21. CUENTO BREVE PARA CONCURSAR: "EL DÍA QUE MURIÓ TOM WAITS"

lunes, 23 de junio de 2008

recibido: 23/06/2008
6:47 pm
El día que murió Tom Waits


Al salir del cine Takeshi Kitano me siguió de una manera amenazante hasta el barrio donde entonces vivía. Lo enfrenté diciéndole qué ganaba con eso de seguirme.
—Vamos, no le hagas al detective y dime de una vez qué es lo que te propones. —Nada —contestó—, es que a veces me da por jugar al francotirador.
Ya arreglado el asunto nos saludamos y le di un abrazo, porque hasta entonces no le conocía personalmente, luego nos fuimos a echar unos tragos a un bar donde atendía un tipejo tuerto, con parche en el ojo. El hombre era de estatura baja, relleno del tórax, axilas abultadas y aspecto caucásico; no era agradable pero hacía el intento. Nos confesó que a él le venían bailando las bolas todas las peripecias que últimamente hacían Las Arañas de Saturno, y que una vez llegó a enfrentarlos, junto con la policía, el justo día que murió Tom Waits.
—Todo acto de rebelión es una verdadera estupidez, deberíamos ser más prácticos; atacar los bancos de la ciudad no es realmente un asunto ciudadano. Ajá, ¡salud!
—¿Pero quién chingados es Tom Waits? —pregunté. Nadie contestó. Pocas rondas después llegó mi mujer a invitar el ron. Cogimos la peor borrachera de la semana y bendecimos las uvas y el Jack Daniel´s. Salimos de ahí: Kitano, el cantinero, mi mujer y yo. Bailando rumba y echando balas de plata para matar a cualquier vampiro socarrón que se atravesara. Me la pasé bien, brutal, y ellos como si fuera cualquier cosa. A las 3 me separé, con mi chica y tomamos un taxi para irnos a la calle más alejada de la ciudad. Ellos optaron por acompañarnos, pero se bajaron antes, frente a las cloacas de los barrios mexicanos. Ya no teníamos tiempo de seguir la borrachera, y me perdí en el taxi con mi mujer en la noche. En el rumbo, por los largos besos se perdió nuestro camino y el rostro de mi mujer se difuminaba. Nos borrábamos. No había panorama, ni ojos, ni lenguas. Y frente a mí: un incendio fatal; lo comparé con mi pesadilla de los nueve años en la calle de las brujas. Pasamos directo al barranco que sosegaba y ni los vagabundos ebrios de todas las noches encontraron ahí su alojamiento; tampoco yo, ni el camino, ni ella. La pasión carcomía el rumbo y los segundos pasados se borraban con la niebla. Los besos, densos como la oscuridad, cubrían el tiempo: Atroz, desafiante y sin esperanza alguna.

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