Desvelaron sus sueños en la Marina Hemingway: Ernesto, Fidel y Camilo… los tres mexicanos de aquellos que no se pudieron abstener de todo lo que ofrece Cuba y sus hermosas cubanas, además de sus exóticos y tórridos cubanos… En la Marina las noches son preludio de estrellas palmera y mujer como trina la canción de Agustín Lara, les habían recomendado que no dejaran de asistir a tremendo lugar, lleno de fruta bomba, candela y son.
Sin evitarlo se hicieron llegar en un flamantemente destartalado Biuck azul índigo del año ´59, semiautomático y de interiores en madera que vivieron mejores ayeres antes de la revolución más romántica del siglo pasado, Amílcar se llamaba el conductor del almendrón, un negrazo acharolado de instrucción Ingeniero Químico pero de oficio chofer, pues en voz de él mismo: ¡Pue´de algo hay que comé chico!, así que el conductor los llevó sin tardanza a la famosa Marina, se apearon del decimonónico carro que ostentaba toda clase de adornos como la milagrosa Virgen de la Caridad del Cobre, Santa Patrona de Cuba, además contenía toda clase de ornatos de los más variados y vistosos colores, olores y sabores…
Ya en la calle se encaminaron a la entrada del centro nocturno, Ernesto iba de avanzada en lo que los otros terminaban las lides de pagarle a Amilcar por el servicio prodigado, cuando en eso escuchó una voz suave y por supuesto femenina que lo abordó… ¿Disculpa, puedo entrar contigo? ¡Claro que yo pago mi entrada…! [e´ que a la´ cubana sola´ no se nos pelmite la entrada] ¡Tú sábe chico, creen que sómo jineteras!... Ernesto se salió del impacto de mirar a la pequeña y curvilínea cubanita, pues era más hermosa de lo que el mismo término acusa, ya repuesto del impresión, le pidió una explicación más detallada del porque le pedía tal favor, Estrella era el nombre de la bellísima mujer, ella, sin más preámbulo que explicar nada, lo convenció, así que Ernesto le ofreció caballerosamente un brazo del cual la caribeña se asió y así fue como ambos entraron al jolgorio, Fidel y Camilo no daban crédito a que su compañero, así, sin más ni más, ya iba de la mano de tan apetecible belleza rubia y sin edad. Sin más nada que hacer siguieron los pasos de Ernesto y de Estrella, que tal parecía eran una pareja que se conociera años atrás, él sólo se dejó guiar por la rubia aquella que por cierto era bien pequeñita aunque llena de veleidosas formas, traía puesto o mejor dicho venía enfundada en un entallado vestido rojo vino tinto, de terciopelo brillante y acharolado, calzaba una zapatillas rojas también, abiertas para la estación siempre calurosa de la isla, se cubría la noche con una suave, negra e iridiscente pashmina de Cachemira, Ernesto no podía estar mejor acompañado cuando menos por el momento… Ella lo dirigió con maestría por todo el sitio aquel que era grande como pocos centros de noches agitadas conocía él. La Marina, un espacio casi al aire libre, poseía muchas techumbres engalanadas sólo de un tronco alto y una armazón de maderas costeñas que estaban revestidas de palmas de los cocoteros lugareños, en la más grande se hallaba el bar, abigarrado de brillantes y embriagadoras botellas adornadas con etiquetas refulgentes en donde más que advertir, presumían las fechas de sus cosechas además de los maravillosos y silentes años de añejamiento en barricas de fino roble blanco.
Separado del bar, hallábase en otro techo de estos la música estridente y cadenciosa del momento, los sones cubanos en mixtura de swing, disco, zamba y cumbias cubanas aderezadas con vallenatos colombianos; por todos lados había luces brillantes y multicolores que aluzaban el lugar… los impactos visuales de cámara lenta que te provocaban las luces de los estroboscopios… era aquello una amalgama de entre los cielos bíblicos y los infiernos dantescos: un lugar desbordado de bellas e inenarrables mujeres, mezcla de todas las razas: francesas, españolas, africanas, teutonas e incluso asiáticas y orientales. Las había mulatas, rubias incluso platinadas, trigueñas, morenas, negras y latinas… era aquello en verdad un serrallo como los de Las Mil y una Noches. Ernesto seguía acompañado de Estrella. Camilo y Fidel no daban crédito a lo que miraban y sentían, pues la música, las luces y los bailes que zapateaban los cubanos: hombres y mujeres, encendían el ánimo de hasta el británico más flemático, y estos mexicanos de serenos e imperturbables tenían poco o mejor dicho nada.
Así que como abejas a la miel, cada uno se iba adentrando en la festividad de los caribes, mismas que convidaban sin mesura a los invitados de todas las latitudes del mundo que allí se hallaban reunidos, los había japoneses, gringos, canadienses, chilenos, peruanos, mexicanos y demás de un país europeo en incluso de Oriente y Oriente Medio.
Ernesto y Estrella bailaron venéreas músicas como son casi todas las del Caribe caliente y tropical, él notó que la güera se le arrepegaba y se le embarraba al cuerpo de la manera más sensual que este hubiera experimentado jamás nunca en su vida, él, como casi todos los hombres que llegan a la Isla se dejó seducir por esta doncella y por las demás que tenían atractivos inconmensurables, tanto en las formas del cuerpo como en las de sus maneras: cadenciosas y cálidas sin igual…
Fidel no se decidía por ninguna de las bellezas que por allí levitaban como las nubes aborregadas de un firmamento venteado, pues era demasiado para sus ojos y para sus emociones… miraba alguna y quería abordarla cuando estaba a punto de ello otra beldad se atravesaba en su mirada y lo desconcentraba… así estuvo un buen rato, literalmente maravillado e inmovilizado
Camilo se fue por ahí, pues él, el único que bebía de los tres, comenzó por pedirse un tradicional “mojito”, bebida de fuego que es una mixtura de azúcar morena de caña brava, yerbabuena machacada, ron local por supuesto, unas gotas de limón agrio y hielo. Camilo se bebió más de uno y por ello se animó incluso de más… quizá por ello iba y venía entre los brazos de una y otra hermosa hurí danzante del lugar.
