Sesenta y uno
By Julia Salinas
El se sintió inquieto, ir a donde ella vivía no era lo más seguro sin embargo era notorio que ese simple hecho arrellanaba sus ganas, así que ya no lo pensó.
Ella, sin embargo no quería parar el pensamiento repetitivo: Su Jorge entrando por esa puerta justo en el momento en que otro besaba su pecho desnudo.
Luego, la emoción les ahogaba. Era la sinapsis vuelta pura electricidad. La que remueve los deseos de manera violenta, hasta el origen mismo. Hasta volverlos instinto animal. Como si cada uno entendiera por fin que el orgasmo era el objetivo por si mismo y no un medio. Y así el éxtasis los alcanzaba al sonido imaginario de un balazo que elongaba en un momento sempiterno.
Experimentar un orgasmo, justo en el santuario de otro era como alcanzar la más preciada quimera. Los dejaba exhaustos.
-Qué juego tan absurdo – pensaba él torciendo el rostro en una mueca de la cual no se supo si era en el llanto o una carcajada grotesca en lo que acabaría.
Y ella, repetía la escena de memoria una y otra vez, durante la semana siguiente incluso dejando de comer por distracción. Pero eran los días en que se notaba más tranquila, como si la paz alcanzara en un solo toque sus ojos.
Jorge, que hacía dos años que salía constantemente de viaje, había notado cambios en Martha, la encontraba de mejor humor, más dispuesta para todo.
-Si, ¡Me quiere!, Ya perdonó mis errores. Si así hubiese sido siempre, no hubiésemos tenido que…-Se mordía el labio, sin duda todavía sentía los rastros de la culpabilidad rondando su mente. Pensaba que decididamente, el salir constantemente, había ayudado a mejorar su relación.
-Mañana salgo a Saltillo –dijo Jorge.
- ¿Cuándo regresas?- preguntó con ansiedad Martha, dejando entrever que deseaba que se fuera, pero que más deseaba que llegara el día de su regreso.
- El jueves a las 10 de la noche.
El jueves por la tarde, Martha se fue a un bar, no tenía predilección por alguno en especial, pero por obvias razones, iba a aquellos a los que regularmente acuden más hombres que mujeres.
Mientras esperaba a que le sirvieran una copa, escudriñaba a los hombres que se encontraban en el lugar. Encontró rápidamente lo que buscaba. Estaba sólo y en su cara se reflejaba el hartazgo y las ganas de tener una aventura.
Se levantó de su lugar y caminó hacia él, primero rozo su espalda en fingido descuido. El hombre volteo e instintivamente posó sus ojos en dirección a sus redondos senos.
- Disculpa- le sonrió Martha, está tan lleno el lugar…
Y caminó por enfrente de su mesa hacia el baño. En un vaivén de caderas. Al regresar, el ya no esperó. De un salto la abordó:
-Te invito una copa - soltó la frase con una sonrisa seductora, la misma que había ensayado esa mañana frente a su espejo y según él infalible para conquistar.
Se sentaron a la mesa de Martha, charlaron, rieron por un rato. Los dos fueron francos.
-Soy una mujer casada, mi esposo está de viaje.
- No quiero problemas, sólo disfrutar el momento- espetó ella.
- Vamos a otro lado entonces- la invitó, sin perder la oportunidad.
- A mi casa- se relamía los labios Martha, son las 8 mi marido llega a las 10 y si llegamos rápido, tendríamos sesenta minutos.
Llegaron a las 8:30.
-Tenemos tiempo suficiente, voy a ponerme cómoda- y tras decir la frase, Martha desapareció por la puerta del cuarto, entró a su recámara y lentamente para no quitarle valor al ritual sagrado, iba sacando del armario una bata, totalmente transparente.
Del otro lado, el hombre de la sonrisa conquistadora, estaba nervioso, ya eran casi las 9 de la noche, apenas si tendrían tiempo.
¿Y si el tal marido llegaba antes? En que lío gordo se metería, pero esa piel suave y lozana bien lo valía.
Exactamente a las 9 de la noche, Martha entró a la sala. Él quedó deslumbrado.
-Wow! Exclamó boquiabierto, sintiendo un firme cosquilleo en el bajo vientre.
Se olvidó de la precaución, del tiempo, de todo. Sólo deseaba tomar a esa extraña mujer que despedía una fragilidad inaudita y una sensualidad que despertó su avidez.
Martha servía dos copas de vino.
El, impaciente se encaminó hacia a ella y la rodeó con sus brazos por la cadera.
Él besaba su pecho desnudo, pensaba que esa noche si tocaba el cielo, cuando de pronto se abrió la puerta. Martha, instintivamente volteó a ver el reloj con una mueca de placer, eran las 10:01, Jorge entró encolerizado, parecía que no lo podía creer. Sin perder de vista la imagen enfrente de él, sacó una pistola de su sobaquera a la que le colocó rápidamente un silenciador y le disparó a quemarropa al hombre de la sonrisa conquistadora, justo en la cabeza.
Aventó el arma y se acercó decidido a Martha. Sus pupilas brillaban a punto de derramar una lágrima, cuando Martha susurró:
- Llegas justo a tiempo, mi amor. Como siempre.
El la abrazó, se besaron con pasión, para luego hundirse lentamente en el éxtasis al sonido de un balazo imaginario que unió sus cuerpos en un momento sempiterno.
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