Conocida como la mujer de una sola pieza, se paraba frente a quien fuera y se adueñaba de la persona y del espacio. Su voz, su físico y su preparación por encima de todo, seducían. Algunos la llamaban la serpiente, no por rastrera, sino por su asombrosa capacidad de hipnotizar hasta a la más “chucha cuerera” que se le enfrentara. A su alrededor se crearon muchas historias, mitos y leyendas, algunos aseveraban que Rebeca era hija de los dioses. Nada más incierto, yo la toqué y se los juro; era de carne y hueso.
—Rebeca favor de presentarse en la Oficia Central. —Por el sistema de sonido se escuchó una voz—. Rebeca dejó lo que estaba haciendo y se encaminó hacia la Oficina. De sobra sabía de lo que se trataba, eso ya lo esperaba.
Rebeca no había podido ser médica, era una enfermera altamente calificada y sabía mucho más que muchos de los médicos de ese hospital. Era toda una profesional, venida siempre de menos a más. Leía a la velocidad de un rayo con total comprensión y la lectura era la base de sus conocimientos. Aquél día supo sin lugar a dudas y sin previa auscultación que el niño presentaba un cuadro clínico de aquella rara enfermedad sobre la que había estado leyendo.
—Con todo respeto doctora no es infarto. Lo acabo de leer, es un claro Síndrome de Kolter. Háblele al Doctor Mondragón, se lo confirmará. Y si no lo hace, lo haré yo. —Rebeca no esperó más—. Corrió al sistema de voceo y solicitó la presencia de Mondragón en Urgencias. Para su fortuna el Doctor estaba cerca del área y atendió la solicitud con toda prontitud.
—¿Me llamaron? —Preguntó Jesús Mondragón—. La Doctora Pintado con voz encolerizada; no lo llamé yo, fue Rebeca. Mondragón se volvió hacia Rebeca; qué pasa Rebeca. Doctor; la Doctora quiere tratar al niño como si estuviera infartado, la nitroglicerina para este caso está contraindicada y sólo empeorará las cosas. Sé con certeza que estamos ante un Síndrome de Kolter. Mondragón evaluó a la criatura y confirmó el diagnóstico. Para su buena fortuna, al niño se le administraron los medicamentos adecuados y finalmente sanó.
Nunca había sido el propósito de Rebeca rivalizar con Rosa María Pintado, pero esa situación anotaba un punto más en su favor. En el fondo sabía que enfrentarse a Rosa Pintado era sumamente peligroso. La Doctora tenía fama de aniquiladora de almas, además de ser una profesional en su ramo. Sin embargo a Rebeca no le preocupaba… el niño se había salvado y eso era lo más importante.
—Puedo pasar. —Pase Rebeca, la estábamos esperando. En la oficina del Director del Hospital se encontraban el Dr. Mondragón, la Dra. Pintado y el mismísimo Doctor Antón Maraver. Quien hizo un repaso de los hechos ocurridos y se volvió hacia Rebeca.
—Doctor Maraver su reseña no es totalmente cierta. —Y se puso de pie—. Primero que nada todos aquí sabemos que el niño se salvó, eso es lo que cuenta. Segundo y no diré más, jamás pasé sobre la autoridad de la Dra. Pintado. Simplemente llamé al Dr. Mondragón para que avalara mi diagnóstico, el cual, resultó cierto. La soberbia de la Doctora mataría al niño y eso no lo podía permitir. —Y se volvió a sentar—.
Un silencio sepulcral inundó la oficina. Rebeca volvía a seducir. Su secreto: siempre di la verdad y aválala con tus acciones. Rebeca anotaba otra más a su contabilidad, pero en el fondo lo sabía; Rosa María Pintado volvería con todo.
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