recibido: 10/06/2008
12:15 am
Hoy Me voy de Aquí
‘¡Hoy me voy de aquí!, dice Martín tomando la maleta, mientras mira a su compañero de cuarto. ‘El Médico me lo ha dicho ayer’, y se levanta saliendo de la habitación. El ruido de la puerta al cerrarse le recuerda cómo fue que llegó allí hace diez años.
Su Madre cerraba de la misma forma la puerta.
—Espera afuera, no intentes entrar —y Martín de ocho años, entonces, no sabía otra cosa que hacer más que sentarse afuera. No entendía por qué su Madre tenía que encerrarse con cada uno de los amigos que llevara a la casa. Ninguno era amable con él, no le daban siquiera un dulce. Era que, quizá, su Madre no les hablaba de él, no se sentía orgullosa de su hijo. Eso era porque siempre lo regañaba porque él no era bueno para barrer y los trastos los dejaba siempre un poco sucios. Pero sólo un poco, es lo que solía decir. Después de esperar horas a que ella llegara lo que Martín deseaba era su sonrisa, su abrazo, como el que le daba cuando iba por la cerveza en la noche. Pero ella tenía otras cosas que hacer con sus amigos y lo único que recibía era el portazo en la nariz. Y luego de unos minutos el cuarto de su Madre cobraba vida, le aparecía una gran boca en la puerta que gritaba, gemía con los ojos desorbitados y manchados de mascarilla negra. Sus dos pequeñas manos puestas en sus oídos no servían de mucho porque podía ver la boca retorcida y entonces se acostaba boca abajo para no verla ni oírla. Nunca pudo dormir en ese momento, porque apenas su cerebro intentaba un sueño MOL los golpeteos del cuarto que revolvía su interior como sonaja de nuevo se los abría.
Una noche no pudo más. Con el cuchillo más grande que encontró corrió y entró dando un portazo en la habitación de su Madre. Martín aullaba mientras hundía repetidas veces el cuchillo en el hombre que desnudo estaba sobre su Mamá. ‘¡A ella no le hagas lo que a mí!’, chillaba, ‘¡A ella no!’.
‘Esquizofrenia Paranoide Infantil’, decía su expediente clínico, fue enviado al psiquiátrico Infantil a los 10 años.
Martín abrazaba su maleta y salió al patio. Eran apenas las diez de la mañana. Se acercó a un grupo de internos sentados en el jardín. ‘¿Dónde está el Dr. Téllez?’, preguntó. Nadie respondió. Se volvió a ver a otros que caminaban alrededor de la fuente, dijo para sí , ‘Ellos deben saber’, pero ninguno supo decirle. Decidió esperar un poco sentado de frente a la puerta que daba al jardín, por allí solía aparecer Téllez. Pero el tiempo pasó sin que su delgada figura apareciera. Estaba adormilado por el calor y la chaqueta azul que siempre traía puesta. Ya eran las 12 del día y el sol que dominaba su punto más alto le producían un sopor mayor. De pronto vio entrar al Dr. Ramírez, la alegría espanto su cansancio y corrió hacia él. ‘Hoy me voy’, le dijo con seguridad, ‘Sí’, le contestó aquél, ‘Sólo que ya es la hora de la comida’, le guiñó el ojo y continuó, ‘Será mejor que lo dejemos para mañana no crees Martín, o de otra forma te perderías tu programa de la tarde’.
Martín, se apresuró a dejar su maleta en su cuarto, y se formó en la línea del comedor. Adelante se encontraba Omar, su compañero de cuarto y le dijo sonriente, ‘¡Mañana me voy de aquí!, Me lo ha dicho el Dr. Téllez’. Tomó su charola llena y con mucho ánimo se sentó a comer.
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