11. CUENTO BREVE PARA CONCURSAR: "LOS VIAJES DE MARCO POLO (O UNA HISTORIA DE AEROPUERTOS Y ELLA)

martes, 17 de junio de 2008

recibido 17/06/2008
3:35 am
Los Viajes de Marco Polo (o una historia de aeropuertos y Ella)

Se acordaba de Ella cuando sus amigos llamaban a casa. Cuando compraba souvenirs se acordaba de Ella.
—¿Le gustará o no le gustará, se lo llevo o no se lo llevo? Se lo llevo —y trajo muchas cosas que nunca le dio y que tiempo después regalaría, un catorce de febrero, a una amiga.
Ves el asiento de adelante y Ella ya no está ahí. Qué tontería. Olvídala. Estás en Japón. Un año atrás o un año adelante, cualquier otro año en el que Marco hubiera viajado, la historia era diferente. Un año antes en España, las miradas tiernas en el avión, y la búsqueda de Ella en los asientos de enfrente (porque no hubo asientos juntos), los consejos para viajar, el té con crema. Viajar feliz y acompañado. Hacerse novios. Un año después, otra chica le prepararía una cena, le prestaría un rosario para que lo cuidara, iría por él a la Terminal, llamadas y mensajes al celular, el “te quiero”, verla en la oscuridad de la sala de llegadas como en una película.
Pero en ese momento, a cientos de kilómetros de casa, cuando buscaba el Hard Rock de Hong Kong los mandaban al Starbucks, se dio cuenta de que no hablaba el idioma oficial. Que si lo asaltaban o lo mataban no habría nadie que pudiera ayudarle y que probablemente nadie sabría que estaba allá. Le había pegado la melancolía de su tierra.
Frente a la tristeza que ahora le representaba seguir viajando sólo en el sentido emocional, y pese a ser un buen viajero que nunca olvidaba llevar música ni su libreta para escribir, y que economizaba comiendo en McDonald’s, o durmiendo en cuartos compartidos, incluso adoptando por unas horas como familia a los pasajeros del avión, desde que iba rezando hasta que roncaba, él, Marco, se había convertido en el peor compañero de viaje
—Es que todo le querías comprar y le querías hablar a México —y las fotos que le tomaron junto al Buda, al que también saludó con las manos unidas y con reverencia como la gente de ese lugar, también serían después vestigios de tristeza.
—¿Cómo no disfruté de ese viaje? —pero no todo viaje es tan malo. Conoció la nieve como en las caricaturas, blanca, suave. Y por unos momentos se olvidó de Ella y se entregó completo a la nieve. Era un niño rodando por la nieve. Como también sería un niño un año después, solo, en una habitación de tres camas en un lujoso hotel asignado por la aerolínea porque el vuelo estaba sobre vendido, y acomodó osos de peluche sobre las camas y se dormía con ellos por momentos, y era un niño otra vez, solo, pero un niño a punto de regresar.

Y cuando estaba en el avión rumbo a México dijo:
—Ahorita va a llegar Ella con rosas y con chocolates y me va a decir “Te extrañé” —y esperó que llegara aunque sea su familia por él al aeropuerto como hacen los papás de sus amigos, que alguien llegara a recibirlo con tacos.
Pero nadie llegó.
Viajó un par de horas más hacia Puebla en autobuses Estrella Roja y tomó un taxi hasta su casa.
No tenía sueño pero trató de dormir. Despertó a las 6 de la tarde en su habitación, con todas sus cosas aún tiradas en todas partes como antes del viaje y con las maletas sin desempacar
—¿Dónde estoy? —a estas horas debería de estar haciendo algo.
Vio su celular, ninguna llamada perdida, esperaba encontrar algún mensaje que dijera “¿cómo te fue?” pero no había nada. Mamá, ¿me han hablado? No. Estaba perdido, sintió que todo le caía encima. Terminó caminando por las calles que añoró estando sobre un ferry en Oriente, por el centro caminó, solo, por las mismas calles caminó. Recordando el día que se iba de viaje, y ella y él habían terminado, y en la noche, él estaba viajando como una isla sobre el mar, y como una isla había regresado a vivir el día siguiente de su rompimiento.

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