Con Ernesto todo iba bien hasta que la Estrella que le estaba alumbrando la noche le propuso que se marcharan a algún otro sitio… con inocencia él le preguntó adonde irían, y ella le contestó con la soltura que sólo se da por aquellos mares, que a la casa de ella o si él prefería al Neptuno su hotel, pero eso no era todo, sino que para que aquello aconteciera él habría de dispensarla con unos dólares para que la fantasía terminara como ella suponía que Ernesto deseaba. Sin embargo se equivocaba, pues él no estaba acostumbrado a comprar amores nocturnos… así que se despidieron de buena manera y ambos se agradecieron el rato juntos.
Ernesto ya libre de la güerita voluptuosa, se dispuso a sortear los peligros de esa selva lujuriosa de hombres y mujeres danzarines de sudores extremos, y se a dispuso buscar a Camilo y a Fidel, iba de camino por aquí y por allá cuando comenzó a descubrir situaciones totalmente nuevas, como que las mujeres lo abordaban con diversas intenciones, unas ciertamente con el imponente objetivo de conseguir unos pesos, otras menos jineteras como les apodan por allá sólo querían conversar, un trago y quizá bailar un poco. Estaba fascinado por la facilidad y la delicadeza con que las cubanas a diferencia de las mujeres de su tierra se manejaban en ambientes como aquel. Esto no quiere decir que las cubanas sean unas callejeras o algo similar… sino sólo que al parecer la falta de libertad de culto que ofreció la Revolución Cubana de los 60´s, desdibujó los recalcitrantes y omnicatólicos pecados mortales y los que no lo son tanto en estas bellas damas. Ernesto hablaba y bailaba con una y con la otra, de repente muy sensual, de repente muy alejado, pero siempre contento, ellas y él.
Por fin divisó entre la bruma musical y colorida de luces tropicales y de sortilegios a Fidel, lo miró dubitativo y fuera de lugar… se acercó y le preguntó que le pasaba, si acaso no estaba contento o que si se sentía mal, Fidel le contestó con desgana que estaba bien; pero había una discordancia entre su rostro y sus palabras, así que Ernesto que venía más motivado y excitado del éxito inusitado en ese lugar, se armó de valor y le preguntó a Fidel que porque no se le acercaba a alguna beldad de estás que para ser verdadero sobraban en aquél exótico lugar, este le contestó muy orondo que porque él quería a la más guapa de aquella noche, con un mohín de extrañeza le preguntó Ernesto a Fidel que cual era la más guapa para él, sin tardanza señaló con la mano derecha y el dedo índice erguido como el naufrago a la tierra firme, a una escultural morena de cabellos y pieles tan blancas que parecía nórdica, aparentaba ser ella en verdad la más hermosa y escultural mujer de aquella noche en la Marina Hemingway. Sin más preliminares, Ernesto se dirigió a la extraordinaria sirena y le dijo que su amigo estaba deshecho por conocerla, que si estaría dispuesta a que se lo presentara… la respuesta fue inmediata ¡Claro que sí! Y agregó, sólo que vengo con mi esposo, el hombre estaba ahí junto y ni chistó de enojo o de celos por nada, y menos porque Fidel conociera a su esposa, al parecer al esposo todo esto le pareció muy gracioso…
Llamó Ernesto a Fidel con una señal perentoria de que se acercara y este así lo hizo, Caridad era el nombre de la belleza aquella, misma que se levantó de su silla y sin pudor alguno saludó a Camilo con un abrazó internacionalmente fraterno, y un gran beso tronado en la mejilla, después se lo presentó al afortunado esposo y con la anuencia del mismo, ella lo conminó a bailar una o dos piezas de músicas despierta-muertos, después de este acontecimiento, y Camilo de mejor ánimo se despidieron de esta sui generis y amistosa pareja de cubanos… para seguir explorando aquella frondosidad de jolgorio inacabable.
La mañana amenazaba con nacer y los luceros con apagarse, así que los tres mosqueteros mexicanos se reunieron como los vampiros que se alistan para descansar las luces del día, y así emprender la retirada de las batallas de aquella noche llena de luces, música y alegría. Así que partieron en un carruaje hacia el hotel Neptuno, que por cierto de estrellas se hallaba muy escaso, y de brillos desmesuradamente suaves de un pasado lejano y remoto… montaron en sus lechos mortuorios para el descanso eterno que duraría poco.
