miércoles, 20 de agosto de 2008

Capitulo 9: Un Suceso Inesperado


Pasaron unas semanas y pronto Camil comenzó a tener un temor que se hacía con cada día que pasaba más grande. Tenía un retraso de dos semanas ya. Camil prefirió no decirle nada a nadie, no deseaba que se preocuparan más, menos cuando todos estaban tan felices. Ana con Jomei quien había decido ir con Ana hasta el fin del mundo si era necesario. Y su padre de saber que ahora todo regresaría a la normalidad.
Pronto llegaron a Francia a Marsella y antes de lo que pensaran estarían en casa. Durante todo el viaje Camil no dejó de vomitar, sentirse mareada, nauseabunda y sin apetito. Se escudó diciendo que era por el movimiento de las olas que se sentía mal. Pero llegaron a tierra y continuaba “enferma”. Así que Camil decidió hablar con alguien.
–Ana, creo que estoy embarazada –dijo ella mientras se cepillaba el cabello.
–¿QUË?. Pero ¿cómo? –Camil volteó a verla con una expresión de incredulidad por la pregunta hecha. Y ella sólo pudo encogerse de hombros–. Y ¿qué es lo que vas a hacer?
–No lo sé, hablar con mi padre, creo.
Esa noche decidió que después de tres semanas de esperar estaba más que confirmado y se lo diría a su padre.
–Papá, ¿puedo hablar contigo?.Hay algo que deseo decirte.
Claro pequeña, pasa. Dime ¿qué sucede? –Camil entró a la habitación donde su padre leía un libro y tomaba una copa de vino.
–Es algo que no te dije, bueno es que...
–Es algo que hiciste ¿verdad?
–Si, es que creo que... yo estoy... estoy embarazada... –el conde no dijo nada, permaneció en silencio por algunos minutos meditando lo que su hija le acababa de decir.
–¿Quién es el padre?
–Yayitsu.
–¿Él te obligó?
–No, yo lo amo.
–¿Te hizo daño?
–No padre.
–Fue antes o después de que se enterara de que fuiste tú quien robó el dragón.
–Antes.
–No te preocupes por eso, lo arreglaremos.
–¿Me pedirás que lo pierda? No, pero si eso es lo que quieres te llevaré con un médico. ¿Es lo que deseas?
–No, ¿estás enojado?
–Sí –dijo él con un profundo ceño fruncido y enojo en su mirada–. Ahora sal, deseo descansar un poco.
–¿Me casarás con alguien?
–No.
–¿Me obligarás a regalarlo?
–No. –Camil salió de la habitación un poco triste, pero aliviada de saber que su padre no la obligaría a hacer nada que no deseara.
Al llegar a Paris el conde arregló todos los papeles de un matrimonio falso con un hombre que falleció hace algunos días. Por lo que ahora Camil era una viuda y nadie cuestionaría la paternidad de su hijo. Aun así se rumoraba mucho sobre ella y su embarazo por lo que decidió ir a Estados Unidos y cumplir el deseo de Ana de conocer América así que fueron a Nueva York.
Su hijo nació allá en América, y lo nombró Marcel como su abuelo, el padre de su mamá. Ana y Jomei se casaron antes de nacer Marcel en América y fueron sus padrinos. Algunos meses después de viajar por el mundo decidieron regresar a París con su padre que deseaba y ansiaba conocer a su nieto pero por negocios no podía reunirse con ellos en esos momentos.
El capitán Smith, cuyo nombre es John decidió reformar su vida puesto que el dragón azul se había retirado. Y con el dinero que había juntado organizó barcos que trasportaran las mercancías de los señores dueños de feudos y miembros de la nobleza. Volvió a encontrarse con Camil en varias reuniones y comenzó a frecuentarla.

Dos años pasaron y de pronto un día su padre recibió una carta de Japón. El emperador le informaba que le haría una visita al rey Luis y que estaría en París. Que le gustaría poder verlo. El conde le envió una respuesta afirmativa y le ofreció su casa, pensando que solo el emperador vendría. Sin embargo no fue así.
Trascurrieron cinco semanas y el emperador Ieyatsu y su pequeña corte llegaron a Paris. El rey organizó una fiesta en honor de sus invitados. Convocó a toda la corte de la nobleza francesa donde se encontraba Camil la ahora condesa oficialmente. Su familia era la más cercana a la familia real. Incluso el rey llegó a pensar en casar a su hijo con Camil, pero por desgracia Camil se casó demasiado joven, aunque ahora era viuda, seguía pensándolo.
