Lino está frente al diablo, los ángeles le han negado audiencia ante el Superior y lo han mandado directo al infierno, la justificación es que ni siquiera merece ser juzgado a causa de su estilo de vida.
Se sorprende de conocer al que también fue ángel, no se parece en nada a como se lo había imaginado ni como se lo habían descrito, sin rasgos ni gestos animales, todo humano, pero no cualquiera, sino uno muy educado y formal, de buen gusto. Hasta le hubiera gustado conocerlo en otra situación, quizás en el lobby de algún elegante hotel o en la barra de un bar, pero no era así, se encontraban en algo que se asemejaba a una sala de estilo rococó, rodeado de muchas pinturas y escuchando música de Giuseppe Tartini, como si la tocara Nicolo Paganini. Y sí estaba alguien tocando el violín en la sala, cuando Lino se dio cuenta el diablo levantó también la vista, alzó una copa de whisky escocés y le dijo que efectivamente era quien imaginaba. Le dijo que lo que sobraban en ese lugar eran artistas: pintores, músicos, escritores, todo lo que se imaginara, y que por eso él jamás se aburría ni se aburriría.
Antes de que Lino pensara en que se sentiría a gusto en ese lugar, el otro le dijo que ni lo hiciera, que todo aquel que llegara ahí era por castigo, y que si él, el Diablo, lo disfrutaba era porque a fin de cuentas era una pequeña concesión que se merecía por su inteligencia. Lino se quedó callado antes de terminar en su mente la frase común de más sabe por viejo.
El Diablo le ordenó lo mirara de frente, le preguntó si estaba consciente de la pequeña masacre que había hecho: primero al joven Marco y a su esposa Martha a quienes atrapó en pleno amasiato, luego a su madre que vio como mataba a los anteriores y luego a él mismo, todo con el mismo cuchillo. Lino no contestó, el otro nomás lo vio y comento que no se sorprendiera, que era habitual la llegada de multihomicidas por esos lugares, que era cosa del destino, que eso no dependía de ninguno de los dos, sino de alguien más arriba. Lino nomás alzo la vista, hizo un gesto de burla y luego movió la cabeza. El diablo se congratuló que entendiera y le dio la orden de comenzar su ruta al fondo del infierno.
Y Lino comenzó su camino, se le figuro una eternidad y en realidad lo era: cada que avanzaba parecía que la espiral se hacía más y más interminable, se quejó de Dante y su libro. En el trayecto se encontró a muchísima gente conocida, de antes y ahora, o mejor dicho, lo que antes fue ahora. Se sorprendió de verse con viejos amigos de la infancia, de su primer novio, del primer tipo que lo inició sexualmente, de sus amigos ocasionales, de los deslices femeninos que tuvo, de todos. Sintió volver a morir, y lo hubiera deseado, cuando sentados y descansando en uno de tantas curvas de la rampa encontró a su padre, a su madre Doña Adelaida, a su esposa Martha, a su anterior pareja Fermín, ya todo un Doctor en Derecho asesinado en un hotel por un chichifo, y su amante Marco. Todos platicaban alegremente a pesar del fuerte calor que hacía. Se pusieron contentos de verlo, dijeron que estaban esperándolo, el Diablo les había hecho la misma plática y se convencieron que el destino común de todos era estar con Lino, y eso era inamovible e impostergable. Lino no supo que decir, porque también se había convencido que su destino era pasar la eternidad consigo mismo. Los demás suspiraron y se contentaron, Lino se preguntó si eso en realidad era la muerte. No tuvo tiempo de responderse porque Marco y Fermín lo jalaron del brazo a orden expresa de Doña Adelaida.
Se sorprende de conocer al que también fue ángel, no se parece en nada a como se lo había imaginado ni como se lo habían descrito, sin rasgos ni gestos animales, todo humano, pero no cualquiera, sino uno muy educado y formal, de buen gusto. Hasta le hubiera gustado conocerlo en otra situación, quizás en el lobby de algún elegante hotel o en la barra de un bar, pero no era así, se encontraban en algo que se asemejaba a una sala de estilo rococó, rodeado de muchas pinturas y escuchando música de Giuseppe Tartini, como si la tocara Nicolo Paganini. Y sí estaba alguien tocando el violín en la sala, cuando Lino se dio cuenta el diablo levantó también la vista, alzó una copa de whisky escocés y le dijo que efectivamente era quien imaginaba. Le dijo que lo que sobraban en ese lugar eran artistas: pintores, músicos, escritores, todo lo que se imaginara, y que por eso él jamás se aburría ni se aburriría.
Antes de que Lino pensara en que se sentiría a gusto en ese lugar, el otro le dijo que ni lo hiciera, que todo aquel que llegara ahí era por castigo, y que si él, el Diablo, lo disfrutaba era porque a fin de cuentas era una pequeña concesión que se merecía por su inteligencia. Lino se quedó callado antes de terminar en su mente la frase común de más sabe por viejo.
El Diablo le ordenó lo mirara de frente, le preguntó si estaba consciente de la pequeña masacre que había hecho: primero al joven Marco y a su esposa Martha a quienes atrapó en pleno amasiato, luego a su madre que vio como mataba a los anteriores y luego a él mismo, todo con el mismo cuchillo. Lino no contestó, el otro nomás lo vio y comento que no se sorprendiera, que era habitual la llegada de multihomicidas por esos lugares, que era cosa del destino, que eso no dependía de ninguno de los dos, sino de alguien más arriba. Lino nomás alzo la vista, hizo un gesto de burla y luego movió la cabeza. El diablo se congratuló que entendiera y le dio la orden de comenzar su ruta al fondo del infierno.
Y Lino comenzó su camino, se le figuro una eternidad y en realidad lo era: cada que avanzaba parecía que la espiral se hacía más y más interminable, se quejó de Dante y su libro. En el trayecto se encontró a muchísima gente conocida, de antes y ahora, o mejor dicho, lo que antes fue ahora. Se sorprendió de verse con viejos amigos de la infancia, de su primer novio, del primer tipo que lo inició sexualmente, de sus amigos ocasionales, de los deslices femeninos que tuvo, de todos. Sintió volver a morir, y lo hubiera deseado, cuando sentados y descansando en uno de tantas curvas de la rampa encontró a su padre, a su madre Doña Adelaida, a su esposa Martha, a su anterior pareja Fermín, ya todo un Doctor en Derecho asesinado en un hotel por un chichifo, y su amante Marco. Todos platicaban alegremente a pesar del fuerte calor que hacía. Se pusieron contentos de verlo, dijeron que estaban esperándolo, el Diablo les había hecho la misma plática y se convencieron que el destino común de todos era estar con Lino, y eso era inamovible e impostergable. Lino no supo que decir, porque también se había convencido que su destino era pasar la eternidad consigo mismo. Los demás suspiraron y se contentaron, Lino se preguntó si eso en realidad era la muerte. No tuvo tiempo de responderse porque Marco y Fermín lo jalaron del brazo a orden expresa de Doña Adelaida.
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