Fidel y Ernesto dormían todavía cuando Camilo sin misericordia inicio los toques de trompeta para continuar las andanzas en la Isla, ambos despertaron azorados por los gritos urgentes de Camilo… ¡Ya levántense que ya no tardan en llegar! ¿Qué, de que hablas? Preguntaron los otros dos aun medio dormidos y estragados por la vigilia del alboroto de la madrugada anterior. - Camilo les explicó - Anoche conocí a Katia una belleza de mujer, y quedamos que hoy estaría aquí en el lobby del hotel a las diez treinta u once de la mañana, además también convenimos que vendría escoltada con otras dos amigas para que ustedes las conocieran… esas últimas palabras flotaron en el aire como nubes de algodón suave y seductoramente sensual. Así que los otros dos mexicanos hicieron de tripas corazón al estrago de la noche de anoche, y levantaron sus cuerpos al sonoro rugir del cañón, comenzaron aquel día por la inerrable delicia que es el café criollo, dulce como guarapo de caña, mismo que les habían previamente enviado como cortesía del Neptuno, despiertos ya por los maravilloso efectos de la infusión, se dispusieron primero uno y luego el otro, a ducharse en aquella regadera vieja y desvencija.
Los tres ya acicalados y ansiosos de que llegaran las representante de la belleza local, estuvieron listos incluso antes de la hora pactada en el lobby del hotel, iban y venían de aquí para allá, sólo Ernesto que de lector voraz lo tenía todo, se apoltronó en una vetusta butaca de piel que bien le hacía falta un buen cirujano plástico para distenderle las arrugas de los tiempos, así que mientras Camilo y Fidel hacían surcos en las ancianas baldosas ajedrezadas de alabastro de carrara y ónix poblano, el otro tranquilo leí seguro a uno de autores favoritos del boom latinoamericano.
Al parecer, él, menos interesado que los otros, se hallaba distraído en su lectura, pero no era así, Ernesto, acondicionado con un periscopio interno se hallaba pendiente de los acontecimientos a su alrededor, con un ojo al gato y otro al garabato… así que en cuanto avizoró un taxi amarillo a través de los enormes cristales antiguos también de la entrada del hostal, se levantó como impulsado por un resorte enérgico y se acercó al umbral, Camilo llegó en segundo sitio, ¡Eureka! Eran ellas, Katia y sus amigas, ella descendió en primera instancia del auto y se abalanzó a los brazos de Camilo, en segundo lugar… un resplandor iluminó todo el sitio aquel cuando una rubia de categoría se apeaba del mismo carro americano, hubo un instante de desconcierto como cuando aluza un relámpago de tempestad; cuando los fulgores amainaron, Ernesto se acercó a una eternamente bella, rubia e iridiscente y la ayudó a terminar de bajarse del descapotable, aún con la mano del caballero sosteniendo la suya la señorita se presentó y dijo: me llamo Myladis, Ernesto, caballero andante, no salía de la impresión que lo había dejado atónito sin remedio cuando ella repito su aristocrático nombre, Myladis me llamo, él salió de las aguas que casi lo ahogan y ya afuera respiró bocanadas de la belleza imperecedera de la Venus cubana, ¡Mi Lord! Dijo él abruptamente… ese es mi nombre, y ambos rompieron en sonoras carcajadas… No, no es verdad soy Ernesto y soy de México.
Ella le propinó un suave, matinal e inocente beso en la mejilla y él le correspondió con una suave caricia dorsal…
Así que Camilo ya estaba con Katia, Ernesto con Myladis ¿Y Fidel? Faltaba Fidel, en eso se bajó del taxi una chica vestida de rojo, ella no era lo que Fidel esperaba… esta muchacha se llamaba Margarita, de cabello corto y rizado, en efecto no era tan bella como Myladis ni tan sensual como Katia, sin embargo no hubiese sido tan aciago el momento con ella sino por sus maneras y sus modos toscos e insultantes, así que el tercer mosquetero se resignó a compartir algún rato con los otros, pero sin acercarse tanto a esta extraña mujer Caribe, sin formas candentes y menos maneras sensuales y suaves como abundan en la Isla.
Ya emparejados y cada oveja con su pareja, comenzaron el concejo para acordar a donde iniciarían las aventuras en concilio y así continuar juntos… ellos opinaron que debían comenzar el tour por un buen almuerzo: sano, opíparo y delicioso, de inmediato ellas dieron opciones y alternativas: el paladar de Doña Cari, el otro paladar conocido del Vedado, o quizá en el Restaurante del Hotel Melía Habana que se llama “Habana Café”… alguien sugirió una cabaña a las afueras de la ciudad, saliendo para Pinar del Rió y que se hallaba sobre la playa, sin más nada el grupo de los seis asintió que ese era el lugar adecuado… llamaron a un coche de alquiler y se amontonaron los unos y las otras, iban hacinados, acalorados y felices… la travesía duró más minutos de lo esperado, por ahí de los cuarenta y cinco minutos si no es que casi una hora, finalmente fue un viaje maravilloso los nuevos amigos y amigas se amoldaron y acompasaron unas coplas lugareñas y otras muy mexicanas, como: Guajira Guantanamera, De donde son los Cantantes y la Vida es un Carnaval que hizo famosa la negraza de fuego, la majestuosa Celia Cruz y de lo mexicano no olvidaron entonar: el Rey de Vicente Fernández, Veracruz inspiración de Agustín Lara y el himno no oficial de México, El Cielito Lindo.
Por fin llegaron a su destino, se desenlataron como hacen las sardinas al descender del transporte, estiraron las extremidades y juguetearon como grandes niños y niñas, como amigos y amigas, después se encaminaron sobre las piernas y llevaron sus cuerpos hacia la cabaña que a decir verdad no tenía nombre, lo que si es que era muy grande y como aquél día era entre semana había poca gente, así que eran sólo ellos en el bohío aquel.