Camil vestía un hermoso vestido hecho de seda pero al muy estilo europeo con un gran escote y los hombros ligeramente descubiertos. Su cabello estaba recogido parcialmente, trenzado al frente y suelto en la parte de atrás. Ana y Jomei los acompañaron, Jomei se acostumbró a acompañar a Camil a todos los eventos sociales a los que era invitada. Aprendió a hablar francés e inglés al igual que Ana. Ana y Camil le ayudaron a adaptarse al occidente y a Jomei le agradaba hacer lo que deseaba, ir a donde él quería sin pedir permiso, le gustaba ser libre. Él y Ana tenían libres los domingos para salir de paseo y pasar juntos todo el día. Habían pasado casi tres años desde que se casaron y Ana por fin se había embarazado, para ellos era una reunión más a la que asistirían y en la que Camil seguramente criticaría la monarquía absoluta y haría ver las condiciones paupérrimas en las que se encontraban los pobladores de su país, etc.
Camil dejó de ser la linda niña que era antes de ir a Japón, impredecible e impulsiva, se transformó en lo que su padre había deseado siempre, una mujer recatada, inteligente, astuta, educada, en fin las cualidades que la harían todo una dama. Sin embargo perdió su espontaneidad, su carisma, se volvió fría con él y distante de las personas, y de cierto modo un poco cruel.
Como siempre, Camil llegó después para hacer su entrada triunfal y atraer las miradas de todos los presentes, los hombres deseándola y las mujeres odiándola. Apenas cumpliría lo diecinueve años y estaba en la flor de su juventud. Seguía siendo delgada y hermosa. Aunque sus ojos eran muy fríos y su sonrisa parecía sádica.
Entró del brazo de su padre luciendo su hermoso vestido de seda rojo. Y un poco más atrás Ana y Jomei. Jomei se convirtió en la mano derecha del conde y Ana siguió siendo la dama de compañía de Camil. Ana llevaba a Marcel tomado de una mano. Desde que se hizo la presentación oficial de él en sociedad todos lo amaron y le dijeron cuan hermoso era su hijo. Tenía los ojos grises y el cabello negro, su piel era blanca pero la fisonomía de su cara era igual a la de su padre. Tenía un parecido enorme con Yayitsu y conforme crecía iba aumentando.
Camil saludó al rey haciendo una reverencia sencilla, era al único miembro de la nobleza con quien lo hacía. Con los demás se limitaba a un saludo de mano y eso era todo. Al lado de él se encontraba el emperador quien al verla se levantó de su asiento tomó la mano de ella y la besó. Todos la observaron y cuchichearon al respecto. Inmediatamente después se acercó a saludar a su amigo de toda la vida y se sentaron a la mesa con él y el rey. Ana y Jomei estaban sentados en la mesa contigua con Marcel. Todo marchaba a la perfección hasta que minutos después Yayitsu hizo su aparición junto con su esposa Mariko y una pequeña de casi dos años llamada Usagi. Al verlo entrar Camil, la sangre que había estado congelada durante todo este tiempo comenzó a circular por todo su cuerpo, podía sentir como su corazón latía con tal fuerza como no lo hacía en mucho tiempo. Una onda de calor comenzó a invadir su cuerpo pero solo por unos momentos. Y decidida a no dar paso a las emociones que comenzaban a emerger, se portó más fría de lo que pudiera haber sido con cualquiera, fría pero cortés y educada. Como si nada hubiera sucedido, como si nunca hubiera ido a Japón.
Los hombres se levantaron ante su presencia sin embargo Camil ni se inmutó ante su presencia frente a la mesa. Saludó a todos los presentes y sentó justo frente a ella. Al otro lado de la mesa. Minutos después John Smith, quien ahora era su futuro esposo se sentó a su lado.
–Vaya, no has cambiado nada Camil –dijo Mariko–. Sigues siendo igual de hermosa que cuando te conocí.
Pues muchas gracias Mariko, tú sigues siendo igual de linda –le respondió Camil –momentos después Marcel salió corriendo para saludar a quien él consideraba su padre y se sentó en sus piernas.
