recibido: 14/06/2008
9:12 pm
EL BAÑO
Le urgía llegar a la lotería para recibir los treinta millones de pesos del boleto premiado que llevaba entre sus manos. Este pensamiento le agitaba el corazón mientras su mente divagaba. En cuanto reciba mi dinero, me compraré muchos trajes, un auto deportivo rojo bien chingón, una mansión y me llevaré a una vieja buenota, aunque estaría mejor llevar dos, así podrían hacer realidad todas mis fantasías. Su sexo se puso duro al imaginar esa escena. Claro, tengo que elegir bien a mis amistades, ya que con tanto dinero tendré amistades nuevas, cómo me vería con esos mugrosos. Pa´ qué preocuparme por eso, si no regresaré jamás a ese lugar. Empezaré una vida nueva, hasta le puedo copiar al Claudio de la novela que pasa a las cuatro, que se volvió rico y contrató a un asesor, igual le haré pa´ que me enseñé a comportarme como todo un Don. Ya no estaré como perro viendo la tele afuera de la fonda de la Chona que luego hasta se enoja. Ora compraré una televisión grandota. Joyas, otro peinado, estos pelos que ni siquiera son barbas, me los puede rasurar el peluquero. Zapatos finos, sí, cien pares de zapatos finos, los mejores puros, las mejores botellas, las mejores viejas. Pa’ que también tú la goces y ya no tenga que visitar a la manuela. Suspiró profundo y siguió fantaseando: lo mejor de lo mejor. Cuando reciba mi dinero seré el rey del mundo, ¡qué digo!, ¿el rey del mundo...? ¡el rey del universo! Conoceré gente importante, políticos, empresarios, todos se pelearan por tener mi amistad. Sin darse cuenta caminaba tan de prisa que su ansiado caminar se volvió en trote. Experimentaba la misma alegría que cuando cumplió ocho años y por primera vez asistió al parque de diversiones y su deseo más grande fue subirse a todos los juegos y comer todas las golosinas posibles. Entre carrera e ilusiones por fin llegó a la lotería.
—Vengo a cambiar mi boleto de lotería, es el que ganó el premio de los treinta millones de pesos.
—Déjeme verlo, 009875432. Sí, efectivamente, es usted el ganador, felicidades.
A punto de infartarse de la emoción, un baño de agua lo despertó.
—Órale, pinche borracho, quítese de mi cortina que ya voy a abrir.
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