OTRO AMOR DE AMAR...

lunes, 28 de diciembre de 2009



Entre los ires y venires de los ajustes, afanes, nervios y felicidades por los arreglos de los empastados del proyecto terminal universitario de la hija mía… es decir de Annie Marcela, misma que habrá de licenciarse en arquitectura el próximo 18 de diciembre de este año corriente del Señor, fuimos ella, mi hijo maravilloso y yo; por cierto él, recién estrenado como “Señor Don Licenciado”, le pongo estos nobles títulos por que se matrimonió flamantemente allá en la lejana Francia con la nueva adquisición de nuestra familia, la muy querida y nuera mía Laurita Gelly, oriunda de Voiron, Grenoble; además también en el mayo pasado le dieron su Licencia como Administrador de Negocios Internacionales. Así que los tres, los hijos y yo, fuimos a nuestra tierra por adopción: San Pedro, Cholula, pues ahí le habían de hacer los libros que contienen la tesis de Annie.
Al término de las instrucciones que la hija mía le dio al editor de sus textos, nos pusimos de acuerdo para ir a cenar con el Sr. Pedro, (Pedro es su apellido), a las sin igual “Cemitas Ángeles” se llama así este establecimiento porque sin duda el Sr. Pedro de esta manera enaltece los nombres y las personas de su esposa la Sra. Ángeles al igual que de Ángeles su hija del mismo patronímico…
Estuvimos los tres de camino al número 123 de la 3 poniente muy contentos y festivos, este lugar está a tan sólo dos cuadras del portal más grande de Latinoamérica, mismo que se halla justo frente a la plaza de la Concordia de esta población. Pues bien, en un santiamén nos hallábamos en nuestro destino; nosotros aun sin habérnoslo platicado hemos extrañado estas ambrosías Cholula-poblanas, por la excelencia de sus sabores y de sus ingredientes, no tan gourmets, como tan hermosamente sabrosos y exquisitos. Por muchos años vivimos como vecinos contiguos del Sr. Pedro y de su familia, hasta nuestro arribo migratorio a la Angelópolis, ahora moramos aquí en Puebla.
Entramos a las “Cemitas Ángeles” y todos nos saludamos con mucho gusto, de ese gusto verdadero… de ese que no se finge, sonrisas francas de placer por volver a ver a los amigos después de mucho tiempo, podría aseverar que a ellos también nuestra presencia los llenos de gozo pues sus rostros los denunciaban.
Después de mutuas reverencias, unas formales y otras no tanto, nos sentamos en las sillas rojas que tienen lacrados los respaldos de coca-cola, y nos apoyamos en la mesa de sábana roja metálica sostenida por patas tubulares y plegadizas. Ya cómodos y apoltronados nos dispusimos a ordenar las delicias que preparan la familia Pedro, la mamita mía pidió una cemita de milanesa por supuesto con quesillo, el hijo mío su consabida “sémola” como él le apoda, de pollo con jamón, sin jitomate y sin cebolla pues mi papacito en melindrosón con estos vegetales, llegó el momento de hacer mi petición y para no variar desde que conozco estos manjares, me dejé pedir una “cubana”, sonora y llena de jolgorio alimenticio, pues lleva consigo como se dice: jamón, milanesa, pollo deshebrado, quesillo, aguacate y otros ingredientes más… siempre pido que las cebollas y los jitomates así como los sabrosos chiles los pongan en el plato para que al momento de arremeter a mordidas estos maravillosos panes… no se despanzurren todas…
De las bebidas, pues lo normal, coca para la hija y para mí, y al papacito le dieron un boing de guayaba; entre risas de algazara por el trabajo de la tesis ya propiamente terminado, continuamos gozosos hasta que llegaron al unísono los alimentos, se hizo un silencio casi sepulcral en la mesa nuestra, sólo se podía escuchar ligeramente como mordíamos estas maravillosas hogazas … crunch, chrunch y bebíamos nuestras aguas de los popotes tan necesarios en estos lugares…sglub, sglub…, así continuamos hasta que dicho sea con la verdad, no nos satisficimos, sino prosaicamentemente expuesto nos hartamos… pues en honor la verdad y mencionado sea de paso, la cemitas del Sr. Pedro aparte de ser las más agraciadas y bellas del mundo conocido, son mayúsculas como sólo ellas pueden serlo, incluso hubo que pedir para llevar la parte de ellas que no pudimos comernos…