–¡Mamá! –dijo el pequeño, y Yayitsu sintió una opresión en el pecho al ver al pequeño, no podía tener menos de dos años. El emperador no podía creerlo, era el vivo retrato de su hijo a su edad, excepto por el color de los ojos, pero aun así era idéntico–. ¡Papi! –volvió a decir el niño extendiendo sus brazos al hombre al lado de Camil. En ese momento Yayitsu pudo sentir una daga atravesar su corazón profundamente. Ella lo conocía bien y pudo ver el daño en su mirada y se sintió complacida. Saber que le había dolido después de todo lo que ella había sufrido por su culpa.
De inmediato el emperador intervino.
–Camil, no sabía que te habías casado.
–En realidad no lo estoy, pero lo estaré en unos meses.
–Vaya, y ¿quien es el padre del niño? –dijo inquisitivamente. Al conde no le agradó la forma en la que lo preguntó y decidió participar en la conversación.
–Ella se casó días después de llegar a París, pero desafortunadamente mi yerno murió en un accidente.
–Lo lamento mucho Camil.
–Gracias majestad.
La cena terminó sin más comentarios al respecto, pero en cuanto se levantaron de la mesa Yayitsu comenzó a asediarla.
–Así que vas a casarte.
–Así es ¿vas a felicitarme? –dijo con ironía.
–En realidad no, no es para felicitarte el que te cases con ese perdedor. Tu padre no te lo debería permitir.
–Mi padre jamás me prohibiría algo.
–Que yo recuerde ya lo hizo una vez.
–Eso fue por las circunstancias y realmente se lo agradezco, me salvó de un destino muy tormentoso. Si me he de esclavizar que se de un hombre que sea más entretenido a él no le agradó mucho el comentario pero sabía que lo decía solo por coraje, como cuando él la insultó en la enfermería del palacio, ofuscado por la ira.
–No cambia tu sentido del humor.
–En eso te equivocas, he cambiado más de lo que te imaginas.
–Si, antes tenías mejor gusto –revancha por el anterior comentario.
El emperador se acercó a su amigo para poder conversar con él quien se encontraba solo.
–Podrías haberme informado que ya era abuelo –dijo el emperador al conde.
–No se de que me estás hablando.
–Por favor, vas a negarme que ese niño es hijo de Yayitsu.
–Así es, Marcel es hijo de otro hombre y te agradecería que no hagas ese tipo de comentarios, que son de muy mal gusto.
–Umako ambos sabemos que Marcel es él primogénito de mi hijo; es más que obvio el parecido entre ellos. Es igual a Yayitsu cuando tenía su edad.
–Una simple coincidencia. El padre de Marcel murió después de casarse con Camil por mi propia mano, por haberse atrevido a golpearla. Y te agradecería que no hagas más comentarios al respecto.
John vio a Camil hablando con Yayitsu así que decidió acercarse a ellos con Marcel en brazos.
–Buenas noches príncipe Yayitsu -. Yayitsu observó por unos momentos a Marcel, notando el parecido con él y su carácter como el de su madre, inquieto, travieso, afable.
–Tengo entendido que tú no eres el padre ¿por qué te llama así?
–Porque aunque no lo engendré yo, si he sido quien lo ha criado y soy el único padre conoce y conocerá, ya que su verdadero padre está muerto.
–Ah, ¿Y cuando es la boda?
–En seis meses. –Aun falta mucho
–No es por nosotros, el conde nos pidió esperar un poco así que hicimos, pero si fuese por nosotros mañana mismo nos casaríamos, ¿no es así amor?.
–Claro, deseo ser tu esposa lo más pronto posible, pero papá insistió que esperásemos y no quise desobedecerlo –la velada transcurrió rápidamente y los invitados comenzaron a marcharse.
Por fin el conde y el emperador decidieron marcharse a descansar así que le pidió a Jomei ir por los carruajes, y al regresar Camil notó que el emperador iría con ellos a su casa, algo que no le agradó mucho.
–Llegaron los carruajes.
–Padre ¿el emperador vendrá con nosotros?.
–Así es.
–¿Y como regresaremos a casa? No cabemos todos en el carruaje.
–No te preocupes; conde si me lo permite yo llevaré a Camil, Marcel, Ana y Jomei. Usted puede irse con su majestad.
–Si, me parece bien.
Condujeron los carruajes a las afueras de París a una gran casa. Jomei bajó del carro primero y ayudó a Ana a bajar y después fue a ayudar al conde y el emperador.
John bajó del carro y ayudó a Camil que llevaba a Marcel en brazos ya dormido.
