TAREA 2: Poemas y Diálogos

martes, 1 de diciembre de 2009

Diana del Carmen Araiza Velasco
Fuerza Inmune
(imágenes)
El amor es inmune
a todos los golpes fuertes que sufre.
El tiempo,
a veces largo y tedioso,
es el único poder capaz de limpiar
la sangre que quema tus heridas
con abrazadora fuerza.
Aprende a vivir con los amargos sinsabores
q a veces obstaculizan tu camino,
volviéndolo empedrado y frío.
Nunca te rindas buscando el más valioso tesoro,
y cuando llegue el momento de encontrarlo,
tómalo de la mano y camina a su lado,
será entonces que tu rígida búsqueda habrá terminado
y tu corazón esté completamente sanado.



Naturaleza perfecta
(metáforas)
No es difícil describir lo que tú me haces sentir,
pues cada que te veo,
mi corazón quiere gritar y volar
como un ave surcando el cielo y el mar.
Te describiré lo más perfecto que pueda…
Es tu cabello la suave y fina arena
que resbala entre mis dedos,
y tus ojos,
del azul más cristalino y hermoso
como el mar tan inmenso,
con esa profunda mirada que impone ternura
y empapa de alegría mi alma.
Son tus labios tan bellos y sensibles
como la piel de un durazno
que quisiera disfrutar toda mi vida.
Tu sonrisa,
brillante y perlada como la Luna llena,
alumbra mis pensamientos cada noche.
De tu piel brotan venas
como las raícen a un árbol,
resaltando tu fuerza y gallardía a cada paso.
Llevas en ti el alma de un niño
dentro del cuerpo de un hombre,
persona inigualable
que posee una voz inalcanzable,
y que hipnotiza tan sólo al admirarle.
Agradezco tu existencia,
tú formas parte de mi vida,
llenando mi ser de brillantes estrellas
y relampagueando mis emociones
a diestra y siniestra.
Te amo…



Amor escarlata
Luz,
amor,
pureza,
alegría,
mi ángel guardián,
la mayor bendición
que llegó a mi vida
Y por completo la cambió.
Por este camino amarillo
siempre juntos vamos a caminar,
unidos por este lazo escarlata
que todos los días me hace sonreír.
Pero hay algo más importante que decir:
Hermanito, eres lo más especial para mí.