De esta manera continuamos nuestra cena acompañados por nosotros mismos que somos nuestra familia, entre suspiros de satisfacción y asombro por los sabores y los tamaños de estas exquisiteces… así que entre palabras, sonrisas y bromas, algunos comentarios de las reminiscencias de cuando morábamos ahí junto… de repente el Sr. Pedro se sentó en la mesa de enfrente en franca posición de conversador, y así fue, sin mayor preámbulo se arrancó a platicar y a preguntar sobre la vida de nosotros y a conversarnos de la de ellos, comenzó dirigiéndose a mí… licenciado, así suele llamarme. ¿Sí supo que operaron a mi esposa? No, con sorpresa contestamos al unísono mis hijos y yo, e hice mención que recordaba que hacía bastantes meses o casi un año, que en un día como ese había ido a cenar y noté que la señora Ángeles rengueaba en demasía de su pierna derecha, ella me dijo que estaba muy “mala” de su rodilla y que cabía una probabilidad muy elevada de que la intervinieran quirúrgicamente… - dijo el Sr. Pedro - Pues va a usted a ver licenciado… las dolencias de mi señora se hicieron cada vez más agudas, ya casi no podía caminar, se quejaba todo el tiempo, yacía postrada en la cama mucho rato, yo, ya estaba desesperado, - estás palabras las mencionó con un hilillo de voz color nácar y de lágrimas, - continuó -, pues como le decía, ya casi no caminaba, no quería comer, estaba muy triste y decaída, así que ni modo, otra vez fuimos a Ortopedia (Se refería al IMSS), llegamos una vez más le digo, porque ya habíamos ido antes e insistían en que tenían que operarla…
Nos atendieron ahí medio de mala gana, ya ve como es la cosa en el seguro, así que pedimos ficha y esperamos a que nos atendieran, después de un rato bastante prolongado, por fin pasamos con el especialista, el médico la vio, la auscultó y con voz de trueno dijo: falta hacer unos exámenes de laboratorio, y definitivamente hay que operarle la rodilla. El Sr. Pedro le preguntó… bueno doctor ¿Pero qué es lo que tiene mi esposa, qué le pasó? La respuesta del medicucho fue tangencial e hizo caso omiso del cuestionamiento, procedió a llenar unos formularios para los exámenes que mencionó antes, se los entregó en la mano y perentorio ordenó que se los hicieran, y que la asistente suya les haría saber la fecha para la próxima consulta. Pues ni modo licenciado me dijo el Sr. Pedro, agarré a mi vieja y nos fuimos p´al laboratorio a que nos dieran día para los análisis. Volvimos casi un mes después con los rigurosos dolores de mi señora que día a día se agravaban, y otra vez la misma historia con el quesque especialista: grosero y malmodiento nos exigió los exámenes, se los dimos, los leyó con más o menos detenimiento… ordenó que mi esposa se subiera a la camilla que tenía ahí para revisarla, - de veras licenciado – mi pobre vieja casi no se podía ni mover, y bueno, ahí como pudimos se puso sobre la cama esa y el tipo este otra vez le hizo otro reconocimiento, le tocaba la rótula, la espinilla y un poco arriba de la rodilla esto lo hacía con la yema de los dedos, muy suave porque mi señora no soportaba ni el más suave roce.
Este despiadado y torpe galeno de manera determinante dijo: Haber Sr. Pedro, mire, la situación es muy delicada tenemos que hacerle tres incisiones en la rodilla a la señora: una arriba, otra abajo y otra más en la parte externa de la misma, pero ese no es el problema, la dificultad consiste en que no le garantizo que el padecimiento se corrija completamente, y otra circunstancia todavía más embarazosa es que el riego de fallecimiento es del sesenta por ciento, dadas las características de esta cirugía en personas como su esposa. Cuando nos estaba diciendo esto, nosotros nos mirábamos con un indescriptible desasosiego además de que nos llenamos de miedo y de desesperanza.
Le pregunté a mi señora, ¿Cómo ves, qué hacemos? ¡Ha! Porque además tenía que firmar un documento en el que enterado estaba yo de los riesgos de la intervención y que a pesar de ellos asumía propiamente la condena, o sea, todo había de ser bajo mi responsabilidad, exonerando de cualquier resarcimiento al seguro y al loco médico. Mi señora contestó que sí, que aceptara… porque ya no aguantaba “tanto martirio” y prefería propiamente dicho, morir en el intento de sanar de sus afecciones. Además, de no aceptar la propuesta médica, también debía de firmar un documento que hiciera constar que no era responsabilidad de ellos cualquier circunstancia colateral al no practicarse la cirugía. Licenciado – dijo otra vez el Sr. Pedro – Como no tenía forzosamente que decidir en ese momento, cogí a mi vieja y nos venimos pa´la casa. Ya aquí con más tiempo para pensar, veríamos…
Estando sólo y reflexionando en esto que nos agobiaba a los dos, me dije a mí mismo, lleva a tu vieja a Acapulco a lo mejor el cambio de aires, el mar y los maravillosos atardeceres en la bahía más hermosa del mundo le ayudan a sentirse mejor, a comer con más ahínco y quizá su ánimo renazca. – Así que el Sr. Pedro con un rostro que sólo se refleja cuando existe el verdadero amor de amar, cargó con su vieja, con el amor de ambos y se marcharon al Pacífico mexicano – Licenciado, siguió diciendo el Sr. Pedro -, yo le insistía ¡Come vieja!, ponte contenta, mira qué bonito lugar, traté de llevarla a la playa… pero resultaba muy doloroso y angustiante, pues las dolencias no menguaban ni un tantito, así que dimos por terminada nuestra vacación y rapidito nos regresamos.
