El ladrón, el príncipe y el dragón

miércoles, 6 de agosto de 2008

El ladrón, el príncipe y el dragón.

Capitulo 1: El Dragón

–¡Alto! ¡Ladrón!. Avisen a la policía, el dragón azul ha atacado otra vez. Se ha llevado la Lágrima de Dios. ¡Busquen al ladrón! ¡Esa joya se debe encontrar! –el ladrón siguió corriendo por entre los callejones de París hasta perder de vista a los policías. Caminó un poco más y se encontró con otra persona.
–Oye ¡tardaste demasiado!.
–Perdón pero tuve algunos problemas al salir, no importa, ¡vámonos! –Los dos sujetos cabalgaron hasta una gran casa en las afueras de París. Todo había marchado a la perfección según lo planeado o al menos eso era lo que ambos sujetos creían.
Lo cierto era que desde hace algunos meses el general Leduc sospechaba que el conde D´Amour sostenía tratos con el dragón azul. Así que se dispuso a espiar al conde por meses y aunque el general estaba a punto de desistir sabía que el ladrón no se resistiría a robar la Lagrima de Dios, un diamante con un tallado único en el mundo, una de las piezas de joyería oriental más exquisitas jamás vista. Y si eran ciertas sus sospechas no solo atraparía al dragón azul que tantos problemas les había causado, sino que el Conde quedaría seriamente comprometido, y si no deseaba ir a prisión le entregaría a su hija en matrimonio, la hermosa Camil. Ella era la hija única de aquel singular matrimonio. El conde un noble japonés, se casó con la condesa D´Amour varios años después de salir de Japón. Viajaron por el mundo con la pequeña Camil, pero se instalaron en Paris de manera definitiva cuando la condesa murió, mientras eran asaltados en un oscuro callejón en Nueva York teniendo Camil apenas 7 años.
Ambos sujetos entraron a la caballeriza y se dirigieron al interior de la casa, mientras eran vigilados por el general.
–General ¿los aprehendemos ahora?.
–No, esperemos un poco quiero saber si es que está involucrado el conde.
Los sujetos entraron a la casa hasta una de las habitaciones. Entonces el general y sus hombres entraron a la casa causando un gran alboroto y despertando a todos.
–¿Qué es lo que sucede? -. Gritó una de las sirvientas de la casa. Pero el general no respondió y siguió buscando al ladrón.
Buscaron en cada habitación hasta llegar a la del conde quien gracias a los tapones en sus oídos dormía placidamente.
–¡Conde!, ¡Conde! ¡Despierte!
–¿Qué?, ¿Qué es lo que sucede general Leduc?
–General ya revisamos toda la casa y la caballeriza y no hay nadie, no encontramos al dragón azul.
–Y ¿por qué estaría aquí el dragón azul?
–Pues... nos dieron informes de que usted tiene tratos con é y lo vimos entrar con una de las Lagrimas de Dios.
–¡Eso no es posible!
–¡Están seguros de que revisaron toda la casa!.
–Si señor, solo falta la habitación de la señorita Camil.
–¡Que! ¡No permitiré eso!
–Lo siento señor pero es nuestra obligación encontrar al ladrón.
–Esta bien, pero yo los acompañaré –los hombres caminaron por un largo corredor hasta el final se encontraba la habitación de Camil en la cual también se estaba Ana.
Tocaron la puerta pero no abrían y se escuchaban voces susurrantes.
–¡Camil! ¡Camil abre la puerta!
–¡Ya voy, esperen un poco! –las mujeres parecían un poco nerviosas al entrar el general y el conde.
–¿Qué sucede padre?
–No es nada, solo que el general Leduc aparentemente vio entrar a nuestra casa un ladrón y está investigando.
–Pero aquí no hay nadie mas que nosotros.
–Si eso parece pero quisiera echar un vistazo –Leduc comenzó a buscar por todos lados pero no encontró a nadie más, sin embargo encontró algo muy interesante.
–Dígame conde ¿está usted seguro de que nunca ha tenido nada que ver con el Dragón Azul?
–Por supuesto, ya se lo había dicho.
–Y ¿por qué motivo es que esta pieza de joyería la cual fue robada esta misma noche se encuentra aquí? –el general le mostró la Lagrima de Dios al conde quien no daba crédito a lo sucedido.
–No tengo idea de como es que eso llegó hasta mi casa, en verdad lo juro.
–Pues yo creo que usted creyó que no revisaría la habitación de su hija y se lo dio a guardar.
–¡Eso no es verdad!
