10. CUENTO BREVE PARA CONCURSAR: "UNA DERROTA MÁS"

lunes, 16 de junio de 2008

recibido 16/06/2008
9:27 am
UNA DERROTA MÁS



De pie en lo alto. Erguido, turbado. El viento toca su faz no como caricia, sino a manera de bofetada. La burla revolotea frenética sobre la cascada dorada de sus cabellos largos y descuidados. Los ataca. Crea una sonrisa sardónica e hipócrita. Ahora también el viento le da la espalda elegantemente, mientras su ánimo retraído y enfermo, ríe a carcajadas al presenciar una derrota más. Su alegría tiene acentos de melancolía, de fracaso y de muerte. Permanece, sin embargo, estoicamente inmóvil. Revienta miradas furtivas al suelo, como si quisiera no saber que, tarde o temprano, dará con él. Los tobillos empiezan a tambalearse, traicioneros. Busca estabilidad en los brazos. Mira nuevamente el terraplén y comienza el vértigo. Tiene miedo. Es la sombra de la cobardía que frecuentemente aparece en estos casos, algunas veces para reprimir intentos; otras para cobijarlos y azuzarlos. Trata de sacudirse esa patraña burda y cruel. No desea que parezca un accidente; le restaría mérito a su vida indigna y tibia. Espera hacerlo bien: embestir el concreto duro y frío que le rompa el cráneo en dos. Piensa el por qué de todo esto. Realmente contribuye en nada a nada. No le importa. No le incumbe. Pierde el tiempo pensándolo. Siente que sus miembros adhieren el frío de aquella tarde nublada y moribunda hacia él. Reacciona ante una pequeña erección que no sobresale de su entrepierna: culpa a su sistema nervioso destrozado y pueril. Hubiese preferido haberlo hecho con dos o tres gramos. Baja forzado los párpados, y en un instante sereno se arroja al vacío. La tarde, en ese momento, apacigua el fracaso y la ira de su hijo, y dispone todo para huir. Parte con la máscara suave de colores pastel irisados y anodinos. Lentamente el ambarino astro se recoge, pues la noche trae el propio. Pausado y algo perezoso desaparece el horizonte, llevándose en el diario de ese día un perro muerto. Pero discretamente se mueve algo sobre el asfalto. Una mano articula sus dedos. Un cerebro reacciona mientras el corazón –al darse cuenta que aún late– trata de hacer su labor lo más rápido y eficiente posible. Toca su pierna y se estremece ante el dolor. Está rota. El hueso del hombro está fuera y unido al lóbulo de la oreja. Un ojo se niega a abrir. De entre las comisuras de su boca surge un hilo de sangre que le provoca un mohín de disgusto al saborearlo. Su conciente e inconciente se enfrentan en desigual contienda. Mira sus contusiones. Sonríe con repulsión. Es la ira, el rencor; el fracaso. Dos gruesas lágrimas corren por sus mejillas, abortos de los ojos saltados. Las venas saltan en sus pupilas como estigmas dilatados, los estigmas de seguir viviendo.

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