recibido 17/06/2008
6:56 pm
Jamás
¡Qué bonitos ojos cafés! Le gustaban mucho. En general le agradaba el rostro que veía porque, en su opinión, era hermoso. Se alejó del espejo, cogió su bolsa y al salir a la calle sintió frío, así que encendió un cigarro y caminó hacia cualquier sitio. Se sentía triste y necesitaba alejarse un rato de todo lo que la ponía mal. Caminó hasta cansarse, entonces se arrepintió de llevar zapatos de tacón y se sentó en una banqueta cualquiera, junto a un árbol cualquiera, al tiempo que encendía otro cigarro. Escuchó a lo lejos una canción que le parecía conocida:
No sé qué pensar de ti,
Aún así te esperaré lo que el destino quiera,
Te esperaré aquí,
Te esperaré hasta que muera.
¡Claro! Se le hacía conocida porque alguna vez se la había dedicado un muchacho que le causó dolor. Aguardó hasta que la canción terminó y al oír que la repetían se puso en pie. Ahora se aunaba a su tristeza “ése” a quien había amado tanto, “ése” en quien casi nunca pensaba, pero ¿qué podía hacer?
Se levantó y echó a andar.
—Soledad.
Mecánicamente giró. Sentía que no podía negarse al llamado de aquella voz a pesar de no reconocerla. Un tipo, para ella apuesto, le sonreía a pocos metros.
—¡Xavier! —repuso corriendo hacia él. Se abrazaron. Sus hermosos ojos negros brillaban. ¡Caramba! Era ese brillo que había iluminado su vida desde que conoció a Xavier. Eran esos ojos que no soñaba a diario. Ahora que él la había llamado y la tenía entre sus brazos aprovecharía para aclarar que todo ese dolor que alguna vez sintió había sido un mal entendido.
Xavier rozó sus labios. Soledad sintió calor y frío a la vez que le correspondía. Ese era, sin duda, el mejor beso que había sentido y lo estaba disfrutando porque amaba a Xavier.
Abrió los ojos. Se sentía desubicada… ¿Y Xavier?
Soledad estaba en su alcoba, cubierta por el conocido edredón azul de su cama. Eran las tres de la mañana y recordó que se sentía fea, que siempre se había sentido fea, que odiaba el humo del cigarro, que eran vacaciones, que no había salido de su casa en una semana, que únicamente usaba tenis y que no se veía al espejo más de lo necesario para lavarse los dientes. Quiso recordar que ya no amaba a Xavier, pero no pudo.
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