recibido: 6/06/2008
10:43 pm
LAS LOCURAS DE HELENA
No era común ver sus ojos brillar, ni era común que estuviera dispuesta a dedicarle sonrisas a todo el que pasara a su lado, pero menos común era, que realmente parecía ser feliz.
Helena no tenía mucho sentido común, entre mas rara fuese su vida, parecía que se alegraba más, tal vez por eso se enorgullecía de ser mi amiga.
La primera vez que me dijo ese nombre, no le puse atención: estaba acostumbrada a escuchar sus historias. Conocía a alguien, le gustaba dos días, y luego regresaba a su vida normal.
Así era Helena. Siempre actuaba de manera impulsiva, y esa era una de las mejores cosas que tenía, a pesar de que muchas veces, era su más grande error.
Su vida corría entre la incertidumbre y la perdición. Si algún día conocí a alguien inteligente, era ella. Sabía mucho más que el resto de las personas de su edad, pero lo más admirable era que sostenía su palabra, incluso ante alguien mayor. Por supuesto, que casi ninguna persona que pasara de los treinta, sentía alguna admiración por mi amiga, y ella se sentía orgullosa de eso. Decía que sólo los indicados compartían su pensamiento, y que ella no estaba hecha para satisfacer la productividad de la sociedad, si no para apoyar a los pocos seres humanos que existían. Siempre se empeñaba en hacer notar la diferencia entre un ser humano, y un ser más. La mayoría de las personas dirían que estoy loca, por el simple hecho de creer que su forma de ser es inteligente, y me da gusto, porque se que me he convertido en la clase de persona que Helena puede admirar, tal vez tanto como yo la admiro a ella.
Cuando me habló por segunda vez de él, supe que hasta su sombra se estremecía. Hablaba, como siempre, de muchas cosas a la vez, sin embargo, en sus ojos no se veía nada más que él. Ella siempre decía que el amor, era algo, que si existía, no era para ella, que no lo quería realmente. Pero esa vez, yo supe que era diferente, ella no lo mencionaba, pero yo lo sabía.
Cada día que pasaba veía a Helena más lejos del mundo, más lejos de la tristeza, y más lejos de la realidad. Yo estaba tan alucinada como ella, su locura me envolvía, su risa era como una neblina que borraba el sentido de las cosas, ya no pensaba, me dejaba llevar por su demencia, su incoherencia, y, aunque ella lo negara, su nuevo amor. No me sentía excluida. No sobraba entre ellos dos.
Él la buscaba todos los días, al terminar la escuela, y se iban juntos a dar una vuelta por las calles desconocidas del callejón prohibido. Ella nunca mencionaba la edad del joven, pero yo sabía que le preocupaba, porque finalmente ella no contaba con los dieciocho, y él tenía más de veinte; sin embargo, con el paso del tiempo, se olvidó del asunto, o eso me pareció. Y es que realmente era algo que parecía insignificante, para una persona como Helena, la edad no regía en el tiempo de existencia, si no en los años de verdadera vida, y si no me equivoco, Helena tenía mas vida que probablemente muchos de los adultos que conocemos.
Pasó un año, tal vez más, tal vez menos, pero me seguía fascinando verlos juntos. Helena cada día parecía más grande, más inteligente. Él, cada día se veía más indefenso, pero también más humano. Las cosas habían cambiado.
Recuerdo que Helena siempre se empeñaba en verlo a los ojos, y él en desviar la vista; pero ella siempre lograba hacerlo voltear y hablar de frente.
Esa noche la puerta estaba entreabierta, no esperaban que yo estuviera ahí. La luz que se colaba por la ventana era escasa, pero suficiente para que yo viera lo que pasaba dentro.
Helena estaba de pie, con los ojos clavados en los de él. Después de unos segundos ella se acercó un poco más, y él la besó. Creo que no me di cuenta de lo que pasaba hasta que la escuché respirar agitadamente y la blusa de Helena yacía en el suelo, los dos estaban entre las sombras, con la música retumbando en las paredes; aunque no veía prácticamente nada, pues se habían alejado de la ventana, los sentía. Lo sentía a él, besando el cuello de Helena, desabrochando botones, tocando su piel. Me maravillaba como respondía al más leve movimiento del cuerpo de él, parecía que conocía todos sus movimientos, él la tenía entre sus brazos como si fuera el más preciado tesoro que tuviese, ella se aferraba a él, como si en cualquier momento pudiese caer al vacío.
Casi podía ver las chispas saliendo del cuerpo de Helena, cada vez que él la tocaba, pues estaba segura, por la expresión de su rostro, que era como si una explosión de corrientes eléctricas la rodeara por completo. Y de pronto me di cuenta, de que ella nunca se había visto más bella. Las manos de su compañero rodeaban su cintura, bajaban a sus piernas, acariciaban su espalda; el sudor mojaba las sábanas, los suspiros de ambos llenaban la habitación. Me horrorizaba la escena, y me fascinaba a la vez.
Sentía que la noche nunca iba a terminar. El tiempo pasaba ligero, pero lento; ellos hacían que cada uno de los segundos se sintiera con una fuerza inquebrantable.
Al cabo de unos minutos, o tal vez horas, cuando parecía haber terminado, Helena habló. No recuerdo sus palabras, pero parecían música. Me estremecía escucharla, y aún más ver la pasión que de pronto lo inundaba a él. Ella se acercó de nuevo, y lo besó. Más dulce que la vez anterior, pero también mas desesperadamente. No podía distinguir los movimientos de sus manos, que no cesaban de moverse, mientras él mantenía la vista fija en su cara.
No sé cuánto tiempo estuve ahí, observando. Cuando el cielo comenzó a pintar tonos rojizos, Helena se dio vuelta con la sábana negra alrededor de su cuerpo, y puso su cabeza en el pecho desnudo del otro. Él la abrazó, le susurró algo, y se quedaron dormidos.