras escuelas primarias, porque lo cambiaron dos veces y en una de ellas, al fin termina el sexto grado, con calificaciones no muy buenas; pero que sin embargo, le permiten ingresar a la secundaria, gracias a una buena, comprensiva y verdadera maestra con vocación, que lo guía con esmero.
En la escuela de segunda enseñanza, aunque es muy inteligente se desvía aún más de los estudios, porque no encuentra el apoyo de sus padres, cuando más los necesita y aunque recibe dinero para comprar el material necesario de sus clases, él prefiere gastarlo en pinturas caras para sus obras secretas. Como presta dinero, con el cincuenta por ciento de interés a sus compañeros que le piden constantemente ciertas cantidades, que gastan en las maquinitas de juegos a la salida de la escuela, su capital mensual aumenta.
Paúl reprueba tres materias de las más importantes y nuevamente es golpeado por su padre que lo maltrata con palabrotas, por haber ingerido varias copas con sus amigos, en el bar al que acostumbran ir los fines de semana. Su madre se preocupa, sólo por ella, debido a que siempre le dan excusas para no concederle trabajo en las obras de teatro, por lo tanto no hace caso de la tragedia que vive su hijo, con su marido alcohólico.
El jovencito entra en una adolescencia infeliz, porque verdaderamente adolece de lo más importante para un hijo en el hogar. Después de pagar sus materias reprobadas en los exámenes extraordinarios y con trabajos de investigación que consigue entre sus amigos, termina el primero y después el segundo año de secundaria con muchos regaños. Siendo durante ese tiempo, expulsado varias veces de la escuela por irse de pinta con las chicas y los amigos, a divertirse donde pueden. Así inicia el tercer año de secundaria, amenazado por su padre de enviarlo al ejército cuando tenga la edad suficiente, si no mejora su comportamiento y también las calificaciones. Desgraciadamente, como castigo su papá le da menos dinero para solventar sus gastos de la escuela y el muchacho que todos apodan “El Gato” (porque él les contó su historia infantil y además les dijo que le gusta el nombre), empieza a robar en la escuela, ya que presiente que a pesar de lo que le pase, él tendrá derecho a siete vidas.
Desde entonces “El siete vidas”, como sus cuates le apodan, compra y vende droga para aumentar sus ingresos y poder invitar a las “reinas” como él les dice, no sólo al cine, sino a comer, bailar, fumar y tomar donde pueden hacerlo. Forma una pandilla con sus compañeros más aventados y empiezan a realizar pequeños robos en los comercios que sólo tienen un empleado. Inician las pintas de graffiti, algunas hasta con arte, para señalar donde ya han robado o bien marcan su territorio de lucha contra otros pandilleros. En la escuela, les falta el respeto a sus maestros contestando con altanería, cuando quieren castigarlo con más tarea de investigación, de la que dan a los buenos alumnos, como ellos les nombran. Por desgracia para Paúl uno de los mejores alumnos en la escuela es Alexandro su compañero de la primaria, que también estudia en ese prestigiado colegio del D. F., porque ahora sus padres quienes son ameritados profesores, ya radican en la ciudad de México.
“El Gato” empieza a tener una conducta agresiva con Alexandro y lo ofende continuamente nombrándole como: “el consentido entre los sabios, cuatro ojos como también le dice, aparte de cegatón o biblioteca andante”. Cuando los maestros le llaman la atención, se comporta con ellos con agresividad. Paúl es reportado a la Dirección por varias faltas, también a la moral, pues cuando llega con aliento alcohólico se ha quitado el pantalón del uniforme mostrándose así ante las jovencitas, a quienes les invita un cigarro, para que no lo acusen en la Dirección de la escuela. Él dice que lo hace para que se diviertan con sus gracias. Ha tenido llamadas de atención en forma verbal y desde luego por escrito en su expediente del grupo; pero desvestirse ante las alumnas fue el colmo y al reincidir en esa mala conducta, se llamó a sus padres para enterarlos del motivo por el que sería expulsado toda una semana y además como castigo debería pintar la barda del colegio con sus compañeros que lo seguían a todas partes, porque seguramente ellos, habían pintarrajeado el lugar.
