LA OTRA VARIEDAD...

martes, 15 de junio de 2010




¿Cine u otra variedad…?

Sugiere…

Velas, Sadé, oscuridad, dolor, placer, clímax, cokes, incienso, caricias…

Allá nos vemos.

Aquí espero.

Ella llegó… Y cantó el silencio de la noche con el detonar de los cascabeles de las yeguas de la calesa, trajo consigo una ofrenda… aun sin saber si para ella o para él.

Cruzó el umbral de la primera mampara, la próxima estaba abierta y anochecida como las fauces de un lobo en busca de hambre y de celo… la media oscuridad o la media luz que inundaba las paredes y los vacios, hacían sombras de bártulos y enseres en nubes de luna.

A la llegada se desembarazo de la valija de seguridad, se desenfundó el yugo de las señales de los humos de fuego, y se dispuso a obedecer en rebeldía…

Él se apoltronó en el love seat, descamisado y fresco, desfachatado e impúdico como son los amos con los siervos de esclavitud, la miró con ojos de infierno dantesco y de calor mefistofélico, con astucia maquiavélica le tronó el primer mandamiento, ¡Quita las ropas de las laderas de tus caderas! Paralizada ante la ordenanza y trémula de pavor, además de húmeda de pasión, dio comienzo a acatar la orden recibida… otra vez un sonoro relámpago prorrumpió del hocico de animal en ardor del Señor Feudal, ¡Lento… hazlo lento y suave! Ella trepidando de pánico, sólo asintió y detuvo sus movimientos afanosos por unos más sensuales e hipnóticos…

Ahora si… las músicas y las luces mortecinas de las parafinas, enmarcaron los sugestivos meneos de Zarité la esclava en turno, apenas ella lo distinguía, pues agazapado en la oscuridad a medias de la estancia aquella, misma que había sido tantas y tantas veces transfigurada en cuartel el general de sus más recónditos instintos de intimidad.

Él se delectaba auspiciado por los que los luceros de su rostro, descubriendo en cada una de las suaves oscilaciones de la vasalla sus más intensos deseos… le excitaban la mansedumbre subversiva con que ella mostraba sus afanes, la mujer fue y vino hacia donde los deseos del soberano dieron tino. Se acercó la esclava al emperador en pretensión sumisa, y él, con un desdén soberbio la alejó con tan sólo un mohín de brazo ejecutor… sin remedio ella obedeció por enésima vez y porque así debía de ser.

Con miradas de cordero de recinto, y sabedora de que sería la presa de inmolación, gustosa y sin remedio… alejose para seguir siendo observada y delectada por el dueño de su alma y de su vida.
Reiteradamente, ella sin permiso vino otra vez hacia él, y su Majestad, benévolo esta ocasión suavizó su trato y le tactó las laderas de sus caderas desnudas y vibrantes, ella entornó los ojos al suave contacto del amo… su interior le intuía disfrutar, pues desconocía cuando daría comienzo el sacrificio al dios de los amores violentos de la pasión.

La mimó más y más, con las manos de huesos y con los dedos de ejecución… los ojos entornados de ella y los labios brotados del rostro manifestaban el trance extático por el que estaba siendo conducida. Sin misericordia, el dueño de ella la envió hacía allá… ¿Por qué, esa gasa negra que deja mirarte el corazón? - Increpó el amo y señor de la noche – La sierva enmudecida, no sólo no respondió sino que se postró en dirección a su maestro y mentor en un acto de sumisión y religioso respeto, él acepto este de gesto de humillación de la carne y asistió a alcanzarla al diván de allá.

La tomó por el talle, la tornó de tal modo que la espalda de ella se miraba de frente con el pecho estrellado de él. Sin el más mínimo miramiento posó la mano derecha en la mitad de ella, y la izquierda en el nacimiento de las vertebras, con un fugaz y burdo mover de macho de manada, la doblegó sobre el sillón, quiso ella luchar… sin embargo, era una batalla perdida, el comenzar a hurgar en las recónditas y escarpadas quebradas de las intimidades de la esclava, ella, la sierva, se estremeció de temor y de placeres mal sanos… el Señor Feudal dio comienzo a una excursión por las llanuras y estepas de toda la geografía de la súbdita…

Bocabajo y yacida sobre un promontorio que le exponía el ecuador de su cuerpo, bello y salino sabor de mar, como una mágica montaña que en la cima sostenía la estrella polar que orientaba las codicias del amo, él se detuvo… pues iba a embestir cual mítico minotauro a su frágil presa: para mirar, observar y deleitarse de esas carnes apenas perceptibles en los escasos visos iluminatorios de aquel recinto…

La súbdita con los ojos de oscuridad no podía mirar nada, sólo olía el respirar de su dueño, y entre suspiros y sollozos, gemidos y latidos desbocados de su palpitante entraña, esperaba la avenida humectante de sensaciones intrigantes, pues no daba si serían de dolor o sólo de placer, o la mixtura de ambas dolencias…

El amo dio inicio al rito carnal de poseerla sin tocarla, de hacerla suya distante, de tronarle enmudecidos rugidos de felino.

La impregnó con efluvios espesos de manos lánguidas sobre la escoliosis de su espalda, la entrepierna de la bella y sometida hurí de serrallo extravagante, pedía a lloriqueos lacrimosos de hembra magnificente y generosa, atención de los tactos de huesos de su amo y señor…
Él, digno como todas las majestades, solazaba sus vistas en las convulsiones descompuestas de la pequeña de tamaño, y enorme de voluptuosidad cautiva, reptaba ella como áspid de oriente o como cobra egipcia, sobre los textiles salpicados de ella misma, al son de sus necesidades, al ritmo de sus canículas.

Llegó el momento, vino el instante en el que ella sin más no poder contenerse… como una loba herida aulló a la luna del amo, para que este con ella le aluzara la oscuridad eterna en que estaba inmersa, y le desatará los ojos anudados a toda su piel… pedía misericordia, compasión y piedad…

Como ambas manos la tomó por la mitad de ella, y con su enhiesta fortaleza la impregnó de sí mismo en una sola irrupción, sin asomo de caridad u otra forma de conmiseración… se unieron en un alarido, en un contubernio, en una complicidad… nunca antes por ambos conocida. Las mareas de ambos ríos se confluyeron en una bocana marina, que azotadas por las caderas de sus cauces, espumaban en olas de humana deidad amorosa y sensual…

Olvidaron sus condiciones morales, él se arrancó las vestiduras de majestad y ella se le subió al rostro para hacerse lo que se estaban haciendo de igual a igual, ella eufórica y transida de sumisión boqueaba como pez sin agua, él jadeaba ondulando su cuerpo sobre el de ella como un enorme y mítico molusco de hierro candente, no supieron que estaba ocurriendo… se les hizo un hoyo en el tiempo.

Guerrearon sin descanso, ella como una Juana de Arco, loca y llena de visiones que la conminaban a someterse al bravo Quijote, avasallador de sublevaciones de la carne y del espíritu… se comieron las carnes, se abrevaron las aguas, se laceraron con uñas y dientes… se amaron con y sin piedad… y se dieron sin medida hasta quedar como yertos en un doméstico campo de batalla.

Se treguaron los cuerpos y las almas, ella a medias vacía y él lleno a rabiar, sin embargo en un concilio de afanes cansinos se permitieron respirar suave y con compás. El amo la liberó de su peso y la vasalla llenó sus pulmones del aire caluroso que había sido venteado por su majestad. Se apoltronó de nuevo en el love seat, cátedra desde la cual había comenzado todo con las miradas de él. Transida y boca bajeada, la cautiva sólo estaba ahí al parecer sin estar… apenas perceptible su respirar por el lomo de su espalda se percibía, las velas a medio iluminar, Sadé y sus notas a medio sonar, el placer y el clímax desbordados se arrastraban por los pisos ajedrezados de baldosas viscosas de ellos mismos, los inciensos sin olor…

Todo estaba ahora apagado… lánguido, hasta el aire se había enrarecido de las erupciones de volcán en que los amorosos lo habían convertido, desde el sillón de amor la miraba con destellos infernales de macho cabrío, ella con la cabeza guindando del sofá apenas reojeaba la mirada por los rabillos de sus ojos… los cabellos, los sudores y las salivas le languidecían desparramándose en gotas surrealistas como en un Dalí, en extrema delectación, el caudillo sentíase dueño de ese cuadro que hacía poco, él mismo había creado…

Los minutos se trastabillaban los unos sobre los otros, mientras los amantes se descansaban los cuerpos y los huesos, extenuada y distendida la esclava sobre el sofá, él, jadeante de más deseos y voluntad insatisfecha de amo… al cabo de los tiempos que hubieron transcurrido, las sangres comenzaron a congregarse en sus lugares y el hombre se levantó de la poltrona… gimió el sillón y al suave susurro la esclava logró entreabrir los ojos, sólo para mirar con angustia que un gran y doloroso placer se cernía como ave de muerte sobre ella y sus carnes…

Fue tomada suave y por la fuerza, siendo impelida sobre las baldosas de ajedrez, no sin la misericordia de antelación, con que hubo sido puesto un almohadón henchido de las plumas de las aves de los paraísos venéreos. Postrada ahí y sobre los escaños, la bella y sumisa hurí de serrallo, sin más nada que hacer, tuvo que satisfacer los gustos perversos y amorosos de su Señor. De tal manera la posicionó que exponía al alcance del Rey de reyes sus más íntimos secretos que dicho sea con verdad… de ella para él no existían. Él le conocía todo y le dominaba todo…

Abrió aquella flor carnívora de par en par con las manos de huesos y con sus fuerzas… el viento de sus pulmones esclavos como ella misma, silbaron quejidos sabrá dios que, si de amor, de satisfacción o de dolor. Como toro de lidia ganador sobre su engañador la acornó despiadado, brutal y de pasión maquillado… fue un ir y venir suave y firme, como las olas de los mares aquellos que no se detienen ante nada, ante ningún dique… los oleajes subieron de tono y de nivel hasta desbordarse casi sobre los causes que las contenían.

Las pieles de ambos perladas de los afanes de ambos chispeaban por las luces de las parafinas, él dando y ella recibiendo… o quizá fuera al revés, ya no estaban en condiciones de saber nada, actuaban bajo los influjos de ignotos sentimientos y emociones…

Se acercaba la postrimería… el ocaso… desguanzada y sonriente fue conducida a la otra cámara de inmolación, arrojada sobre la piedra de sacrificios, quedó como una muñeca de juegos infantiles inmisericordes, su dueño la acomodó con paciencia de santo y con ternura de rosas… Y sólo esto para satisfacerse así mismo... pues ella, la favorita del serrallo lo estaba ya y en demasía.

Así, tras un barritar de mamut prehistórico, el amo se desguanzó sobre la víctima de sus amores, afanes y dueña de sus torturas…

Es cuanto compañeros.

Carlos López Carmen

16 de mayo de 2010

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