En mi propia borrasca precipito.
La infame caída trepidante
arde en mi piel como el voraz instante
de la siniestra noche en que milito.
Vamos, arriesguémonos, te incito.
No hay señuelos, camina, amante.
¿Qué hay en tu mirada petulante?,
déjame ayudarte, ser tu hito.
En este manto oscuro nos contiene
la vorágine cruel que nos desgasta.
Es lo que el sino preparado tiene.
Somos prisioneros de una casta,
que del placer y la piel se sostiene.
Acércate, una noche no basta.
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