El vouyerista contrataca

martes, 24 de noviembre de 2009

En el techo había dos orificios por donde el receptáculo defecatorio expulsaba sus gases. El por la noche solía subirse a la azotea y resguardarse, mirando con precaución los orificios, como quien mira un culo. Mientras, el otro, entraba al receptáculo a despojarse de la estragos que el día hacía en su cuerpo. A veces el otro, el de abajo, expulsaba sus heces al receptáculo. Pero cuando se bañaba, el de arriba miraba qué era ese acto y qué era un hombre, un hombre desnudo y cómo se comía, porque era inexperto y el de arriba estaba allá, resguardado, admirando toda esa belleza en una noche mágica, cómo lavaba su prepucio y cómo se metía un dedo en el culo para destapar esa cañería. Al terminar de bañarse, el de abajo pasaba delante del de arriba, que ahora ya estaba sentado en un pupitre del primer piso, aguardando pasar ese César por su reino.


El de arriba había utilizado el pretexto del ejercicio para acercarse a él, porque el de abajo le gustaba hacer ejercicio y sabía que cuando el de abajo decía eso, era porque éste se cambiaría de ropa y se pondría la adecuada, mientras el otro, lo admiraba, viendo reposar esos testículos en esa prenda diminuta. Ah.

Esos eran los tiempos de gloria y tanto el de arriba como el de abajo se complementaban, estaban conociendo sus reinos.

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