DIÁLOGOS

El prisma de un viaje (con acotaciones)
Una tarde de otoño, en la estación de autobuses, la unidad con el número 706 estaba a punto de salir, pues el chofer anunció que el viaje comenzaría en unos minutos. Un joven y una anciana se conocen en medio de una bizarra plática, y aunque son polos opuestos, terminan siendo buenos amigos…
—¿Este es el asiento número ocho? —una anciana de aproximadamente setenta años se acercó a los primeros asientos del camión.
—Sí… —el joven se habla a sí mismo, intentando evitar que la anciana no lo escuche— Chale, está ciega.
—¡Uf! Creo que este será un largo viaje –dijo la anciana, acomodando sus cosas.
—Sí, ya lo creo —el joven hizo una mueca de disgusto.
—Este camión si va para Querétaro, ¿verdad?
—Sí… ¿Qué no se fijó al subir? —preguntó el joven, incrédulo.
—Ah, vaya. Pensé que me había equivocado. Es que vieras, ya estoy tan ciscada… en la vida me he equivocado hasta de marido.
—Ah mire, qué interesante.
—Pa´ que no se me tapen los oídos, por aquello del viaje… —la señora saca un cigarro y se dispone a encenderlo.
—Oiga, no creo que sea prudente que fume, y menos aquí arriba. Además, ¿a su edad…?
—¡Ah chinga! ¿Y quién me lo va a impedir? —se mofó la anciana.
—Supongo que el gobierno con su ley esa de no fumar en lugares cerrados, la política de la empresa de este camión, el chofer y los pasajeros. ¿No sería mejor que…? —el tono diplomático del joven fue interrumpido por la anciana.
—¿Qué? ¿Que me coma un dulce o un chicle? —el joven asintió— ¡Ni madres! Se me sale la dentadura, y luego, ¿quién me la paga?
—Bueno, yo sólo decía.
—Ah, como sea. Ojalá que llegue a tiempo para despedirme del idiota de Isidro, y pueda ver a mi hija y a mis nietos —la señora saca de su enorme bolso una bolsa de plástico, de la cual toma un tejido y dos agujas—. Al menos traje algo para entretenerme, por que a este paso creo que llegaremos a eso de las dos de la mañana.
—Señora, es un viaje de tres horas y media.
—Pero mi marido no va a soportar cuatro horas a que yo llegue. Así, ni siquiera voy a poder escuchar la lectura del testamento. Tan pinche eran en vida que a duras penas si me daba unos centavos, pues más pinche va a ser de muerto… ah que Isidro—un breve silencio surge en el ambiente—. ¿Cómo te llamas hijo? —el joven no le hace caso— ¡Chamaco te estoy hablando! —la señora le da un codazo, y ante esta reacción, el chico se quita sus audífonos.
—¿Qué quiere?
—Hijo, te pregunté que cómo te llamas.
—¡Ah! Me llamo Domingo… Momento, ¡yo no soy su hijo!
—¡Fue un decir! Estos jóvenes de ahora, no entienden nuestras formas de hablar.
—Déjeme decirle que aunque no tengo ningún parentesco con usted, pero se me figura idéntica a mi abuela, a excepción de que ella era todo lo contrario a usted —se burló el joven.
—No mi´jito, yo soy única en este planeta.
—Mi abuelita no era tan modesta ni tan cascarrabias como usted. Ella era muy enojona y nada más se la pasaba gritando.
—¿Era?
—Sí, era. Falleció cuando yo tenía catorce años —comentó Domingo, tristemente.
—Mmm qué pena. Lo siento. ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
—Ah, todavía eres un chamaco. ¿Cuántos crees que tengo yo? —la viejita miró a Domingo con modestia.
—Todos…
—Para tu información, ¡tengo setenta años, y muy bien vividos! —la anciana regresa a su tejido— Un derecho, un revés, un derecho, un revés…
—¿Qué hace? —pregunta Domingo, sorprendido.
—Tejo, ¿qué no ves?
—¡Ya lo sé!
—Bueno, entonces, ¿por qué tu tonta y obvia pregunta?