Myladis tomó por la mano a Ernesto y lo arrastró hasta una maquina tragamonedas de esas que juegan a no darte los peluches multicolores que contienen en ellas mismas, lo instaba a que le pusiera unos fulas más como se le llama por allá a la moneda corriente y él aceptó, le aventaron las monedas al artefacto y pues nada, que no lograron capturar algún regalo, de repente, Camilo y Katia en la otra máquina de aguinaldos hacían lo propio con sus fulas, ellos tuvieron mejor suerte y lograron un premio. Así que la amiga particular de Ernesto frunció el entrecejo en un evidente mohín de molestia y con voz chiqueona, le rogó a su recién adquirido galán que dispusiera de otros pesos para sacarle algo a la máquina esa grosera… él accedió de buena gana y colocó otras monedas para esta empresa que realmente parecía complicada, hubo más dineros, más intentos y nada, así que él le preguntó a Myladis que por que tanto insistía en sacarle unos peluches a esta tramposa máquina, a lo que ella con una pena enorme y misma que le opacó la belleza del rostro y el fulgor natural, se disculpó confesándole que le quería llevar unos regalos a sus chiquitos, le explicó que tenía dos hijitos una niña de escasos ochos añitos y un chiquito de cinco…
Ernesto con un poco de sentimiento de culpa que al parecer lo acompaña por donde quiera que ande se sintió mal, así que la cogió de la mano y la llevó a una pequeña tienda de suvenires que se hallaba ahí mismo, y como se dice en México le disparó unos regalitos para sus chiquitos. Finiquitado el asunto de los bebés de la bella rubia de categoría, se arrimaron a la mesa donde ya los esperaban los demás. Ernesto que siempre ha sido de buen diente, miró el menú que contenía lo que en aquel sitio ofrecía para almorzar y optó por el tradicional “congrí”, es decir, frijoles negros con arroz blanco y lechón asado, unos tostones de plátano frito y pan de sal, para beber, como él es un fan de la coca-cola y las aguas negras del capitalismo no se vierten por estos mares, tuvo que ordenar una soda local de nombre simpático tú-cola. Como un verdadero caballero medieval de la corte del Rey Arturo, esperó con paciencia de santo a que su consorte habanera, determinara que le servirían a ella… sin embargo la espera se prolongó bastante y además resultó infructuosa, la güera no decidía con que alimentarse, él la apresuró un poco porque sus tripas ya le protestaban con una revuelta interna, el medio día se acercaba siendo la hora en que el sol alcanza la cúspide desde donde prorrumpe con sus más ardientes y perpendiculares rayos solares. Al fin ella resolvió no pedir nada pues alegó que no tenía hambre suficiente, miró a Ernesto y le dijo con un cariño inusual para él: Godito, tú me convidas de lo tuyo; ¡No! enunció él, por favor ordena algo para ti… al parecer a este mosquetero no le resultaba muy agradable eso de compartir las viandas. De todos modos ella no pidió nada.
Los demás ordenaron sus potajes, les trajeron las bebidas en primera instancia y continuaron con bromas en ambiente de alzara y carnaval…
Después de las bebidas, fueron llegando poco a poco los exquisitos guisos criollos de la cocina cubana: pollo frito con bananos fritos, algunos pidieron camarones, calamares y otros mariscos. Ensaladas abigarradas de aceite de oliva, alcaparras y aceitunas… fue aquello un exquisito y opíparo almuerzo vernáculo y gourmet.
Katia y Camilo se encerraron en una conversación en sabrá Dios que temas, lo que si es que ella se notaba muy excitada pues alegaba con energía y como se dice en la Isla, parecía se estaban fajando. Lo que quiere decir peleando, es importante esta aclaración, pues en nuestro México esa palabra tiene otra acepción y su significado es un poco más sensual y venéreo.
Fidel y Margarita, ya habían comenzado a entenderse, por supuesto no se miraban como un par de tórtolos pero ya conversaban con amistad y deleite.
Finalmente Ernesto y Myladis, terminaron sus respectivos guisos y ambos pidieron mutuamente una colada, que es un café que tiene un exquisito y denso sabor amargo-acaramelado pues el grano lo preparan en una cafetera italiana de percoladora y le apaciguan lo amargo y la acidez con una gran porción de azúcar de caña brava cosechada en esta Cuba libre, que en algunos rubros no lo es tanto. Después de la excelsa infusión… decidieron salir a caminar por ahí en la arena, luego que la playa que estaba enseguida, así que anduvieron por ahí sin rumbo fijo, al unísono establecieron una deliciosa conversación, sin un tema específico y sin grandes intentos de filosofar dentro de alguna corriente política, filosófica o espiritual.
Iban de un tema a otro, del chisme constante de la economía local y latinoamericana a las costumbres distintas entre los mexicanos y los cubanos, tocaron la cuestión de la lengua, es decir del idioma nuestro, el español, y se divertían con lo disímbolo de los significados de la misma palabra en uno y otro país… para determinar algunas de ellas se dijeron algunos ejemplos como célebre manera de nombrar al transporte urbano, guagua le dicen por allá y los mexicanos le llaman camión, y que tal de estás palabras que en Cuba son de los más soez y en nuestro país es incluso algo simpático, para muestra tomemos el siguiente: bollo, en nuestra República Mexicana esto es un pan de sal con el que hacen las hamburguesas, en cambio por aquellas latitudes caribeñas es tremenda barbajanada ya que es la forma más soez de referirse a la intimidad femenina, y no se diga de una niña mexicana que se porta mal y es traviesa en extremo, los abuelos nuestros se referían a ella como una pinga, es decir una diablilla, pues un pingo o sea un niño mal portado y con estas características, en México es un diablo, en diferencia allá en la Isla este término se refiere justamente a la masculinidad dicho sea de manera ordinaria y también insolente recalcitrante… así sin ton ni son se disfrutaron de manera sana y amistosa, Myladis había flechado a Ernesto y ella también se mostraba seducida por la exultante guapeza del mexicano.
