recibido: 23/06/2008
6:47 pm
Cuerpos trapeando el piso
Entonces abrí las piernas y él la metió de un tiro. Gemí sin voluntad sintiendo como la sacaba y empujaba de una forma brutal. Yo agarré con fuerza lo que pude mientras se sacudía mi cuerpo como betún. De repente paró. Dio la vuelta y me la puso de frente a la cara. Se la chupé con hambre y entonces me detuvo y dijo que se le antojaba una rusa. Tienes los senos enormes como mi abuela, dijo, mientras tomaba mi cola de caballo hecha un estropajo. Se las froté duro, era como hincarse ante una cruz, como pulir un sirio derritiéndose. Qué bien lo haces... Qué bien jodes infame zorra del Pedregal... En ese instante, me tomó la cintura y volteó mi cuerpo. Envainó despacio hasta topar. Era enorme. ¡La pala más dura que había probado en años! Pasó de breve a rápido y yo muriendo de colisión y dolor, de placer entre las piernas. Destrozaba mis entrañas en cada empuje que daba; veía las bragas detenidas a media pierna, veía luces sobre el retrete y saliva escurriendo en mi traje sastre. Me vine de inmediato. Él también se vino chorreándome las medias.
Nos vestimos. Me abroché la falda y limpié las botas. Al salir, un campesino nos miró de reojo fingiendo ocupar el mingitorio. No dije nada. Cepillé el cabello con ligereza y salí corriendo hacia el auto, con mi marido que esperaba.
Él se puso el mandil y salió corriendo con el cuchillo en la mano para sacar la carne de res que esperaba en la parrilla.
Nunca supe quién era.
No hay comentarios:
Publicar un comentario