—Por que se ve que le gusta lo que hace.
—Sí, y me sé mas de diez puntadas. Es una chambrita, la estoy haciendo para una de mis hijas, que tendrá gemelos. Iré a verla después de ver como se va Isidro.
—Qué contraste. Usted va a ver a su hija embarazada y a ver cómo se muere su marido.
—¡Ah qué frío! —la señora hace caso omiso del comentario de Domingo, avienta su tejido y se abriga con su chal.
—Es el aire acondicionado del camión, además de que el clima está nublado y frío.
—¡Ah que! En mis tiempos no había nada de estas pendejadas. Antes, que aire acondicionado ni qué nada, es más, ni siquiera podías respirar con la peste a caldo de axila y alientos mañaneros, ¿pues cómo? ¡No había ventilación! Aunque ya después te acostumbrabas —Domingo empezó a reírse—. Oye, pero tú no me has dicho por qué vas a Querétaro.
—Ah pues por que usted empezó a contar casi toda su vida… —la anciana lo mira con seriedad y vuelve a su tejido— ¡Es la verdad! Tanto así que no sé ni como se llama.
—Yo soy Doña Q, viuda de cuatro casi cinco maridos y con trece hijos.
—¿Viuda de casi 5 maridos? ¿Pues qué les hacía?
—Mejor dicho, ¡qué no se hacían ellos! —suelta una risotada— Pero afortunadamente, todavía están mis trece hijos, vivitos y coleando.
—Se ve que en sus tiempos no tenían nada que hacer.
—¡Sí teníamos que hacer! —le da un fuerte bolsazo a Domingo— Darle de comer al marido, lavar y planchar arta ropa con almidón, el quehacer de la casa, lavar y cambiar pañales cagados… ¿Y no teníamos qué hacer? ¡Ja!
—Y también jugaban al Tigre de Santa Julia… —la mujer lo golpea de nuevo con el gran bolso— ¡Ouch!
—¡Mocoso igualado!
—Es que no necesitaba tanta información —se soba la cabeza— ¿Qué tanto trae en esa bolsota? ¿Piedras?
—¡Piedras las que te voy a aventar si sigues de igualado! —Doña Q hace un drástico cambio de voz— En mi bolsa traigo lo necesario: peine, perfume, pasadores, gas pimienta, cigarros, barniz de uñas, unas pantaletas, mi celular y mis tarjetas del INAPAM… oh, y dinero también.
—¿Y según usted solo trae lo necesario? —el chico pone cara de espanto— Entonces fíjese que en mi mochila yo traigo mi bici, mi equipo de base-ball, gel, rastrillo, loción, mis patines, mi osito de peluche, champú con aroma a lavanda y mis discos de Keane —Domingo se desternillaba de risa, burlándose de la señora y de todo lo que traía.
—¿No me crees? Pues mira esto —la señora comienza a sacar todo de su bolso, aventando todo en las piernas de Domingo.
—Mmmta madre, ya me metí en camisa de once varas —susuró— Oiga creo que ya puede guardar todo.
—¿Dijiste que traes tus discos de qué?
—Antes no le creía ni un pelo de lo que decía, hasta que empezó a sacar todas sus chucherías. ¿No entendió mi sarcasmo? Yo no traigo una bicicleta, ni mi equipo de base-ball, ni mis patines, y menos mis discos de Keane, no me arriesgo a perderlos.
—¿Discos? ¿De acetato? ¿Tienes consola?
—¡Ah! Señora, yo soy actual… no viví en esa época, yo soy de puro IPod y mp3.
—¿Qué insinúas? —preguntó Doña Q, algo molesta.
—Nada, nada…
—Hey, ¡Callen a esa viejita que parece merolico! —unos asientos más atrás, un pasajero se levantó.
—¡Ve y calla a tu madre! ¡Imbécil! —contestó la Doña.
—Naahh, pinche viejita —el pasajero la ignora y se sienta, mientras Domingo ríe a carcajadas.
—Señores pasajeros, por favor guarden el orden, el viaje está por comenzar —anunció el chofer por micrófono. Doña Q y Domingo continuaron platicando, haciendo de su viaje algo más ameno y un tanto bizarro.