Ambos no miraban los relojes ni el pardear del día, continuaban su marcha y por ahí se les atravesó un rompeolas gigante de varios cientos de metros, construido con hormigón, acero y mortero de gran calidad para que resistiera los embates furibundos de cuando se encabrita el mar Caribe. Caminaron sobre éste y cuando se encontraron alejados de tierra firme, optaron por sentarse y suspender las piernas sobre las olas… tuvieron momentos silentes en los que miraban al horizonte de estas exóticas aguas verde turquesa, también se observaron de reojo como preguntándose cada uno, qué pensaba el otro. Alguna ola descuidada los sacó de aquel instante de trance y volvieron a la realidad de estar en ese sitio y acompañados entre sí.
Ernesto se armó de valor y como un disparo de cañón le cuestionó a la bella dama, ¿Cuál es tú intención de esta amistad al vapor que comenzamos allá en el Neptuno? Es decir… bueno, no sé cómo decirte… ¿Qué haremos o qué te dijo Katia cuando te invitó a conocernos? Myladis se sonrojó por los cuestionamientos… y no hallaba en su mente respuestas para los mismos, al fin pudo balbucear; pues me dijo: anoche conocí a un yuma, ¿Yuma?, si, un extranjero, es como un gringo, así le decimos a la gente que viene de fuera, ya entiendo respondió Ernesto, además Katia me insistió que la acompañara y que ustedes nos darían dinero, bueno ahora creí que tú me lo darías… está bien, respondió Ernesto, lo que me gustaría que me dijeras es ¿Por qué habría de darte dinero? Y le explicó, no estoy en desacuerdo de darte o no unas fulas, pero si me gustaría saber la naturaleza de la indemnización que yo debería hacerte…
Ella no pudo más y el dique de sus lágrimas reventó en un llanto harto de sentimiento, el mexicano se sorprendió pues de una manera u otra… intuía que ese sería el desenlace de esta amistad exprés y de la exultante y gentil manera de proceder de la güerita…
Ernesto la abrigó con sus brazos y trató de tranquilizarla con sólo su respiración, ambos permanecieron silentes, ella con el sollozo a flor de piel y él guareciéndola de la situación.
Él aguardó un poco y tomó aire de sal del mar y le dirigió estas palabras: Mira, comenzó diciendo… Entiendo a discreción lo que está ocurriendo, y pues bueno, en general todo mundo que llega a Cuba tiene la firme convicción de comprar o arrendar los amores de que disponen ustedes, las bellas y hermosas mujeres caribes, sin embargo no es mi caso, ¿Me explico Myladis? Ella, extrañada por esta confesión, le miró con un rostro de enigma incapaz de resolver, así que ante estas dudas le preguntó a Ernesto ¿Entonces qué haremos, no me darás dinero verdad? Continuó, no me importa en verdad si consigo unas fulas contigo o no, pues no soy jinetera, aunque es verdad que unos pesos nunca están demás, la situación en la Habana es difícil en cuanto a los dineros… y necesito comprarle cosas a los chiquitos. Sin embargo ahora me siento mejor después que hayamos conversado sobre este asunto tan extraño y tan aciago.
Myladis insistió, ¿Y ahora que va a pasar con nosotros, me marcho, me quedo o que hago? Ernesto se permitió unos momentos de silencio… y con calma le dijo, hagamos un trato, si, contesto ella ¿De qué se trata? El caballero andante en se había convertido este mosquetero mexicano, propuso: Mira, sigamos el día juntos, vayamos a la Habana vieja, caminemos por el malecón, tomemos una colada en El Café París… después vamos a la Villa Elena tenemos alquiladas unas habitaciones… y descansamos un rato antes de que te marches a tu casa….
El acuerdo consiste en esto: Vayamos a donde sea, estemos a donde estemos… te daré unos dólares quizá veinticinco o treinta, sólo y a cambio de que no rocemos nuestras pieles en la intimidad… es decir que no hagamos en amor bajo ninguna circunstancia, de lo contrario; si nos besamos y todo los demás… no habrá indemnización en moneda corriente, ¿Estás de acuerdo?
Myladis permaneció estupefacta por las palabras que acababa de terminar de pronunciar Ernesto… no conseguía a hilvanar alguna frase u oración, sólo lo miraba con unos ojos desorbitados, en respuesta de los cañonazos de pólvora que disparó el amigo mexicano con sus palabras, ella alcanzó a cuestionar ¿Y esto porque, cual es la razón? Ernesto la miró y preparó una respuesta… Myladis, ¿Sabes? Esto de la compra de amor o dicho de manera prosaica, meretricio, no es lo mío, mi feminismo no me lo permite, algo dentro de mí me obstruye ese comportamiento, no me hago de la boca chiquita pues desafortunadamente si lo he experimentado, quizá solamente en dos o tres ocasiones como máximo y de ello el resabio me sabe todavía en las entrañas al día de hoy… así que si jugamos con esas reglas seremos buenos amigos y contrincantes dignos en este juego, ¿Te parece? Con una sonrisa que decoraba de infinita felicidad el rostro de Myladis aceptó gustosa con estas palabras: ¡Pol supuesto chico!, se procuraron con un abrazo amistoso y filial, además a la usanza de los masones se proveyeron del ósculo de paz que les duraría por varios días…
Habiendo acordado los maneras de ambos, se cogieron de las manos y volvieron a la cabaña para encontrarse con los otros, iban radiantes de sonrisas como los mejores amigos de la niñez de ambos, llegaron y los demás no estaban, así que aguardaron y siguieron las conversaciones en los ires y venires de los dos… se confesaron del porque se había casado coincidentemente tan jóvenes, ella con tristeza dijo que la situación que vivía en el ambiente doméstico era tan precaria… que pues bueno, unirse a un hombre convenía porque dejaba de ser una carga monetaria para los padres, y pues sin duda también existía la ilusión expectante de que el consorte suyo fuera un buen hombre y un padre bueno para sus hijos, además de que proveyera de los bienes necesarios a la recién creada familia, sin embargo la historia del príncipe azul no llegó, y si dos chiquitos como ella los llamaba y el abandono de el papá de ellos… así que ahora ella debía de allegarse los dineros por los medios a su alcance como trabajar en lo que encontrara, porque entre otras situaciones Myladis no había estudiado una carrera profesional, sino sólo la preparatoria, y pues había que cabalgar la vida ahora con las consecuencias de las decisiones que se habían tomado al vapor de la casi niñez en qué consiste la juventud.