–¡Buenas noches conde!, fue un honor conocerlo majestad –el emperador, el conde y Mariko entraron a la casa. Ana fue por Marcel para acostarlo y Jomei fue a las caballerizas a dejar los caballos. Así que se quedaron solos Camil y John, o al menos eso creían.
–¿Cuándo regresas de tu viaje John?
–No lo sé, tal vez dentro un mes o dos, trataré de regresar lo más pronto posible. Partiré mañana por la tarde hacia Marsella.
–¿Vendrás mañana?
–Claro que si, vendré a despedirme de mi hijo.
–Está bien, entonces mañana nos veremos.
John se disponía a marcharse cuando notó que alguien los estaba observando.
–¡Camil!
–¿Qué sucede? –John se acercó a ella y la besó en los labios profundamente.
–¿Y eso?
–Te amo Camil.
–Yo...
–lo sé Camil, aun no has dejado de amarlo.
–Perdóname.
–No hay nada que perdonar, yo sabía bien que tu no me querías, es solo que quiero que lo sepas siempre. Te quiero. Buenas noches, descansa mi amada Camil.
–También tú John –esta vez fue ella quien posó sus labios sobre los de él besándolo suavemente. Después dio media vuelta y se marchó topándose al entrar a la casa con Yayitsu.
–¿Por qué no me lo dijiste? –Camil lo vio fingiendo no entender de lo que hablaba.
–Decirte ¿qué?
–Que estabas embarazada, hubiese venido por ti, por mi hijo.
–¿Acaso no te lo dijeron? Me casé al regresar de Japón, Marcel no es tu hijo.
–¿Crees que soy estúpido Camil? Ese mocoso es mi viva imagen; si fuese cierto lo que dices, tuviste que embarazarte al llegar a Europa y eso lo dudo mucho.
–¿Por qué?¿No fuiste tú quien me llamó ramera, puta campesina de tercera clase? Que te quede bien claro, Marcel es mí hijo, tú no tienes nada que ver con él; así que buenas noches –Camil siguió de frente pero Yayitsu la sujetó por un brazo deteniéndola.
–Que te quede claro a ti Camil, el niño es mi hijo y va a estar con su padre. Así que o vienes conmigo o te olvidas de él, porque no voy a permitir que ese imbécil lo críe. Buenas noches mujer –ahora fue Yayitsu quien se alejó dejando a Camil con un enorme disgusto.


La mañana llegó rápidamente y todos dormían plácidamente exceptuando Jomei, Ana y Camil, que se levantó temprano ya que John llegaría al almuerzo para despedirse.
–¡Buenos días Camil!
–Buenos días Ana.
–¿Qué tal dormiste?
–Mal Ana, no pude dormir en toda la noche. Tenía un miedo espantoso.
–¿Miedo? ¿por qué?
–Anoche me topé con Yayitsu.
–¡Noo!
–Sí.
–¿Y que te dijo?
–Que ya sabía que Marcel era su hijo.
–¡No puede ser! ¿y que le dijiste?.
–Que estaba equivocado, pero aun así no me creyó; y me dijo que no permitiría que John educara a su hijo y que si quería seguir con Marcel tenía que regresar con él o sino que me olvidara del niño. Toda la noche tuve miedo de que entrara por Marcel y se lo llevara. Cerré la puerta y la ventana con cerrojo. Incluso pasé al niño a mi cama.
–¿Qué vamos a hacer Camil?
–No lo sé, sabes que terco es Yayitsu. Primero le diré a Jomei que no se separe de Marcel y que ponga más vigilancia en la casa.
–¿Quieres que vaya a ver a Marcel?
–Si, seguramente ya despertó. Alístalo para el almuerzo, John vendrá a despedirse.
–Esta bien -.
Al medio día llegó John, Camil estaba en un jardín lleno de rosas. Era primavera y las rosas ya floreaban, el jardín estaba lleno de flores hermosas y coloridas. Camil llevaba un sencillo y elegante vestido azul muy fresco, además un sombrero que hacía juego con el vestido y que cubría del sol su rostro.
John la observaba y le parecía una aparición, un ángel encarnado en mujer. Sin embargo no era el único que en secreto se deleitaba con aquella imagen. Yayitsu la veía también aunque un poco más lejos.
Yayitsu decidió acercarse a ella pero fue cuando notó la presencia de John, algo que le molestó mucho; se preguntaba como se pudo contener de golpearlo cuando besó a Camil la noche anterior.
