Lino y su madre desayunan en el jardín, platican de los negocios y del escándalo de los hijos adolescentes de las familias vecinas. No se siente tan extraño, le recuerda mucho a las conversaciones que tenía con los refinados amigos de Fermín, su anterior pareja. Se acerca la sirvienta a servirle más jugo, él le coquetea con la intención de que su madre se dé cuenta, la señora mueve la cabeza de un lado a otro y le dice que es igual a su padre. Lino lo hace a propósito porque sabe que en cualquier momento le preguntará el por qué no se ha casado, que tiene más de treinta años y que no deben faltarle prospectos por ser un tipo bien parecido y de buena familia. El sonríe, bebe un poco de jugo y le dice que no está preparado, que quiere esperar un tiempo para seguir disfrutando su soltería. Le recordó que ella y su padre se habían casado cuando tenían veintiún y veinticinco años respectivamente. Él se ríe y le dice que son otros tiempos, que las cosas han cambiado.
Suena el teléfono celular de Lino, contesta con voz galante, es Martha, su asistente. Termina de hablar y suelta una carcajada. Su madre le pregunta del porque tanta familiaridad con una empleada, él le dice que es para aligerar los formalismos, que es la persona con la que pasa más tiempo en la oficina, que si no fuera por ella no sabría qué hacer en esta nueva etapa. La señora insiste y le pregunta cómo fue que la contrató, le responde que fue la qué obtuvo la calificación más alta en la evaluación y la que mayor soltura tuvo en la entrevista, que es una mujer preparada y muy guapa. Doña Adelaida alza la ceja derecha y sonríe sarcástica, vuelve a insistir, la califica de una mujer oportunista y de probable mal gusto. Lino le responde que todo lo contrario, que es formal, de buenos modales para comer y beber, de agradable plática en la sobremesa. La señora vuelve a lanzar el dardo y le pregunta si ha salido con ella, el dice que sí, que lo ha acompañado a varias reuniones. Lino se levanta de la silla, besa a su madre en la frente y se despide, ya de espaldas sonríe, piensa que ha soltado la verborrea suficiente para tranquilizar a su madre. Eso es lo que él cree, a la señora le sobra intuición, disimula muy bien y sabe que su hijo piensa que la ha engañado, eso le da risa; conoce sus preferencias, sabe del rompimiento con Fermín, de sus escapadas a ciertos cines y de los jovencitos que sube al auto cuando pasa por la alameda. A Martha la conoce desde antes que comenzara a trabajar con Lino, es la hija de unos antiguos amigos venidos a menos, la señora fue quién la seleccionó previamente para el trabajo, sabía que su hijo también la escogería para disimular sus preferencias, ya había hecho antes la prueba con dos de las sirvientas. Martha era quien le pasaba la información de todo lo que hacía Lino, y ella sería también su futura nuera, quien la ayudaría a seguir controlándolo.
Un día Doña Adelaida se presentó en la fábrica, los empleados se sorprendieron de verla, se dirigió a la oficina de su hijo quien revisaba unos documentos con Martha. La señora la vio, fingió sonreírle y platico con ella, la asistente se veía incómoda, Lino creyó la escena, más cuando la madre invitó a la señorita a la reunión anual de agradecimiento, una fiesta que su difunto esposo organizaba cada año con el pretexto de emborracharse.
Y la reunión se realizó, sólo que quién ahora se emborrachó fue Lino. Habituado a beber sólo buenos vinos desde que era un adolescente, no soportó la mezcla de whisky, vodka y cubas que amablemente le ofrecían los invitados. Martha en todo momento estuvo con él, incluso cuando vomitó en el jardín. La señora observaba todo atentamente, fue a la medianoche cuando con ayuda de la asistente llevo a Lino a la sala, interrumpió el convite, hizo la presentación de la prometida de su hijo y el anuncio de la futura boda. La exclamación fue unánime, de inmediato llegaron los abrazos y felicitaciones tumultuosas. Lino no tuvo tiempo de reaccionar. De esa noche sólo recuerda dos cosas: que Martha y él amanecieron en la recámara que fue de sus padres y que Doña Adelaida lo abrazaba fuertemente y le decía que sólo una madre sabe lo que un hijo necesita.
Suena el teléfono celular de Lino, contesta con voz galante, es Martha, su asistente. Termina de hablar y suelta una carcajada. Su madre le pregunta del porque tanta familiaridad con una empleada, él le dice que es para aligerar los formalismos, que es la persona con la que pasa más tiempo en la oficina, que si no fuera por ella no sabría qué hacer en esta nueva etapa. La señora insiste y le pregunta cómo fue que la contrató, le responde que fue la qué obtuvo la calificación más alta en la evaluación y la que mayor soltura tuvo en la entrevista, que es una mujer preparada y muy guapa. Doña Adelaida alza la ceja derecha y sonríe sarcástica, vuelve a insistir, la califica de una mujer oportunista y de probable mal gusto. Lino le responde que todo lo contrario, que es formal, de buenos modales para comer y beber, de agradable plática en la sobremesa. La señora vuelve a lanzar el dardo y le pregunta si ha salido con ella, el dice que sí, que lo ha acompañado a varias reuniones. Lino se levanta de la silla, besa a su madre en la frente y se despide, ya de espaldas sonríe, piensa que ha soltado la verborrea suficiente para tranquilizar a su madre. Eso es lo que él cree, a la señora le sobra intuición, disimula muy bien y sabe que su hijo piensa que la ha engañado, eso le da risa; conoce sus preferencias, sabe del rompimiento con Fermín, de sus escapadas a ciertos cines y de los jovencitos que sube al auto cuando pasa por la alameda. A Martha la conoce desde antes que comenzara a trabajar con Lino, es la hija de unos antiguos amigos venidos a menos, la señora fue quién la seleccionó previamente para el trabajo, sabía que su hijo también la escogería para disimular sus preferencias, ya había hecho antes la prueba con dos de las sirvientas. Martha era quien le pasaba la información de todo lo que hacía Lino, y ella sería también su futura nuera, quien la ayudaría a seguir controlándolo.
Un día Doña Adelaida se presentó en la fábrica, los empleados se sorprendieron de verla, se dirigió a la oficina de su hijo quien revisaba unos documentos con Martha. La señora la vio, fingió sonreírle y platico con ella, la asistente se veía incómoda, Lino creyó la escena, más cuando la madre invitó a la señorita a la reunión anual de agradecimiento, una fiesta que su difunto esposo organizaba cada año con el pretexto de emborracharse.
Y la reunión se realizó, sólo que quién ahora se emborrachó fue Lino. Habituado a beber sólo buenos vinos desde que era un adolescente, no soportó la mezcla de whisky, vodka y cubas que amablemente le ofrecían los invitados. Martha en todo momento estuvo con él, incluso cuando vomitó en el jardín. La señora observaba todo atentamente, fue a la medianoche cuando con ayuda de la asistente llevo a Lino a la sala, interrumpió el convite, hizo la presentación de la prometida de su hijo y el anuncio de la futura boda. La exclamación fue unánime, de inmediato llegaron los abrazos y felicitaciones tumultuosas. Lino no tuvo tiempo de reaccionar. De esa noche sólo recuerda dos cosas: que Martha y él amanecieron en la recámara que fue de sus padres y que Doña Adelaida lo abrazaba fuertemente y le decía que sólo una madre sabe lo que un hijo necesita.
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