Ernesto ya no pudo continuar sus conversaciones porque llegaron los otros camaradas y entre revuelos de bromas y chistes calientes mexicanos de albur, que son la pimienta que saboriza los diálogos de los aztecas actuales… comenzaron a planear que harían ahora pues ya tenían la panza completa de alimentos criollos de la Isla y hacía falta un buen paseo.
Así que entre angas y mangas, optaron por volver a la Habana vieja y recorrer las calles abigarradas de historia, romanticismo, cultura y revolución…
Se montaron en una guagua, ¡Y pa´la Habana chico!, se bajaron por ahí en alguna de las calzadas de las que confluyen en el paseo del Prado y caminaron por sus baldosas y mosaicos de grecas, miraron los árboles de alameda y a los leones, a ellos se les acercaron con el cuidado que se necesita para tirarse una foticos como dicen por allá y recordar este rambla…
Tornaron en dirección al malecón y de camino se les atravesó una visita al “Café París”, saborearon sendos cafés acaramelados como se preparan en la Isla y continuaron la peregrinación de pasos hacía la escollera… y de repente, como marinos de ultramar divisaron en una callecilla angosta y empedrada la gloriosa “Bodeguita del Medio”, sin más preámbulo se encaminaron hacia ella… este pequeño bar es más famoso que el mismo museo de la Revolución, pareciera que en fama sólo compite con él, el mismo Comandante Ernesto “Ché” Guevara, así ya en el sitio aquel, entraron los tres mosqueteros con sus soldaderas, sólo Camilo se pidió un celebérrimo mojito de ron Mulatita y caminaron en el estrecho recinto… mirando las firmas de los más famosos e ínclitos personajes del mundo, por supuesto se encontraba ahí la rúbrica de Ernest Hemingway, de Marlon Brando, de la Reina de la salsa Celia Cruz y muchas, muchas más… fotografías evocadoras del ayer romántico de la Isla más célebre y revolucionaria del Caribe, ya terminado el reconocimiento del lugar, partieron ahora si con dirección al malecón.
Sin enterarse como por las sonrisas y los festejos, de repente se hallaron en el dique aquel, donde han reventado las olas de mar Caribe por los siglos de los siglos… Ernesto llevaba de la Mano a Myladis y los otros iban por ahí con desparpajo, ella, trémula de pavor por que la policía secreta del régimen la confundiera con jinetera y me la metieran presa, en varias ocasiones se quiso soltar de la mano de su acompañante, sin embargo este no se lo permitía, entonces él le dijo: ¿Porqué me sueltas, qué pasa? Myladis le dio la explicación y él la tranquilizó… no te preocupes y tú estás conmigo y eso no pasará, no obstante a ella no le abordaba la paz, se encontraban en esa conversación cuando se detuvo un pequeño auto blanco y soviético del cual se apearon dos hombres, uno de ellos, el que conducía, era alto y delgado pero de cuerpo firme y el rostro férreo, barba cerrada al puro estilo del alto mando de la Isla y su acompañante, un latino común y corriente también igual a otro puro estilo, pero este sería al del ayudante del Quijote de la Mancha, este esbirro era como un Sancho Panza: gordo, bajo, de cara plana y de pocos amigos.
El hombre de la barba se les acercó y Myladis casi se desmaya del pánico de mirarse en la cárcel, este ser que a leguas se percibía no era suave, ni educado los increpó con diversas e incisivas preguntas. Dijo: ¿Qué hacen por aquí? ¿Qué documentos traen consigo? Vamos, - les dijo - ¿Por qué van de la mano? El mexicano se repuso de la emboscada sorpresa y orondo como son los del pueblo azteca, lo miró con tono retador de ojos rojo de infierno y le contestó: ¿Usted quién es para venir a molestarnos y a amedrentarnos? ¿Qué se piensa, con clase de personas cree que trata, acaso imagina que somos un par de delincuentes ó qué? Este personaje se desconcertó, pues nunca hubiera imaginado una andanada de preguntas en respuesta a las suyas y menos con el acento en que se las hicieron, este varón encolerizado y casi a grito limpio les informó que pertenecía a la corporación policiaca estatal y que estaba en una requisa de rutina. Si es así le mencionó Ernesto, le pido que por favor se identifique… el quesque policía no podía creer que es lo que estaba ocurriendo, se contuvo y se buscó entre sus ropas algún documento que lo acreditara para tales faenas que según él hacía, pues bien después a unos se segundos de búsqueda por fin halló lo que buscaba, y se las mostró a Ernesto en esa forma que dicen los mexicanos de charolear, es decir le enseñó el documento de manera tal que no pudiera leerse lo que decía… con toda la calma del mundo él en ese momento novio de Myladis, se engalló y le extendió la mano para que este agente u oficial le entregara la credencial y así poder leerla, el agente de la policía molesto a borde de la locura y en contra de su voluntad se la dio, Ernesto la leyó y para desfortuna del cubano la identificación correspondía en todo al parecer, excepto en que la vigencia de la misma había expirado hacía ya algún algunos días.