Decidió acercarse como si no hubiese visto a aquel intruso y John decidió observar un poco más.
–Camil –le llamó Yayitsu.
–¿Qué quieres?
–Solo quiero hablar contigo. ¿puedo? ¿o debo pedirle permiso a tu prometido? –él sabía bien que este comentario le permitiría hablar con ella. Aunque fuera solo para demostrarle que no necesitaba permiso de nadie para hablar con quien ella deseara. La conocía mejor de lo que ella creía.
–¡¿Qué?! ¡Yo no necesito permiso para nada!
–Entonces ¿puedo hablar contigo? –Camil lo observó por unos segundos y él puso cara de cachorrito así que accedió.
–¡Ashh! Está bien, pero que sea rápido porque tengo cosas que hacer.
Yayitsu le ofreció su brazo para que la acompañase a caminar por los jardines como lo hacía antes y sonrió complacido al ver que ella aceptó.
–Dime ¿qué es lo que quieres?
–Yo solo quiero que me perdones.
–¿Que?
–Quiero que me perdones por ser un imbécil y por hacerte daño, yo... no sabes como lo lamento.
–está bien ¿eso era todo?
–No, yo se que es mi hijo, aunque nunca lo aceptes, aunque siempre lo niegues; se que es mi hijo; ¡mi corazón me lo dice a gritos!. Jamás te alejaré de él, lo de anoche solo fue un arranque de ira, pero ya no quiero hacerte más daño. Así que si es tu decisión que él nunca sepa la verdad, que otro sea al que llame padre y a otro le de su afecto y respeto... está bien; yo quiero que ustedes sean felices. Velaré por él aunque sea desde lejos, siempre cuidaré de ustedes –ahora Yayitsu la sostenía por la cintura y la acercaba a él, y ella parecía no notarlo, estaba embrujada con sus ojos negros, su corazón latía con fuerza y aquel discurso, la había conmovido más de lo que quería aceptar. Una locura asaltó su mente, reconocer que era su hijo, besarlo y escapar con él, ir al fin del mundo si se lo pedía.
Entonces Yayitsu la besó cálidamente y ella se aferró a él, lo besaba con fervor, casi desesperadamente y lo abrazaba como si su vida dependiera de ello. Pero llegaron las dudas, dudas que le atormentaban el corazón y lo apartó bruscamente.
–Te disculpo, te perdono pero... es lo único que puedo darte -.
Y se marchó sin darse cuenta si quiera de que aquella escena había sido observada. Yayitsu sabía perfectamente que John los había seguido así que volteó para buscarlo y al encontrarlo con la mirada le dedicó una sonrisa burlona y cínica y se marchó tras Camil.
Camil caminaba presurosa y trataba de contener el llanto, pero algunas lágrimas escaparon furtivamente de sus ojos. Yayitsu iba tras ella a sabiendas de que John iba tras él, y antes de entrar a la casa le dio alcance y sujetó su brazo suavemente, antes de que dijera cualquier cosa John lo empujó lejos de ella, le dio un puñetazo y desenvainó su espada.
–¡No te atrevas a tocarla! –gritó John. Yayitsu sabía que era la única forma de demostrarle a Camil que ya no era el hombre que conoció, así que se contuvo de asesinarlo allí mismo.
–Será mejor que guardes eso, te puedes lastimar –le dijo Yayitsu irónicamente.
–Acaso el gran príncipe, señor de Japón, el mejor samurai del imperio teme pelear con un simple plebeyo –le contestó John.
Había presionada la tecla correcta, ¿lo había llamado cobarde? Insultó su honor y eso era algo que no permitiría. Dispuesto a sacar su katana fue cuando Camil decidió intervenir, así que posó su mano sobre la de Yayitsu pidiéndole con la mirada que no lo hiciera. Él tomó su mano y la besó, y gratamente aceptó aquella silenciosa petición.
Ante tal acción John jaló a Camil apartándola de él.
–¡Te dije que no la tocaras! ¡Ella es mía! Será mi esposa y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.
–‘¡¡Suya!!’ –pensó Camil, ella no le pertenecía a nadie, no era un objeto o un animal que se pudiese comprar.