El prisma de un viaje (sin acotaciones)
—¿Este es el asiento número ocho?
—Sí…
—¡Uf! Creo que este será un largo viaje.
—Sí, ya lo creo.
—Este camión si va para Querétaro, ¿verdad?
—Sí… ¿Qué no se fijó al subir?
—Ah, vaya. Pensé que me había equivocado. Es que vieras, ya estoy tan ciscada… en la vida me he equivocado hasta de marido.
—Ah mire, qué interesante.
—Pa´ que no se me tapen los oídos, por aquello del viaje…
—Oiga, no creo que sea prudente que fume, y menos aquí arriba. Además, ¿a su edad…?
—¡Ah chinga! ¿Y quién me lo va a impedir?
—Supongo que el gobierno con su ley esa de no fumar en lugares cerrados, la política de la empresa de este camión, el chofer y los pasajeros. ¿No sería mejor que…?
—¿Qué? ¿Que me coma un dulce o un chicle? ¡Ni madres! Se me sale la dentadura, y luego, ¿quién me la paga?
—Bueno, yo sólo decía.
—Ah, como sea. Ojalá que llegue a tiempo para despedirme del idiota de Isidro, y pueda ver a mi hija y a mis nietos. Al menos traje algo para entretenerme, por que a este paso creo que llegaremos a eso de las dos de la mañana.
—Señora, es un viaje de tres horas y media.
—Pero mi marido no va a soportar cuatro horas a que yo llegue. Así, ni siquiera voy a poder escuchar la lectura del testamento. Tan pinche eran en vida que a duras penas si me daba unos centavos, pues más pinche va a ser de muerto… ah que Isidro ¡Chamaco te estoy hablando!
—¿Qué quiere?
—Hijo, te pregunté que cómo te llamas.
—¡Ah! Me llamo Domingo… Momento, ¡yo no soy su hijo!
—¡Fue un decir! Estos jóvenes de ahora, no entienden nuestras formas de hablar.
—Déjeme decirle que aunque no tengo ningún parentesco con usted, pero se me figura idéntica a mi abuela, a excepción de que ella era todo lo contrario a usted.
—No mi´jito, yo soy única en este planeta.
—Mi abuelita no era tan modesta ni tan cascarrabias como usted. Ella era muy enojona y nada más se la pasaba gritando.
—¿Era?
—Sí, era. Falleció cuando yo tenía catorce años.
—Mmm qué pena. Lo siento ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
—Ah, todavía eres un chamaco. ¿Cuántos crees que tengo yo?
—Todos…
—Para tu información, ¡tengo setenta años, y muy bien vividos! Un derecho, un revés, un derecho, un revés…
—¿Qué hace? —pregunta Domingo, sorprendido.
—Tejo, ¿qué no ves?
—¡Ya lo sé!
—Bueno, entonces, ¿por qué tu tonta y obvia pregunta?
—Por que se ve que le gusta lo que hace.
—Sí, y me sé mas de diez puntadas. Es una chambrita, la estoy haciendo para una de mis hijas, que tendrá gemelos. Iré a verla después de ver como se va Isidro.
—Qué contraste. Usted va a ver a su hija embarazada y a ver cómo se muere su marido.
—¡Ah qué frío!
—Es el aire acondicionado del camión, además de que el clima está nublado y frío.
—¡Ah que! En mis tiempos no había nada de estas pendejadas. Antes, que aire acondicionado ni qué nada, es más, ni siquiera podías respirar con la peste a caldo de axila y alientos mañaneros, ¿pues cómo? ¡No había ventilación! Aunque ya después te acostumbrabas. Oye, pero tú no me has dicho por qué vas a Querétaro.
—Ah pues por que usted empezó a contar casi toda su vida ¡Es la verdad! Tanto así que no sé ni como se llama.
—Yo soy Doña Q, viuda de cuatro casi cinco maridos y con trece hijos.
—¿Viuda de casi 5 maridos? ¿Pues qué les hacía?
—Mejor dicho, ¡qué no se hacían ellos! Pero afortunadamente, todavía están mis trece hijos, vivitos y coleando.
—Se ve que en sus tiempos no tenían nada que hacer.
—¡Sí teníamos que hacer! Darle de comer al marido, lavar y planchar arta ropa con almidón, el quehacer de la casa, lavar y cambiar pañales cagados… ¿Y no teníamos qué hacer? ¡Ja!
—Y también jugaban al Tigre de Santa Julia… ¡Ouch!
—¡Mocoso igualado!
—Es que no necesitaba tanta información. ¿Qué tanto trae en esa bolsota? ¿Piedras?
—¡Piedras las que te voy a aventar si sigues de igualado! En mi bolsa traigo lo necesario: peine, perfume, pasadores, gas pimienta, cigarros, barniz de uñas, unas pantaletas, mi celular y mis tarjetas del INAPAM… oh, y dinero también.
—¿Y según usted solo trae lo necesario? Entonces fíjese que en mi mochila yo traigo mi bici, mi equipo de base-ball, gel, rastrillo, loción, mis patines, mi osito de peluche, champú con aroma a lavanda y mis discos de Keane.
—¿No me crees? Pues mira esto.
—Mmmta madre, ya me metí en camisa de once varas. Oiga creo que ya puede guardar todo.
—¿Dijiste que traes tus discos de qué?
—Antes no le creía ni un pelo de lo que decía, hasta que empezó a sacar todas sus chucherías. ¿No entendió mi sarcasmo? Yo no traigo una bicicleta, ni mi equipo de base-ball, ni mis patines, y menos mis discos de Keane, no me arriesgo a perderlos.
—¿Discos? ¿De acetato? ¿Tienes consola?
—¡Ah! Señora, yo soy actual… no viví en esa época, yo soy de puro IPod y mp3.
—¿Qué insinúas?
—Nada, nada…
—Hey, ¡Callen a esa viejita que parece merolico!
—¡Ve y calla a tu madre! ¡Imbécil!
—Naahh, pinche viejita.—Señores pasajeros, por favor guarden el orden, el viaje está por comenzar.

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