Cuando Ernesto le mostró que no podía hacerle más caso porque el policía en ese momento no estaba correctamente investido de lo que según presumía. Este ser montó en cólera así que con gritos y modos entre marciales y peyorativos le indicó a su Sancho Panza que les exhibiera a la pareja su credencial, este personaje obedeció la perentoria orden del barbón e hizo lo mismo del charoleo y el mexicano les repitió la dosis de pedirle el documento, ahora sí, todo estaba en orden, así que recomenzaron el interrogatorio que había comenzado al inicio…
Ernesto que había permanecido todo este tortuoso tiempo cogido de la mano de Myladis, dijo las siguientes palabras: Soy Ernesto un empresario mexicano, ella es mi novia y en breve nos casaremos… ¿Ahora, tienen ustedes alguna otra pregunta? Los cubamos perplejos por la forma en que este individuo se les estaba escapando de algún castigo o un susto mayor, tuvieron que tragarse sus palabras y amenazas. Aunque no faltaron algunos insultos entre dientes de los policías, montaron en su cochecito ruso de tres pistones y se marcharon, a Myladis en cuanto este seres se perdieron en el horizonte le dio literalmente el váguido y la fatiga… hubieron de esperar unos minutos para que a ella le volviera el espíritu al cuerpo, para entonces “los amigos entre comillas” que habían estado observando todo el acontecimiento a una sana y prudente distancia se acercaron, ellos durante todo el impasse con la autoridad habían permanecido como se dice en la fiesta brava, en primera barrera y fuera del ruedo, Ernesto los amonestó por lo poco solidario de su comportamiento pero ellos trataron de tapar el sol con un dedo… cosa natural entre algunos de los quesque amigos.
Myladis ya respuesta del acontecimiento, cayó en un sortilegio de amor por Ernesto este se había convertido literalmente en su titán, en su príncipe azul, el mismo que había derrotado al dragón que custodiaba la celda en donde ella había sido depositada por el comandante y su revolución, al ver la clase de hombrazo que resultó el azteca, se prendó de él de modo inusual y comenzó a respirar por su nariz y a sentir con la piel del mexicano e incluso dio comienzo a mirar con los ojos de su nuevo amado.
A partir de ese momento Myladis ya no se pertenecía… ahora era de Ernesto, de su amado, la había arrobado un amor ínclito e inconmensurable, tanto que no le cabía en el cuerpo…
Ernesto, Camilo y Fidel habían arrendado unas habitaciones en la Villa Elena, una vieja casona que hubo conocido mejores tiempos antes de la revolución, este refugio estaba ataviado con colores pastel y art decó, ellas y ellos, cubanas y mexicanos conciliaron en ir para la villa en cuestión a descansar de los alborotos del día, y a esperar el fresco de la tarde ventada por los aleteos de las gaviotas de mar, y de los alcaravanes pardos del continente. Se encaminaron hacia la morada aquella en donde la señora Sari ya los esperaba como una maravillosa anfitriona de cafés acaramelados y con las recamaras limpias y frescas de viejos abanicos eléctricos de los pocos que no requisó la revolución, Ernesto cogió a Myladis de la mano y la llevo consigo a una habitación, entraron, el se descamisó y sus cueros recibieron los vientos alisios del ventilador que con cicatrices antiguas se hallaba injertado al cielo raso del aposento, los muebles vetustos de cedro y caoba se encontraban intactos aun del insondable paso del tiempo, la cabecera y la piecera del tálamo aquel eran espectaculares y además los invitaba al descanso… Ernesto sin dudar un instante, directamente de aventó sobre la cama y arremolinó la cabeza en unas almohadas de plumón, afuera se escuchaban las voces de los otros que se ponían de acuerdo que iban hacer, si a jugar cartas entre ellos cada uno con su cada cual, quizá se irían a las otra piezas o sabrá Dios que harían, Ernesto miro a Myladis y le dijo: ponte cómoda ya sea aquí en la cama o en el sofá aquel que se muestro mullido y acogedor.
Myladis mostraba un rostro de desconcierto, no sabía qué hacer ni cómo comportarse, su alteza real como ya miraba a su compañero desde el impasse resuelto, la tranquilizó una vez más recordándole el trato que había hecho desde la mañana en la cabaña del almuerzo.
La cubana rubia de sol y trigueña de oro, se fue serenando y optó por apoltronarse en el diván desde donde miraba con asombro todos los ornatos de la pieza en donde se hallaba con su nuevo amigo yuma, Ernesto la miraba con los ojos entornados pues pareciere que aun joven él, la presbicia se lo requería, se dijeron palabras sin orden y sin sentido, ambos se sentían incómodos y no sabía con certeza a que obedecía esto, se conversaron las diferencias políticas, idiosincráticas y religiosas de sus países, se hablaron de las comidas y los guisos de sus tierras, no faltaron las confesiones en el lindero de los hijos, esposas y esposos, se contaron los años que habían tenían, las diferencias y afinidades familiares con los padres y las madres… también se mencionaron como llegaron los hijos a las vidas de ambos, no paraban de hablar…
Sin duda se estaban convirtiendo en una pareja y no sólo de amigos, sin embargo ninguno de los dos quería faltar al trato que habían celebrado por la mañana en el desayuno, Sari, la señora de la casa con un poco de imprudencia llamó la puerta con unos suaves pero insistentes golpecillos, Myladis los atendió con precipitación como para que se percataran los de afuera que no estaba ocurriendo nada veleidoso entre ellos, Sari les trajo un poco del maravilloso café acaramelado que preparaba y unas galleticas de salvado, buenas para la digestión.