Nuevamente fue condicionado a suspensión definitiva ante sus padres, sobre todo en el caso de volver a la escuela y cometer faltas de comportamiento, en lugar de estudiar con más empeño su último año en la secundaria. Esta indicación lastimó el orgullo de sus papás, quienes le impusieron un castigo más severo, enviándole a trabajar por una semana como ayudante de albañil, en la obra que el ingeniero Alcázar, su amigo, estaba construyendo en la periferia de la ciudad. Su mamá no se opuso al correctivo, porque lo consideró necesario. El señor Swift, mandó pintar la barda de la escuela con uno de sus empleados de mantenimiento del banco donde labora, para cumplir con la indicación del Director.
Paúl se comprometió a terminar la secundaria, si su papá lo dejaba trabajar libremente y donde él quisiera. Su padre le dijo que sí, porque estaba seguro de la dificultad para conseguir un empleo en el que le pagaran bien, con los estudios de secundaria y por ser aún menor de edad. Lo que el señor Swift ignoraba, es que “El Gato” se quería dedicar a vender droga en las escuelas, donde ya tenía su negocio en pequeño.
Con mucho trabajo y con calificaciones bajas Paúl terminó la secundaria. En cambio Alexandro cuando se graduó, obtuvo el promedio más alto de la escuela y le dieron un Diploma de Honor. Su madre y antigua Directora de la primaria muy orgullosa se pavoneaba ante los presentes, exaltando la conducta de su primogénito Alex, como ella le nombraba, para que lo escucharan todos los padres de familia.
El padre de Paúl utilizó una recomendación de un alto funcionario, para que su hijo ingresara a la preparatoria. Como fue aceptado de inmediato, el joven no tuvo más remedio que acudir, sobre todo porque pensaba ampliar su mercado de ventas. Por desgracia para él, se volvió a encontrar con su rival Alexandro que terminaba su bachillerato en la misma escuela. Más maduro en su forma de actuar pensó: << si no puedes con el enemigo, únete a él >>. Durante el descanso se acercó al joven estudiante y muy atento le dijo que si lo había ofendido, eran cosas de chiquillos; pero que deseaba ser su amigo y le extendió la mano. Alex lo miró con recelo, pero aceptó. Desde ese día fueron inseparables solamente en la escuela, porque Paúl se aprovechaba de él para que le pasara apuntes o tareas que no hacía. Después de clases se iba solo, y reunía a sus cuates de la banda de “El Gato”, como él los nombraba. Por este motivo siempre llegó tarde a su casa con el pretexto de que tenía trabajos de investigación en equipo, con el compañero más destacado del grupo y otras chicas. Su padre notó un pequeño cambio de conducta con las calificaciones del primer trimestre que mejoraron bastante. Hasta le prometió que si seguía así, le compraría un coche pequeño para que se trasladara a la escuela. Él pensó en usar el auto para llevar sus cuadros de pinturas al óleo en la cajuela, para que nadie supiera que ya las empezaba a vender.
Sin embargo, su rebeldía interior contra los maestros, sus padres y aparentes amigos no cambió, él seguía siendo el mismo. Había comenzado a planear robos más grandes en las joyerías de la ciudad, y empezó a consumir droga más a menudo. Cuando su madre lo descubrió y se lo dijo a su padre, éste se negó a creerlo y habló seriamente con Paúl. Naturalmente su hijo lo negó y le contestó que la prueba de su inocencia estaba en sus calificaciones y que ya cursaba el último año de prepa, sin que lo expulsaran. Esa era su mejor garantía de que alguien le metió droga en su portafolio, sin darse cuenta.
