El sol en el horizonte

domingo, 28 de febrero de 2010

Laura camina a mi lado bajo la lluvia, viene siguiéndome desde hace media hora, ha de pensar que no la he reconocido. Esa manía suya de tomarme por idiota siempre me ha fastidiado. Sin más me planto justo frente a ella, miro sus ojos, le pregunto por qué me dejó.
Mis palabras la sorprenden tanto como a mí, que no planeaba abrir la boca. La veo correr. Seguro pretende desaparecer como hace tanto. ¡Maldita sea cómo la odio! y sí, por cierto también le amo.
Fuimos novios hace mucho. Hasta la noche en que su grito me despertó. Ella tuvo la culpa, creyó que mi sueño era profundo, puso un dedo en mi frente y tras unos instantes empecé a sentir su calor. Me preguntó qué soñaba y sólo por hacerla repelar le recité que la veía a ella a mi lado, salíamos de su departamento, abrí los ojos para acompañar mi poesía. Lo siguiente que supe fue que se había marchado.
Mientras camino a su departamento recuerdo ese sueño tan horrendo, jamás le conté el final. Laura creía en los sueños, decía que se hacían realidad. Yo ni siquiera estaba seguro de qué había pasado esa noche, de repente pensar en ella me aterraba tanto como vivir sin su presencia. Se fue y yo preferí no buscarla, sólo por si acaso.
Hace unos meses la vi caminar por la acera, la seguí hasta su departamento. Desde entonces he sido víctima de miles de preguntas: ¿por qué me dejó?, ¿por qué no la busqué?, ¿qué son los sueños?, ¿se hacen realidad?, ¿se acordará de mí?
Toqué a su puerta, tardó en abrir. Un lindo y sutil “lárgate” me recibió. La sangre se me subió a la cabeza, entré a su departamento y la grité: ¿lo viste verdad?
Se deshizo en lágrimas. De repente me pareció tan pequeñita y frágil que temí tocarla y quebrarla. La tomé entre mis brazos, la empapé, me disculpé y le dije que esta vez no me iría. Necesitaba una respuesta. La besé.
Como imaginaba vio mi sueño, a través de mis ojos. Por eso gritó, corrió y se fue. Me lo dijo cuando la abracé en la cama tibia. Le reproché su falta de cordura, la gente no va por ahí desplomándose por un sueño. Además no tenía derecho a husmear mi mente cuando yo dormía. Laura me sonrió.
Miedo. Sentí tanto miedo que apenas pude contenerme. No pegué un ojo en toda la noche por estar pensando en cómo salir de ahí. Había caído en la cuenta de que ese edificio era el edificio, el mismo que soñé hace tanto.
Apenas despunta el alba cuando Laura se levanta, opina que debo quedarme hasta tarde, así de simple. En el sueño el sol se veía en el horizonte, si me marcho después de su salida habremos vencido, ¿tan sencillo? tan sencillo. Estoy feliz de quedarme, recuerdo viejos tiempos.
La tarde llega y con ella el sentimiento de victoria, no más noches de pesadillas en las que me vuelan los sesos tras salir de su departamento, no más dilemas sobre si buscarla o no. De ahora en adelante saldré de ahí a la hora que me plazca sin tener que esconderme del sol.
Ahora mismo es un buen momento para salir de ahí. Laura me acompaña, insiste. Se le ve nerviosa y debo reconocer que yo también lo estoy. ¡Pero qué demonios! fue sólo un sueño. Le sonrió y me burlo de mi miedo, si a leguas se ve que no existe el destino. Laura me besa. Me miro en sus ojos y alcanzo a distinguir un aire de placer.
Me dice que debí escucharla y creerla. Asegura que me ama, no es nada personal. Deseo correr y me percato de que el sol se ve en el horizonte. Siento la bala fría entrar por mi pecho, su sonido vendrá después.

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