–Y entonces ¿cómo llegó esto aquí? ¡Explíquelo!.
–Todo esto es mi culpa –dijo Camil atrayendo la atención de todos los presentes.
–¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Cómo sabes tú lo que sucedió Camil?
–Ya te lo dije papá, todo es mi culpa.
–Vaya, ya entiendo, tu conoces al Dragón azul y no solo eso eres su cómplice –dijo el general deduciendo apresuradamente los hechos.
–Si, así es.
–¡Pero cómo es posible eso Camil, como demonios se te ocurrió eso!
–Lo siento papá, de verdad lo siento.
–Yo asumiré su responsabilidad, ella aun es muy joven y no sabía lo que hacía apenas tiene 16 años.
–Mmm no lo sé, no creo que pueda ayudarlo.
–¡No papá! Ya soy una mujer adulta y sabía muy bien lo que hacía y asumiré las consecuencias de mis actos.
–Sabe conde esto no le beneficia tampoco a usted pueden acusarlo de ser cómplice, como usted dijo ella solo tiene 16 años, quien va a creerle, todos van a pensar que lo está defendiendo y seguramente lo encuentren culpable.
–¡Pero ya te dije que sólo yo sabía de esto, mi papá no sabía nada!.
–Si pero eso no lo creerán; aunque... yo podría ayudarlos.
–¿Cómo?
–Si tu me haces dos grandes favores uno por cada uno. Uno será para salvar a tu padre y el otro para salvarte a ti.
–¿Qué clase de favores?. Muy simple, primero debes casarte conmigo, eso es muy fácil y segundo quiero que le pidas ayuda a tu buen amigo el dragón azul para que robe por mí el dragón de Shin.
–¡Que!, ¡Como puede pedirle eso a mi hija!, ¡claro que no!
–Yo pensé que quería salvarla conde.
–Está bien, acepto, pero con algunas condiciones.
–¿Y cuales?
–Primero si el dragón azul no logra robar el dragón de Shin, yo me casaré contigo pero debes prometer que salvarás a mi padre.
–Mmm no lo sé.
–Y a cambio él te enviará objetos muy valiosos lo prometo.
–Está bien.
–Y otra cosa, viajaremos mi padre Ana y yo a Japón.
–No, solo irá tu padre.
–Si no voy yo él no querrá hablar con nadie más.
–Está bien irás tú y tu criada pero tu padre se queda, si intentas cualquier cosa lo llevaré a prisión, ¿estamos de acuerdo?.
–Sí.
–Pues entonces me retiro –Leduc salió muy contento por aquel afortunado acuerdo.
El conde salió furioso de la habitación pensando como sacar de semejante problema a su pequeña. Estuvo tratando de encontrar una solución toda la noche pero no sabía que hacer, la única solución era enviarla a Japón y pedirle a su amigo de la infancia el emperador que cuidara de su hija mientras este asunto se resolvía. Pensó en entregarse y así librar del compromiso a su pequeña pero si hacía eso dejaría a su hija a merced de cualquier hombre que deseara casarse con ella y la dejarían en la calle confiscando todos sus bienes, si definitivamente lo mejor era que se fuera a Japón allá estaba aun la herencia que su padre le dejó.
A la mañana siguiente el conde se levantó mucho más temprano que de costumbre y comenzó a preparar todo para el viaje que realizaría su hija y Ana a quien consideraba como de la familia. Le envió una carta al emperador para pedir su ayuda. Durante todos estos años habían estado en contacto por medio de cartas, así que sabía que el emperador no desampararía a la hija de su mejor amigo a quien veía como un hermano. Le dijo que había sufrido un atentado en su contra y que lo más seguro para ella era ir a donde no la conocieran así que le pidió que la hospedara en su casa.
El siguiente mes recibió una respuesta afirmativa sugiriéndole incluso que el también viajase a Japón, así que la misma mañana en que recibió la respuesta compró boletos para el viaje, sería de poco más de un mes. Primero viajarían hasta llegar a Marsella y después irían en barco hasta el puerto de Osaka para después viajar en carruaje a Kyoto al palacio del emperador.
Tras semanas de viaje Camil y Ana por fin llegaron al puerto de Osaka para posteriormente dirigirse al palacio imperial en Kyoto, aunque antes harían una escala turística.
Luego de haber arribado las dos mujeres decidieron descansar y hospedarse en algún hotel. El idioma no fue ningún problema ya que ambas habían aprendido a hablar japonés desde la infancia. Después de algunas horas lograron encontrar un hostal en donde quedarse, aun cuando el conde D´Amour, cuyo nombre japonés es Umako Mamoru les ordenó dirigirse inmediatamente al palacio. Ese día solo comieron y durmieron antes de continuar con lo planeado.