La rubia caribe le acercó los pocillos con café y la cookies a Ernesto que yacía en el vetusto colchón, cicatrizado de viejas batallas en las que sabrá Dios quienes habían sido los contendientes, y menos sabríamos quienes serían los vencedores y quienes los derrotados; quizá podríamos imaginar que esa tarde-noche habría de llevarse al cabo quizá otra pendencia, evidentemente entre ellos…
Sin embargo “ellos” firmes en su contrato de no llevarse a la cama ni a uno ni a otro, permanecían suaves en la conversación y en la compañía… sorbieron la infusión de Sari, masticaron sutilmente las galleticas, se miraban como quien no quiere la cosa, hasta que él le dijo, casi le ordenó no sin suavidad… ven acércate, finalmente sabemos que nos debemos a nuestras voluntades conciliadas temprano en la cabaña, ella sin remedio se aproximó y se sentó al borde de la cama, Ernesto le cogió la mano y le hizo unas caricias, Myladis se lo permitió a sí misma pues a leguas se le miraba que quería morir y se aguantaba, se sostuvieron las miradas y la regia rubia de cabellos de sol se acurrucó en la cama y se arrepegó a la espalda grande, masculina y moruna del mexicano.
Se calló el mismo silencio, se agotó la luz del sol, se detuvo el tiempo, se estancaron las aspas del abanico, sólo se escuchaban los latidos de los corazones de ambos, estuvieron quietos unos minutos, ¿Cuántos? No se supo cuantos… pero los suficientes para embriagarse del espíritu del momento y de los calores que les manaba a los cuerpos de ellos, sus cadáveres fenecidos de vida se empalmaron en un perfecto cóncavo y convexo, ella femenina untada de pechos a las espaldas masculinas de él, ella mujer de vientre embarrada al cóccix de hombre de él.
No se dieron cuenta cuando ya estaban ataviados como Adán y Eva, sólo con sus pieles y abigarrados de sentimientos nuevos, surgidos hacía tan sólo breves horas anteriores, tampoco se enteraron quien fue el primero en besar con sus labios al otro…
Se besaron hasta la sombra como trina por ahí una copla de música, entraron por la puerta que hacía la cortina de agua de la cascada del placer concebido sólo por los ángeles del diablo, y que son bendecidos por el Dios verdadero para beneficio de los que se permiten dejarlos meterse en sus corazones y en sus sexos… se lamían, entraban en sí mismos y en el otro, se lastimaban el pudor y la carne, se mezclaban los efluvios, se convirtieron en una mixtura amorfa de sentido… ahora eran sólo amor, sensualidad, la escasa iluminación hacía sombras veleidosas de pasión y de amor lascivo.
Se amaron con deseo, con cariño y con lujuria… se había gustado desde que se miraron a los ojos en el vestíbulo del hostal, se confesaron todo lo que los esfuerzos de la pasión permite confesar, se bebieron los sudores y de ellos hidrataron el cansancio crónico del los embates de la lucha cuerpo a cuerpo… fue un trance hipnótico de enormes consecuencias.
Al fin terminó lo que ellos hubieran querido fuera inacabable e infinito, la sangre de sus órganos comenzó a llegar a los mismos, pues esta los había abandonado y se había marchado con Ernesto y con Myladis al país del placer, a la nación del amor… comenzaron a resucitar de la muerte que los había convocado a sudarse los deseos y las ansias.
Y cuando poco a poco comenzaron a resucitar, las alas del abanico comenzaron hacer viento, la luz del sol volvió a iluminar la recamara sólo a medias, el silencio dejó de estar callado y sonaron en el cuarto la respiraciones descompasadas finales…
Aun con los ojos entornados, se miraron y sin saber que decirse se alegraron con las mejores de las sonrisas que se pudieron prodigar, al no saber que mencionarse, se abrazaron en un intento de encarnarse el uno en la otra…
La permisibilidad del tiempo les dio la anuncia para permanecer juntos, abigarrados de ambos, se hicieron rococó con sus pensamientos silentes, no querían nada pues ambos sabían que le habían faltado en los tratados previos, y que lo que seguía quizá sería, oscuro, aciago, triste…
Demoraron harto en cubrirse las ropas, hablaron sin palabras, conversaron en silenció, se miraban en la oscuridad sin luz, se acariciaron a distancia sin palparse. Al fin llegó el momento, Myladis debía de marcharse, y Ernesto no sabía qué hacer después de los tratos rotos por ambos lados y ella menos. Sin más palabras él sacó más dólares de los que hubiera pactado por un amor de paga y se los guardó en el “blue jeans”, ella intentó replicar y objetar… el dedo índice de la mano derecha de Ernesto se postró y acalló sus labios carmesí, se fundieron en un abrazó mixtura de enamoramiento sensual y de amistad fraterna, no quedaron en nada… sólo se supo que mientras Ernesto permaneció en la Isla, fueron uno sólo.
Por ahora es cuanto compañeros…
Carlos López Carmen
columnarebelde@hotmail.com
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