Fíjese Carlitos - se dirigió a mí así ahora el Sr. Pedro – que tengo una hermana que vive aquí también en Cholula, por ahí de San Matías Cocoyotla, ¿Si conoce verdad? Aseveró, y yo asentí con la cabeza dispuesta para responder a sus preguntas, bueno pues mi hermana un día me dice: ¡Claro que ella sabía de nuestra situación!, hermano ¿Quieres que tu mujer mejore? Ha, pero para esto licenciado, días antes yo le dije a mi vieja, ¿Sabes? Que no te operen y por mis pistolas fui al seguro y renuncié a la cirugía, es decir firmé para que no me operaran a mi señora. Entonces… le platicaba de mi hermana, que me decía si quería yo que mejorara mi esposa, pues claro le contesté, pero no sé qué hacer… la hermana mencionó, mira, aquí está el número del teléfono de este médico, llámale y dile que eres mi familia, yo ya le informé de esta situación…
Carlitos me dijo de nuevo el Sr. Pedro; le llamé al Dr. Y me dio una cita. Entonces entre los dolores de mi corazón y los de la rodilla de mi señora, sumadas las incomodidades del taxi en que viajamos hacia su consultorio, por fin llegamos. [Quiero acotar algo muy importante al margen de este relato, todo el tiempo el Sr. Pedro habló en primera persona, además mientras nos conversaba el desarrollo de los acontecimientos a los hijos y a mí, la Sra. Ángeles permaneció tras el mostrador del negocio, agazapada en la profusa y sumisa tradición machista que ella misma junto con su esposo profesan], ahora si continuamos. Estábamos ya con el traumatólogo y nos pasó su secretaria a una habitación de pruebas, llegó el médico, nos presentamos todos, y así sin más trámite le dijo a mi vieja: A ver señora camine sobre esta línea, había una raya fosforescente pintada en el suelo… miró con detenimiento científico el movimiento de mi esposa, la hizo volver sobre sus pasos, después con la seguridad que da el profesionalismo y la experiencia, espetó… Señora Ángeles usted no está mala de la rodilla… sino de la cadera, los dos nos quedamos atónitos con tal aseveración.
Licenciado me dijo el Sr. Pedro, cuando eso indicó el Dr. Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando, le insistí, Dr. Por favor, llevamos meses entre que la operan y no le operan de la rodilla, si no la dejé intervenirse fue porque me dijeron que se podía morir, ni siquiera hablaban del cincuenta por ciento de riesgo, sino del sesenta o quizá más…
Carlitos, Carlitos me decía el Sr. Pedro desesperado de recordar esos momentos del impasse y continuó, el nuevo médico con tono firme, amigable y generoso me dijo: Sr. Pedro le FELICITO de que no haya permitido que le hicieran esa operación a su señora. El hombre nos decía a mis hijos y a mí no sin un brillo de amoroso de acierto por haber protegido a su señora. Cuando este Sr. Pedro, persona sencilla sin muchos recursos lingüísticos o verbales decía todo esto, el tono de su voz era gris oscuro, de dolor y de pánico a perder a esa mujer que lo ha acompañado por treinta y cuatro años… las voces se le fracturaban y las lágrimas llorosas le escurrieron en las mejillas… apenas perceptibles.
El nuevo médico, le indicó que volviera al seguro pues de lo contrario la operación saldría muy, muy cara, cien mil pesos le aproximó el médico, el Sr. Pedro insistió un poco más sin embargo la conciencia de este doctor, lo convenció de asistir al seguro. (Así que la cirugía que le practicaron a la Sra. Ángeles fue en la cadera ello y se desarrolló en las instalaciones del IMSS, por supuesto no la hizo el execrable galeno sino otro y la misma dio maravillosos resultados)
Emocionado hasta las cachas nos dijo, - porque ya no sólo se dirigió a mí -, con el machismo más amoroso que recuerde mis años de vida, sin más preámbulos y si con un verdadero amor de amar; llamó con una suave voz de trueno color azul pastel a su vieja, como casi todos queremos llamar a nuestra mujer, a la verdadera, a la que se quedará hasta el fin de los tiempos de que cada quien… ¡Vieja ven!, ella se hallaba tras bambalinas y así como una veraz Diva apoteósica, vino hacía nosotros la hermosa señora Ángeles todavía con una ligera cojera, él nos instaba: mírenla, ¿Cómo la ven? No, si mi vieja ya es otra… sonreía nervioso, gozoso y agradecido con el Creador, no paraba de presumirnos algo que le miramos a través de su piel, por atrás de los cristalinos de sus ojos grises de la edad que por cierto ya se le vino encima…
Le miré y le escuché el machismo profuso de quien como yo, nació y creció él, en esta cultura, en esta mixtura religiosa pagano-judeo cristiana católica, lleno del amor que le manaba junto con el pánico de la posibilidad de que perdiera a su compañera de viaje.
Que el Dios verdadero bendiga a estos dos y a su amor… un verdadero amor de amar.
Por ahora es cuanto.
Carlos López Carmen
Diciembre de 2009 año de nuestro Señor

columnarebelde@hotmail.com

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