recibido: 23/06/2008
6:47 PM
Siete psychos asesinos marchan a la anarquía
Dog era el jefe. La mitad de ellos fueron reos condenados y tenían cicatrices por su pasado en los campos de exterminio. De cabeza inhabitable; en algún momento de su vida conocieron el golpe de la opresión, cuando sus cabezas no rodaron por fuerza de sobrevivir. Ellos son siete y caminan como reinas en la ciudad de Mirlos. Tuercen los pies con las prótesis adheridas al hueso. Llevan consigo la idea de construir un fuego diurno y el arma perfecta en el núcleo de la ciudad. Siete psychos asesinos caminan por la calle donde nadie se atreve a detenerlos. Dog estira las piernas al paso de ganso con un tambor pequeño entre la rodilla, que va tocando con sus baquetas de metal. Lleva el alma de la ciudad en el pecho zurcido por un tatuaje del rostro de su opresor. Cabeza a rape, corte de mohicanos, lustrando sus botas con la lluvia y la noche que les abre el paso. Llevan el alma de nombres olvidados. Llevan un tambor. Con el sentido homicida de ir por la calle y sucumbir a las miradas de quienes dan vida a su marcha, porque ninguna causa les mueve, sólo la voz fuerte de la pulla que les ha dictado seguir hasta el fin. Nadie puede detenerlos, se escucha el redoble. La lluvia cae. Dog saca las armas para escudar la caída del hongo, para romper los cristales de la realidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario