Cuentos

lunes, 12 de mayo de 2008

El aroma del aire había cambiado

-Estephani Granda Lamadrid-


El aroma del aire había cambiado, ahora era Jasiba-jazmín, Jasiba-miel, Jasiba-frutafresca, Jasiba-mujer, Jasiba-Jasiba; su piel respiraba el sol de la tarde, los velos escondían sus ojos desnudos, la mirada desnuda pero no su cuerpo encendido, y posaba para hacerse infinita en las miradas que no entenderían porque esta tarde Jasiba se había desprendido de sus telas, para mostrar su piel clara, su carne firme y joven, no entenderían por qué Jasiba se había encontrado entre los olores de la tarde, entre un jardín que olía a ella misma, entre la pastura suave que había guardado en su propio cuerpo, de la forma en la que Jasiba se encontraba, a solas, ella sola, esta tarde, la primera tarde en que se probó toda de miel. Un aire ligero la cubrió de besos... Natalia dejó de leer. Desde que se acordaba tenía la costumbre de leer todas las cosas que llegaban a sus manos, siempre ha creído que todo está unido por hilos delgados que la gente suele llamar destino o casualidad, siempre está esperando algo que entre sus manos fuera más que eso, más que letras impresas, más que dibujitos y letras en un pedazo de papel: Natalia buscaba una señal.

Quizá darle importancia a esa hoja de libreta, incompleta y arrugada, fuera otro error como la receta para tener novio en 24 horas, que la llevó a tomarse una infusión de hierbas que le generó una alergia por tres días e impidió que alguien se le acercara.

Quizá su destino no le llegaría en forma impresa. Pero le gustaba creer que las cosas se juntaban siempre para ella, por ejemplo, que el metro se detuviera en ese preciso momento en la estación de Bellas Artes y que los evacuaran de emergencia porque algo se estaba quemando. Incluso creyó de buena suerte haber perdido el dije que le había regalado un amigovio venido de quien sabe dónde sólo para conocerle la sonrisa, porque de no querer encontrarlo, no tendría entre sus manos a Jasiba.

Caminó distraídamente por la Alameda. Siempre llegaba a ese lugar, un jardín, que de álamos solamente le quedaba el nombre. Un maestro le había recomendado llevar una libreta todo el tiempo, para escribir cosas que le atacaran el cerebro. Y anotó “he encontrado otra señal, y sólo me costó un recuerdo y otro dolor de cabeza y olvidar mis costumbres de niña… ”. Sonrió.

Quizá Jasiba no era algo que pudiera entenderse en el papel, ¿Qué Jasiba se podría encontrar en un mar de letras y seguir siendo ella misma? ¿Qué Jasiba podría saber que ella misma se encontraba en una hoja? ¿Quién podría mejor que Natalia entender el regalo que Jasiba le entregaba en su propio cuerpo?

Quizá era momento de escribir su destino. Natalia soltó una hoja al viento, mientras un aire ligero la cubrió de besos. Era la primera tarde en que se probó toda de miel. Natalia se encontraba a solas, ella sola, esta tarde. Conoció la pastura suave que había guardado en su propio cuerpo, entre un jardín que olía a ella misma. Natalia se había encontrado entre los olores de la tarde. No tenía que descubrirse para mostrar su carne firme y joven, su piel clara. Natalia posaba transparente para hacerse infinita en las miradas que no la entenderían. Su mirada desnuda. Su cuerpo. No tenía velos que escondieran la desnudez de sus ojos. Su piel respiraba lentamente el sol de la tarde. Ahora era Natalia-Jasiba, Natalia-mujer, Natalia-frutafresca, Natalia-miel, Natalia-jazmín. El aroma del aire había cambiado.

1 comentario:

Gerardo-Oviedo dijo...

Buen texto, sobre todo por el manejo del humor. Primer síntoma de inteligencia. Sigue publicando.

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