–¡¡Ella no te pertenece!! ¡No es un objeto que puedas haber comprado! –tal afirmación le sorprendió en demasía, Yayitsu diciendo tal cosa, era increíble, tal vez él si había cambiado. Era capaz de aceptar que ella y su hijo estuvieran con otro hombre.
–¡Que demonios te pasa John! –por fin pudo articular palabra.
–¡No voy a permitir que este idiota se te acerque! Será mejor que estés en mi casa hasta que se largue.
–¡¡Qué!!
–Dile a tu padre que irás a mi casa, así que empaca tus cosas.
–¡NO! ¡Estás loco! ¡No iré a ningún lado! –a estas alturas el conde, Jomei y el emperador habían salido a ver lo que sucedía.
–¿Qué es lo que sucede? John ¿por qué has sacado tu espada?
–Conde, la he sacado por que no permitiré que este hombre se aproveche de Camil –al conde no le agradó escuchar esto a sabiendas de lo que había pasado cuando Camil estuvo en Japón, él se había aprovechado de la inocencia de su pequeña, se aprovechó de que estaba sola en un país extraño.
–Si es así...
–¡¡Padre!! ¡Yayitsu no me ha hecho nada! Ha sido John quien ha insultado a Yayitsu, y solo por respeto a ti y tu casa no lo ha matado.
–Esta bien hija, John por favor guarda tu espada –John estaba furioso pero aun así obedeció a la petición del conde.
–Será mejor que hablemos, entremos a la casa.Yayitsu sonreía triunfal, aunque no pudo darle la paliza de su vida a John, Camil lo había defendido por en encima de su “prometido”. Por su parte al emperador también le agradaba la situación, si Camil se disgustaba tanto como para no querer casarse, Yayitsu podría convencerla de regresar con él a Japón con su nieto; este niño cuando creciera sería tan fuerte como su padre, tan listo como su madre, valiente y un líder; y por suerte Marcel había heredado el carácter de seu madre. Aunque el emperador lo pensó mejor y le hubiese gustado que heredara el carácter de alguno de sus abuelos, ya que Camil y Yayitsu tenían un carácter muy parecido. Ambos eran tercos y obstinados. Orgullosos pero eran valientes, audaces, atrevidos; mmm talvez podría guiar su educación ya que pronto dejaría el imperio en manos de su hijo.
Entraron a la sala y Ana bajó con Marcel y se desconcertó un poco al ver el ambiente tan tenso, pero recordó el carácter de Camil, y el de Yayitsu así que no le dio mucha importancia.
–Ana, ¿ya comió Marcel?¨
–Si, le di de comer antes de bajar
–Por favor lleva a Marcel a fuera, tenemos algunos asuntos que discutir y no quiero que nos escuche gritar.
–Está bien.
Ana salió con el niño y con Jomei, y el emperador salió tras ellos.
Camil decidió sentarse cerca de Yayitsu, en el sillón contiguo, así que John y el conde también se sentaron.
–Conde yo creo que lo más conveniente es que Camil se quede en mi casa mientras el príncipe esté aquí como su invitado.
–No lo sé, no creo que sea correcto.
–Señor yo estaré de viaje por lo menos mes y medio, por mi no debe preocuparse.
–No.
–¿Que?
–Dije que no iré a ningún lado. Marcel y yo nos quedaremos aquí y si no te parece lo siento.
–Camil, nos casaremos en meses.
–Y cuando acepté casarme contigo te dije que si pensabas decidir mi vida entonces la respuesta era no.
–Solo quiero lo mejor para ti.
–¡No! ¡Solo quieres lo mejor para ti! Así que no hay mas que discutir.
–Hija por favor yo creo que debes pensar mejor las cosas.
–No padre, si tú ya no deseas que esté en tu casa solo tienes que decirlo y me iré.
–¡Claro que no hija! Si por mi fuera te querría tener en casa hasta que muera; pero creo que no estás tomando la mejor decisión.
–Lo es padre, por que es mi decisión; jamás has interferido en mi vida y siempre respetas mis decisiones, y no voy a permitir que si tú que eres mi padre me respetas, mi marido no lo haga, mucho menos cuando ni siquiera estamos casados.
–Está bien hija, aunque no creo que sea lo mas conveniente –el conde decidió salir y dar por terminada la discusión, sin embargo mantendría bien vigilado a Yayitsu, no le gustaba que se acercara a su hija..

No hay comentarios:

Blog contents © TALLER DE NOVELA DE GERARDO OVIEDO 2010. Design by Nymphont.