Ya entrada la media noche la luna llena resplandecía en lo más alto del cielo iluminando las estrechas callejuelas empedradas de Osaka.
La silueta de un sujeto se distinguía de entre las sombras dirigiéndose a lo que figura ser un templo. Mas concretamente el templo de Kan´eiji de Ueno.
Donde se encuentra una de las Efigies de Amaterasu encarnación del sol y de quien según la mitología desciende el primer emperador de Japón. Es una escultura hecha de oro con incrustaciones de piedras preciosas cuyo valor en el mercado negro era muy elevado.
Aquella silueta comenzó a avanzar por entre los corredores del templo quien era custodiado solamente por monjes. Aquel sujeto no tuvo mas que tomar la pieza y marcharse no sin antes dejar una nota firmando con su “nombre” El Dragón Azul.
–Más arroz para mi y mi amiga por favor –dijo Camil sonriente.
–Supongo que lo de anoche fue un éxito –dijo Ana con un poco de sueño.
–Por supuesto Ana, realmente te preocupas demasiado. Come y disfruta de los frutos de nuestro trabajo –dijo Camil con una sonrisa de satisfacción.
–Debemos salir de Osaka, antes de que nuestra suerte cambie.
–Ahh, nada irá mal Ana, come, pronto saldremos de este lugar.
–Hmph, espero que así sea Camil, no me siento con ánimos de salir huyendo de la ciudad.
–Hay Ana. Camarera otra bebida para mi gruñona amiga por favor –dijo Camil, sonriendo nerviosamente cuando Ana frunció el ceño.
Camil dirigió su mirada a la camarera quien tenía problemas propios.
–Señor déjeme ir por favor –decía la joven muchacha mientras luchaba por zafarse del agarre de un hombre algo maduro quien parecía vestir un uniforme oficial. Parecía que había bebido demasiado e intentaba sentar en su regazo a la joven.
–Ven aquí pequeña puta, no tengo que estar en el palacio sino hasta dentro de dos días. ¡Vamos, muéstrame lo que tienes que ofrecer! –dijo el hombre mientras ponía a la muchacha contra la barra.
–¡Déjeme por favor, tengo que trabajar!
–¡Hey, déjela ir! –dijo el camarero detrás de la barra.
–¡Cierra la boca tonto! A menos que quieras ofender a un miembro de la corte real y terminar en la prisión del emperador –indicó el hombre para que todos escucharan. Camil frunció el ceño al ver esto.
–No piensas ir ¿verdad? –dijo Ana–. Lo mejor es que no te impliques en ese asunto Camil.
–No te preocupes Ana. Solamente iré a cerciorarme de que ella traiga nuestras bebidas, eso es todo.
Y dicho esto Camil se levantó y caminó hacia la barra donde estaba la camarera para socorrerla. No era el mejor restauran del mundo. La verdad es que era un mugroso agujero. Un pequeño agujero en la pared a donde la gente común iba para escapar de la dura vida diaria en Japón.
Camil se paró orgullosa y altiva con la cara en alto, raro en ese lugar para una mujer de esa edad. Tan raro como las facciones tan finas que enmarcaban su cara. Ella usaba un sencillo kimono azul. Sus ojos que siempre hicieron notar su porte, más azules y más profundos que los mares que rodean Japón.
Uno podría quedar perdido fácilmente en esos mares azules que eran sus ojos y era algo con lo que ella siempre contó.
–Disculpe ¡OH sabio y real señor! ¿Eres tu consejero oficial del emperador mismo? –dijo suavemente con una sutil ironía.
Ella sabía que la mayoría de los hombres caería con semejante cuestión, nunca se resistían a alardear, mucho menos frente a una bella y joven mujer. El hombre dirigió su atención rápidamente a la joven belleza de ojos azules que estaba frente a él. Y la camarera se escurrió lejos ágilmente.
–Estás en lo correcto muchacha, soy consejero del emperador mismo. Ahora estoy en camino al palacio para dar noticias de una pretendiente de su hijo el joven príncipe Yayitsu –se jactó el hombre.
–¡OH, es eso verdad!. –dijo Camil mientras lo veía directamente a los ojos.
–Así es, la señora Mariko del clan de Yashada debía pasar tiempo en el palacio con la esperanza de que gane el afecto del príncipe y entonces él la elija para ser su novia regalándole el Dragón de Shin.
