recibido: 17/06/2008
3:35 am
Dejá vu (o como mirarse en los ojos del de antes)
Pasarás esta tarde por las calles olvidadas del centro. Cómo ha pasado el tiempo en Galicia, dirás. La prisa de lo acordado a última hora enciende lentamente algo en tu memoria. Es cierto. Una llamada al celular te hará caminar sin una dirección. Y el aire endemoniado de la tarde que se rehusará a largarse atacará tu melena.
Las calles serán amplias, llenas de propaganda que se enredará en tus pies. Y será tu voz en el celular aclarando que ya has ordenado todo en la oficina, que ya habrás realizado los pagos en el banco, que ya están los trámites burocráticos. Y el viento te detendrá por un instante y de reojo verás en un vidrio a un hombre cubriéndose los ojos del aire. El peso de la tarde caerá despacio sobre tus hombros. El saco recién salido de la tintorería. Lo bien pintado de los zapatos y una cabellera corta, perfecta. Todo un licenciado. Y continúas caminando. No hay tiempo de cursilerías en visiones fugaces. Y cuando al fin estés en tu cuarto, bajo la tímida luz de la lámpara, cuando abroches lentamente la camisa para dormir, recordarás la tarde llena de aire, la sensación del aire pasando por tu cara, como antes, cuando ibas jugando a ser otro, cuando llegó la adolescencia como un castigo y decidiste jamás crecer alegando la nebulosa mancha que era ser mayor. Y te sentarás frente a la ventana, frente a un reflejo de mirada distinta. Te recordarás ebrio de días luminosos, de cabello largo y de ropa colorida, te recordarás mientras te sientas en la orilla de la cama, donde duerme tu señora esposa. Recordarás los días en que el aire servía más que sólo para secar el llanto como el de ahora, cuando un señor licenciado no era necesario para ser feliz.
Y qué tarde es, dirás al otro día, cuando vuelvas a cortarte el cabello, y de nuevo el extraño que se veía en el espejo, tenga que mirar los ojos del que está resignado a cortarse, junto con el cabello, un poco de sí mismo.
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