Nada,
ese era
el comienzo.
Reconocernos
en nuestras moléculas
infinitas de piel,
arrojarnos a las brasas
caóticas de los sentidos
para desterrarnos del señuelo
que nuestras existencias apresaba.
No había límites, el horizonte era
océano cristalino de inalcanzables
sueños y promesas, el refugio de dos almas.
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