–¿El dragón de Shin? –preguntó con intriga Camil.
–Así es muchacha, es la joya más estimada, rara y preciosa dentro de la tierra del emperador Ieyatsu. El dragón de Shin tiene incrustado quince diamantes y quince rubíes y ha estado por quince generaciones en la familia real. Se ha dado a la novia del príncipe cada generación. Pero basta de del príncipe, que tal sí tu y yo... –Camil lo interrumpió abruptamente.
–¿Que hay de la señora Mariko? –ella dijo mientras que levemente flexionaba adelante donde podía conseguir que mirara mejor el escote de su kimono lo cual atrajo su atención.
–Ella salió antes ya debe estar llegando a Kyoto.
–Ya veo.
–Suficiente charla, ¿porque no vienes aquí y me das un beso? –dijo él mientras que asió a Camil ásperamente y la movió de un tirón encima de él.
–Hey, yo no soy ese tipo de mujer. Tú... me dejarás ir.
–OH, de verdad. No eres una señora, solo eres otra puta común que tomar. Ahora, ¿qué dices a eso? ¿Y que si no te dejo ir y haces mi voluntad muchacha? –dijo el hombre con una voz intimidante.
–OH, ya verás –fue todo lo que dijo Camil consiguiendo estar más cercana al hombre, entonces cambió de posición repentinamente y sacudió las caderas enviando al hombre al otro lado del lugar que ocupaba–. Pues muy probablemente haría esto –dijo ella riendo.
–¡Tú pequeña perra campesina! –gruñó el hombre.
–¿por qué, por que? ¡Por que no podemos ir alguna vez como la gente normal! ¡Por que siempre terminamos corriendo por nuestras vidas! ¿Por qué? Te pregunto ¿por qué? –Se quejó Ana mientras se levantaba del asiento.
El hombre se levantó rápidamente y se lanzó sobre Camil. Ella se rió y simplemente se movió hacia un lado haciendo que se golpeara contra la barra el hombre.
–¡Vas a morirte por eso puta asquerosa! ¡Cómo te atreves a hacerme esto! –gritó el hombre.
–¡OH! ¿Por qué dices una cosa tan mala como esa? –dijo Camil bromeando. El hombre fue velozmente por su espada.
–¡Muchacha ofendiste a uno de los consejeros del emperador, ¡AHORA MUERE!
–¡OH! ¿Qué fue lo que hice para hacer al gran hombre sacar su espada? –dijo con sarcasmo–. Veamos si sabes utilizar un arma de tan gran alcance –dijo ella mientras que él hacía pivotear el katana frente a Camil.
Ella se apartó de nuevo llena de gracia y golpeando ágilmente el abdomen de su agresor. El se cayó precipitadamente sobre sus rodillas tirando el arma en el proceso. Camil asió su cabeza por el cabello con una mano y el katana con la otra.
–Ahora, ¿qué era lo que decías? –dijo ella mientras sonreía diabólicamente.
–¡Por favor, no me mates por favor! No soy mas que un simple mensajero, nada más. Un simple mensajero del emperador Ieyatsu. ¡Pido por favor tu misericordia!
–Tonto, no te disculpes conmigo, discúlpate con ella. Es ella a quien ofendiste gravemente –indicó Camil mientras señalaba a la muchacha. El hombre dio vuelta y se disculpó. Simplemente un – mmm – de la camarera y dio vuelta lejos.
–No vuelvas a este lugar o terminaré con tu triste vida –dijo Camil mientras dio la vuelta y dejó al hombre alejarse.
–Oh, por supuesto mi señora -. Dijo el hombre mientras él dio vuelta y asió una daga dentro de su camisa procurando apuñalar con ella a Camil, pero antes de que él pudiera murmurar otra cosa siquiera Camil tomó el katana y lo enterró en el muslo derecho del hombre haciéndolo caer.
–Tonto, te dije que te marcharas. Nunca aprenden –la muchedumbre comenzó a formarse a fuera del lugar y miraban fijamente a la mujer de los ojos azules con asombro.
–¡Mira lo que has hecho! ¡Podemos irnos ya! –gritó Ana.
–Bien vámonos antes de que llegue la policía, aunque dudo que alguna persona diga cualquier cosa –las mujeres salieron velozmente del establecimiento recibiendo miradas de alabanza y miedo de los que allí estaban. Saltaron en sus caballos y montaron alejándose.
–Y ¿a dónde vamos?
–A la ciudad imperial, tenemos que hacerle una visita al príncipe –dijo Camil con aire satisfecho.

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