Antes de que Paúl terminara la preparatoria sucedió lo que tenía que pasar. Cuando asaltaban una joyería del centro fue atrapado in fraganti con su pandilla, por una pareja de policías. Para evitar que se los llevaran, uno de sus cuates sacó una navaja y mató a un agente. Cuando el otro policía trató de ayudarlo, todos huyeron del lugar a pesar de los disparos que hirieron en una pierna al”Gato”. Este juró vengarse del policía porque memorizó bien su cara. Esa tarde antes del asalto, habían violado y secuestrado a una de tantas jovencitas que pasaban por donde se reunía la pandilla y al dejarla libre, mal herida (después de cobrar el rescate), ella oyó que al jefe, le apodaban “El Gato” y así rindió su declaración ante las autoridades, quienes por las señas y edad de los jóvenes se dedicaron a buscar al estudiante así apodado, en todas las escuelas preparatorias. Y no tardaron en dar con el nombre de Paúl Swift del Castillo. Éste, ajeno a que ya lo habían descubierto, buscó al policía y cuando él bajó de la patrulla a escoger el periódico que traía los datos del asalto a la joyería. “El siete vidas” le dijo: << tú me la debes y yo te la cobro >>, y le metió su navaja en el estómago. En ese momento salió huyendo, podía correr debido a que la bala solo le rozó la pierna. Desapareciendo del lugar, se fue a la preparatoria donde ya lo esperaban unos agentes de la policía y sus padres, quienes fueron avisados por el Consejo Escolar. Comprobados todos sus delitos y encontrándole droga en sus pertenencias, fue enviado al reclusorio norte de la ciudad. “El Gato” se encontró en ese ambiente a los amigos que le vendían la droga. Quienes le dieron un buen recibimiento y lo nombraron jefe de su grupo, porque según ellos conocían su trayectoria. Desde ahí siguió operando en el control y venta de drogas. Con mayor edad y dentro de la cárcel, no tenía reparo en ordenar los asesinatos de quienes llegaban a prisión muy bien recomendados, para no vivir más. Se volvió bravucón con los otros presos y después de varias peleas provocadas por él y sus nuevos amigos, siempre salía victorioso y se ganó a pulso el apodo de “Siete vidas”, porque nadie de los que se enfrentaban a él, lo podía matar. Al fin se sintió amado y protegido por todos los presos que lo admiraban por su fuerza y bravura, y por los miedosos quienes lo obedecían sin quejarse. Así logró más fama y como tenía una extensa condena de setenta años que pagar en la prisión, se volvió adulto en su nueva casa, sin dejar de ser bien parecido a pesar de la barba y del cabello cobrizo largo que pintaba algunas canas y que se amarraba en forma de cola. Sin olvidar su don, siguió pintando con poco entusiasmo y hasta se ganó el premio de arte que concedía el penal; pero recordó siempre la falta de amor de sus padres a quienes no perdonó jamás, ni quiso volver a ver durante varios años. Quien no dejó de visitarlo, fue el Dr. Alexandro Curiel Galván, pediatra y doctorado en psiquiatría. Verdadero amigo, quien lo atendía solícito durante sus crisis y delirios que sufría a causa de las drogas que no dejaba de consumir. Él, era quien le promovía la venta de algunas pinturas y le motivaba para que siguiera siendo creativo en este arte y realizara una exposición, a lo que Paúl se negaba. Cuando su madre anciana y viuda iba a la prisión, sabía que detrás de las gafas escondía un corazón duro y que sólo lo visitaba por remordimiento de no haber amado a su único hijo y a quien ahora necesitaba para tener dinero. Él aprendió muy bien la lección de no amar, y nunca la besó porque ella tampoco lo hizo. Cada diez de mayo y ante sus cuates, él mismo “se la mienta” y murmura: << por mi padre y sobre todo por ella, ahora soy un desgraciado criminal y no un triunfador feliz, gran artista del pincel como era mi destino >>.

Irma Judith Camacho Cortés.

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